Un vertedero, o lo que parece un vertedero, se erige en el escenario de la Sala Grande del Teatro María Guerrero de Madrid. Es en realidad un lugar de trabajo; el espacio donde tres repartidores esperan cada día los paquetes e instrucciones necesarias para iniciar su jornada. Los de ahí, nueva obra del director Claudio Tolcachir, es un cuento sobre supervivencia, lucha y pertenencia que desgarra y obliga a mirar una realidad incómoda.
Nos presenta la vida, cruda e intensa, de tres riders en un país extranjero. La necesidad de sobrevivir y cuidar de sus allegados los impulsa cada día a vivir situaciones desagradables y comprometidas, sin demasiado tiempo ni espacio para la reflexión. Comer, dormir y ducharse. Estas son las necesidades básicas que deben cubrir, tanto para sí mismos como para sus familias. Bajo esta premisa, el texto desarrolla un relato tenso, de apuros y desesperos, que provoca en el espectador un vacío en el pecho.
A pesar de sus tintes cómicos, esta es una clara historia de violencia. Los personajes viven con presión y angustia el paso del tiempo, que parece escapárseles de las manos sin control. Lo único que tienen claro es que hay que sobrevivir un día más, aunque ya solo esa tarea es un mundo dentro de un universo compuesto de reglas crueles y herméticas. La pobreza y la desigualdad son el eje principal del texto, que toma forma contando las consecuencias de la inmigración, el clasismo y la falta de empatía.
El autor habla sobre la indiferencia, sobre cómo mirar hacia otro lado ante situaciones de injusticia realmente nos hace cómplices de una violencia sistemática. “Todos los trabajadores nos encaminamos hacia una pérdida de derechos y es un tema muy importante como para naturalizarlo, se anula la condición de persona”, expresa Tolcachir, que presenta este nuevo trabajo de escritura tras varios años de investigación sobre el desarraigo y la indiferencia ante el dolor y la violencia.
Su propuesta busca el impacto de un paisaje extraño y, aparentemente, distópico con el público. La escenografía, diseñada por Lua Quiroga Paúl, lo consigue a la perfección. Sobre las tablas se atisba un espacio formado por rocas, basura apilada, mantas, escombros de toda clase y, en el centro, una máquina. Una suerte de armatoste mecánico es el encargado de entregar los paquetes a los repartidores y diseñarles la ruta que deberán tomar. Un aparato inerte, del que no conocen ni siquiera bien su funcionamiento, parece ser quien marca su destino.
Es doloroso ver la falta de humanidad a la que se ven expuestas estas personas, que viven a su vez situaciones personales complejas. Sin embargo, a pesar de todo, subyace en la obra un halo de esperanza. Los vínculos que se generan entre estos personajes, su intento por comprenderse y ayudarse a pesar de sus necesidades, son el salvavidas al que agarrarse para encontrar la belleza en un paisaje tan áspero y desolado.
Destacan las interpretaciones. El elenco, compuesto por Nourdin Batán, Fer Fraga, Malena Gutiérrez, Nuria Herrero y Gerardo Otero, es la luz que ayuda a procesar bien esta historia. Con vitalidad, desparpajo y gracia nos ayudan a digerir las historias de sus personajes, dramáticas en su fondo y forma.
En definitiva, esta propuesta escénica invita a una reflexión profunda y cuidada. Es un viaje a través de aguas turbias y densas que, a simple vista, solo reflejan oscuridad y que precisan de una observación detenida para comprender lo que esconde su fondo. Los de ahí nos obliga a sumergirnos en esa profundidad incómoda y a mirar de frente una realidad que, muchas veces, preferimos ignorar.
Crítica realizada por Judith Pulido