
Un déu salvatge es una de las obras más aclamadas de Yasmina Reza, que consiguió un rotundo éxito desde que se estrenó en París. Ha ganado varios premios y, en 2011, recibió laureles de la crítica con la adaptación de Polanski a la gran pantalla. La versión catalana, traducida por Pablo Macho Otero, recala estos días en el Teatre Goya de Barcelona.
Bajo la dirección de Pere Arquillué, esta obra ofrece una mordaz exploración de la sociedad contemporánea y la condición humana. La autora concibe una trama que gira en torno a dos parejas que se reúnen para discutir un incidente violento que ha ocurrido entre sus hijos (uno le ha partido dos dientes al otro), pasando de un encuentro de buena voluntad a convertirse en un campo de batalla verbal donde las máscaras de la civilización se desmoronan.
Desde el inicio, la obra establece un tono de aparente cordialidad que se va desintegrando a medida que las tensiones (y otras cuestiones) subyacentes flotan hacia la superficie. Los personajes, interpretados con maestría, revelan sus verdaderos colores a través de diálogos cargados de sarcasmo, hipocresía y resentimiento. La habilidad de Reza para capturar la esencia de las interacciones humanas cuando estamos bajo presión es impresionante, y es una dramaturgia que no se siente nada lejana.
La puesta en escena es sencilla pero efectiva, permitiendo que el foco se mantenga en las actuaciones y en la evolución de los conflictos. A medida que pasan los minutos va asomando la fragilidad de las relaciones humanas y la delgada línea que separa la civilización de la barbarie.
Uno de los aspectos más sobresalientes de la dirección de Arquillué son las pausas, que en ocasiones parecen eternas. Estas pausas permiten que el espectador tenga el tiempo de observar la evolución de cada personaje y, al mismo tiempo, incrementan la tensión latente durante toda la obra tanto en el escenario como en la platea. Al mismo tiempo, las dosis de humor constantes van agrietando ese muro que se construye con la historia y entre los personajes, consiguiendo que uno salga del teatro con la sensación de haber visto más una comedia que un drama, a pesar de tener casi tanto de uno como de lo otro.
En cuanto al trabajo actoral, el propio Pere Arquillué, quien interpreta a uno de los personajes, destaca enormemente con sus intervenciones breves pero extremadamente cómicas, poniendo en evidencia que está definitivamente entre uno de los mejores actores del panorama barcelonés. Su capacidad para manejar el ritmo y el tono de sus intervenciones, combinando humor y seriedad, lo coloca en un nivel superior.
Laura Aubert destaca por su gran capacidad para la comedia. Tiene un talento innato para el timing cómico, manejando con precisión los momentos de humor. Resalta por su expresividad facial consiguiendo que las situaciones más tensas se vuelvan cómicas. La transformación de su personaje, desde una figura aparentemente controlada y racional hasta alguien que revela sus verdaderos sentimientos y vulnerabilidades, es uno de los aspectos más fascinantes de la obra.
Iván Benet interpreta con una actuación sutil pero poderosa, y su capacidad para transmitir emociones a través de pequeños gestos y miradas añade una profundidad significativa a su personaje. Benet maneja con destreza los momentos de tensión y las pausas prolongadas, divirtiendo a un público deseoso de observar su evolución.
Aunque brilla más en las partes dramáticas que en las cómicas, Laura Conejero ofrece una interpretación profunda, que mantiene una conexión auténtica con su personaje, y que añade una capa extra de complejidad al conjunto. Juntos, forman un elenco de lujo sobre las tablas del Teatre Goya.
En cuanto a los aspectos técnicos de la obra, la minimalista escenografía, diseñada por Max Glaenzel, destaca por su amplitud, creando un espacio que se asemeja a una jaula donde los cuatro personajes, sentados en sus sillas encaradas a la platea, son observados en su comportamiento más crudo y auténtico. Este diseño no solo proporciona un marco visualmente atractivo, sino que también refuerza la sensación de confinamiento y tensión que se presiente durante toda la obra. La iluminación de Toni Ubach juega un papel crucial en la creación de emociones, utilizando luces y sombras para acentuar los momentos de mayor intensidad. En particular, hay un par de escenas lynchianas, ideadas por Arquillué, que se benefician enormemente de este trabajo de iluminación, añadiendo una capa de surrealismo a la obra.
Un déu salvatge tiene la capacidad de hacer reír y reflexionar al mismo tiempo. Nos habla de cómo una situación cotidiana llevada al extremo nos puede hacer perder el control convirtiéndo algo serio en una comedia surrealista. Sin embargo, detrás de las risas, la obra plantea preguntas profundas sobre nuestra naturaleza y la, a veces, violencia inherente que aparece en nuestras interacciones con otros. Es una experiencia teatral que ayuda al espectador a cuestionar la verdadera naturaleza de la humanidad.
Crítica realizada por Diana Limones




