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26.02.2025 Teatro  
L’herència – Crítica 2025

L’herència, de Matthew López, llega al Teatre Lliure de Barcelona dirigida por Josep Maria Mestres. La obra sigue la vida de un grupo de jóvenes gays que viven en Nueva York una generación después de la crisis del sida. La obra, de una duración total de 6 horas, puede verse hasta el 16 de marzo dividida en dos partes de 3h (jueves la primera parte, viernes la segunda parte) o en formato maratón los fines de semana.

L’herència es una obra que se centra en la vida de un grupo de jóvenes gays que viven en Nueva York en el 2016, una generación después del momento álgido de la crisis del sida y coincidiendo con las elecciones presidenciales estadounidenses que ganó por primera vez Donald Trump. Una obra que, como dice su director: «Habla de la gente que estuvo en primera línea durante el estallido de la epidemia –a finales de los años 80 y principios del 90– y cómo lo vivieron: unos desde el miedo y la paralización, otros, desde los cuidados, la solidaridad y la lucha…».

Una pieza sobre las transmisiones y los legados materiales y espirituales, que reflexiona sobre qué debemos a quienes vivieron y amaron antes que nosotros y sobre nuestra responsabilidad hacia las generaciones futuras. Un agradecimiento expreso a todos aquellos que nos han precedido en la lucha por los derechos y libertades que disfrutamos ahora, pero que últimamente vemos peligrar día tras día mientras seguimos luchando por preservarlos y expandirlos.

La obra arranca en un taller de escritura con un grupo de jóvenes –Dafnis Balduz, Ricard Boyle, Francesc Cuéllar, Carlos Cuevas, Eudald Font, Víctor G. Casademunt, Lluís Marqués, Albert Salazar, Marc Soler y Ferran Vilajosana– que no saben qué escribir. Están estancados en sus textos y no saben cómo avanzar. A partir de ahí, y con la ayuda del profesor (interpretado por Carles Martínez), comienzan a esbozar en voz alta una de las historias de los asistentes y a interpretar a los personajes que se van inventando. Rápidamente, la ficción se convierte en realidad construyendo una historia que cruza la vida de este grupo de jóvenes gays con la que vivieron las dos generaciones anteriores –Carles Martínez, Abel Folk y Teresa Lozano–, marcadas por el impacto de la epidemia del sida.

La dirección que Josep Maria Mestres impregna en el montaje es agradecida y cuidada. No solo porque consigue que en ningún momento nos desconectemos de la historia, sino porque continuamente queremos más de ella. Incluso, en ocasiones, nos molesta que lleguen los descansos, ya que estamos tan metidos en la historia que cuando llega el punto álgido, las luces se apagan o se cierra el telón. Si bien es cierto que estas pausas son necesarias, tanto para nosotros como para los intérpretes, esos 10 minutos entre cuadros son utilizados por el público para comentar la jugada y hablar de lo ocurrido sobre las tablas del teatro. Durante más de 7 horas -si acudes al doblete del fin de semana, como fue mi caso (permaneciendo en el teatro de 16:00 a 23:15 horas, incluyendo la hora de descanso entre partes)-, no dejarás de hablar de ella. Hay tanto que analizar, tanto que pensar, agradecer y alabar, que días más tarde estarás barajando la posibilidad de volver a sentarte en la butaca para disfrutarla de nuevo. Y eso, solo se consigue bajo una dirección llena de sensibilidad y tiempo para que asimilemos la variación de sentimientos que nos inundan en la butaca. Belleza, dolor y responsabilidad a partes iguales.

En la parte actoral, alabar el trabajo realizado por la totalidad del elenco en poner en pie una obra titánica que remueve consciencias. Un talento increíble que hace que pasemos de una sala de escritura cualquiera a ver cómo se crean y se transforman las almas de unos personajes que rápidamente tomamos como reales. Uno a uno, Dafnis Balduz, Ricard Boyle, Francesc Cuéllar, Carlos Cuevas, Eudald Font, Víctor G. Casademunt, Lluís Marqués, Albert Salazar, Marc Soler y Ferran Vilajosana, nos ofrecen una actuación segura e interiorizada en los más mínimos movimientos e inflexiones. Entre ellos destacan, por su condición de protagonistas, Albert Salazar, Carlos Cuevas y Marc Soler; quienes nos ofrecen unas interpretaciones generosas, brillantes, llenas de verdad, ternura y sentimiento. Es imposible mirarles a los ojos y que no te transmitan el continuo miedo que sus personajes expresan.

Junto a ellos, disfrutamos también del excepcional trabajo de Carles Martínez, Abel Folk y Teresa Lozano. Carles Martínez, posiblemente el actor que más tiempo pasa en escena con el grupo de jóvenes, consigue atraparnos rápidamente en su prosa para, más tarde, rompernos al dejarnos huérfanos. Destacar su sabiduría, cuidado y respeto por la palabra. Por su parte, Abel Folk nos presenta un hombre que ha sufrido más de lo que muestra. Un hombre, en apariencia fuerte, que no sabe expresar sus sentimientos por el miedo que estos le confieren. Aún mostrarse abiertamente homosexual, parece que algo le detiene a vivir con normalidad y no quiere formar parte de las cosas que ocurren a su alrededor. Le cuesta involucrarse. Parece tener un sentimiento dubitativo de pertenencia que no acaba de querer explorar. Muy posiblemente, el miedo de lo vivido por su generación le frena a ahondar más en ello. No quiere perder a más gente. Y, por último, Teresa Lozano nos presenta una madre superviviente de la enfermedad de su hijo cuya visión cambió radicalmente al aprender de los golpes de la vida. Un espíritu libre y amable cuyo fin es ayudar y cuidar.

En la parte técnica, destacar la inteligente escenografía creada por Lluc Castells –construida con materiales y mobiliario reciclado de espectáculos anteriores La gavina, Tots eren fills meus, Si mireu el vent d’on ve y L’ànec salvatge– siguiendo el plan de sostenibilidad del teatro. Un espacio diáfano confeccionado como un taller de escritura, englobado dentro de una sala de ensayo que evolucionará en un espectáculo visual espléndido en sus últimas escenas. El vestuario de Nídia Tusal y la caracterización de Toni Santos, quienes ayudan a crear multitud de personajes bien definidos y con personalidades bien distintas situados en el Nueva York del 2017. Y la iluminación de Ignasi Camprodon, el sonido de Joan Camprodon y la música original de Iñaki Salvador; quienes contribuyen a crear esta fantasía hipnótica que vivimos y sufrimos como comunidad.

En definitiva, L’herència es un montaje que habla de cosas terribles pero, a su vez, habla de un futuro lleno de esperanza. Una esperanza que, a día de hoy, con el auge de la derecha radical en Europa y el nuevo mandato de Trump semi-controlado por Musk, es mas que necesaria para recordarnos de dónde venimos y hacia dónde vamos. Que nadie nos pise lo andado, que aun nos queda mucho por andar. No olvidemos nuestra herencia.

NOTA: Quien piense que 6 horas son demasiadas para una obra de teatro, solo puedo decirle que se equivoca (si por mi fuera, me hubiese quedado a ver 6 más).

Crítica realizada por Norman Marsà

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