El Teatro Fernán Gómez de Madrid apuesta por la recuperación de uno de los grandes clásicos del teatro español: La Señorita de Trevélez, del dramaturgo Carlos Arniches. Bajo la dirección de Juan Carlos Pérez de la Fuente y con versión de Ignacio García May, esta obra mantiene una actualidad innegable.
Cualquier propuesta actual que se realice con el patrimonio cultural que tenemos en nuestro país, debe ser bienvenida, desde la más conservadora a la más experimentalista, porque el arte se enriquece con los desafíos y con las adaptaciones y versiones de obras anteriores. Siempre que se representa una obra clásica surge el debate sobre su adaptación, sobre cómo tiene lugar la conexión en un mismo espacio escénico de la mirada de Carlos Arniches y del punto de vista de Ignacio García May pero el resultado, en esta ocasión, es el de una de las mejores producciones que pueden verse actualmente en la cartelera madrileña.
La señorita de Trevélez cuenta la historia que ocurre en una capital provincia donde un grupo de jóvenes ociosos decide gastar una broma cruel a Doña Florita, la mujer menos agraciada de la comunidad, haciéndole creer que el joven Numeriano está locamente enamorado de ella. La broma tiene éxito al principio, pero una vez puesta en marcha ya no hay manera de pararla y se encamina hacia la catástrofe. Al tiempo que se desarrolla el día a día en esta pequeña ciudad llamada Villanea, se descubren los entresijos de una sociedad cada vez más superficial y frívola, llena de similitudes con la sociedad actual. La temática, que sigue siendo hoy más relevante que nunca, aborda el acoso y el bullying a través de un grupo de personas que se recrean en la humillación a los demás.
Es una obra que interpela directamente a los espectadores y espectadoras, hace reflexionar sobre cómo la burla sistemática puede destruir a una persona, afectado directamente a su salud mental. Actualmente, es un problema presente a todos los ámbitos de la vida y tiene lugar de formas sutiles o descaradas, desde el colegio hasta espacios laborales pasando por las redes sociales; historias como la de esta obra pueden servir como espejo para confrontar nuestras propias acciones y omisiones. Detrás del humor y del ingenio verbal de La señorita de Trevélez se esconde una crítica feroz.
Uno de los puntos fuertes del montaje es el extraordinario elenco compuesto -nada más y nada menos que- por 13 actores y lo cierto es que todos ellos están fantásticos y tienen su momento de gloria. Pero vamos a empezar por la espléndida actuación de Daniel Diges en la piel de Numeriano Galán, un personaje atrapado en el engaño. El actor madrileño demuestra su versatilidad en un registro muy diferente a sus habituales papeles en musicales y resuelve de manera sobresaliente este reto interpretativo en el que derrocha energía y frescura. Ahora es el turno de Críspulo Cabezas, que borda el papel del truhan Tito Guiloya, transmitiendo a la perfección la picaresca y la sinvergonzonería de quien es capaz de gastar una broma muy cruel. Destacar también a Daniel Albadalejo en la piel de Don Gonzalo de Trevélez, aporta una gran presencia escénica mientras se mueve magistralmente entre la comicidad y el drama, una pieza clave de este montaje. Completan el reparto Marta Arteta, Óscar Hernández, José Ramón Iglesias, Edgar López, Noelia Marló, Silvia de Pé, Julia Piera, Rodrigo Sáenz de Heredia, Natán Segado y Juan de Vera. Es toda una exhibición a nivel interpretativo en la que no hay que olvidarse de la magnífica dirección de actores, sacando el máximo partido a cada uno de los componentes del elenco.
La puesta en escena es espléndida, ha sabido plasmar a la perfección la complejidad emocional del texto y de sus personajes, potenciando los gestos, los silencios y el aura de la inminente catástrofe que inunda la Sala Guirau de principio a fin, aunque la duración sea extensa. Juan Carlos Pérez de la Fuente nos brinda una dirección meticulosa y cargada de gusto, con unas transiciones en las que José Manuel Guerra juega con maestría con las luces y las sombras e Ignacio García con la ambientación sonora. Me encanta el diseño de escenografía de Ana Garay, que recrea multitud de estancias y lugares según va transcurriendo la obra.
En definitiva, teatro clásico con una mirada renovada que resulta absolutamente maravillosa.
Crítica realizada por Patricia Moreno