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21.02.2025 Teatro  
Requiem – Crítica 2025

Romeo Castellucci debuta en el Gran Teatre del Liceu de Barcelona con Requiem, una hipnótica producción escenificada basada en la obra de Mozart con la que el director celebra la vida. Un espectáculo que invita a trascender el presente y celebra la condición humana en toda su fragilidad y belleza que no caló entre todos los presentes.

El prestigioso director italiano Romeo Castellucci, una de las figuras más destacadas de la escena teatral contemporánea, presenta por primera vez una de sus propuestas en el Liceu de Barcelona. Requiem, una producción escenificada a partir del Réquiem de Mozart y otras piezas del compositor, se presenta bajo el inconfundible sello del director cuya visión teatral lo convierte en la celebración definitiva de la existencia y en la superación de los tópicos sobre la fugacidad de la vida.

En sí, el Réquiem de Mozart es una obra litúrgica que describe el viaje espiritual del alma hacia su destino final, siguiendo el texto tradicional de la misa de difuntos. Al mismo tiempo, es una oración que implora piedad tanto por los vivos como por los muertos, ofreciendo una reflexión sobre la fragilidad humana y la esperanza de encontrar consuelo en el más allá. Esta obra, a pesar de su autoría final compartida, es de una gran magnitud musical y emocional. Considerada una de las piezas más emblemáticas del repertorio mozartiano y una de las composiciones religiosas más conocidas de la música occidental, la obra trasciende de su función original de misa de despedida para un difunto. Una partitura llena de potencia emocional y belleza melódica que han hecho de esta composición un símbolo universal de reflexión sobre la vida, la muerte y el sentido trascendental del paso del tiempo.

Especializado en propuestas escénicas ricas en simbología y referencias poéticas, que cubren desde el repertorio de ópera hasta obras maestras sin argumento, Romeo Castellucci ha elegido la Misa de Réquiem de Mozart como punto de partida (ya que no es solo una versión escenificada del Requiem de Mozart, sino una acción teatral que utiliza como música de acompañamiento diversas piezas religiosas y profanas del compositor como Ne pulvis et cinis, un fragmento de su ópera inacabada Thamos, rey de Egipto, o el principio de su Miserere, compuesto en 1770, cuando Mozart tenía 14 años) para proponer una reflexión sobre la vida y la muerte, los dos extremos de un ciclo que generan las condiciones para que se originen tanto el milagro de la creación como la catástrofe de la destrucción.

Castellucci nos presenta una de sus grandes experiencias teatrales llenas de simbolismo y plasticidad en la que pone a la muerte como el verdadero objetivo de nuestra existencia. Una muerte que evita el fatalismo de la visión cristiana tradicional en la que se fija la obra de base y que concibe la muerte como la liberación del alma hacia un destino final. Aquí, el director propone una exploración del ciclo de nacimiento, destrucción y renacimiento, en el que la vida y la muerte se convierten en estados transitorios dentro de un movimiento perpetuo. Esta perspectiva se expresa en acciones teatrales que van desde plantar un árbol hasta representar la desaparición de una anciana tras morir. A través de estos momentos, la escenografía ilustra que, tan pronto como brota la vida, también se acelera el ciclo de su destrucción.

Escrita para orquesta, coro (el gran actor principal de la obra y el que más aplausos se llevó en la noche del estreno) y cuatro solistas, la pieza original de Mozart se interpreta en esta producción con las voces de cuatro estrellas internacionales: la soprano Anna Prohaska, que debuta en el Gran Teatre con su voz cristalina y llena de matices; la mezzosoprano Marina Viotti, reciente ganadora de un Premio GRAMMY que nos ofrece una expresividad y profundidad envidiable; el tenor Levy Sekgapane conocido por su brillantez y agilidad vocal y el bajo Nicola Ulivieri con un registro imponente que confiere solemnidad a la parte más oscura y trascendental de la partitura. Cuatro voces excepcionales que, junto al exultante y jubiloso Coro del Gran Teatre del Liceu, dirigido por Pablo Asante, ayudan a resplandecer esta experiencia aún más allá de lo permitido. Todos ellos, bajo la dirección musical del maestro Giovanni Antonini, se postraron al servicio de una de las obras más conmovedoras del repertorio sacro, ofreciendo una interpretación llena de lirismo e intensidad emocional y vocal.

El resultado, el cual generó disparidad de opiniones entre los presentes, fue una acción de teatro vanguardista que critica la visión material del mundo y propone una exploración espiritual. Una experiencia que, a mi parecer, en ocasiones se torna tediosa y desubicada, y que nos hizo restar importancia a la excelsa partitura que se interpreta de forma majestuosa por el coro y las voces principales. Una obra que dividió al público presente entre los que piensan que lo disfrutado fue un excentricidad sin sentido que enmascara a la partitura, y los que piensan que es una instalación artística hipnótica en continua transformación. Sea cual sea tu opinión, lo vivido fue arte.

Crítica realizada por Norman Marsà

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