La troupe española de Gypsy, dirigida por Antonio Banderas, llega al Teatro Apolo de Madrid. Una adaptación del musical creado en 1959 por Arthur Laurents, Jule Styne y Stephen Sondheim protagonizada por Marta Ribera, Lydia Fairen y Laia Prats con sus buenas dosis de drama, vodevil y burlesque.
La aparición en la cartelera de un musical merece ser siempre aplaudida. No es riesgo menor para una producción como la de Gypsy con un elenco de veintinueve intérpretes y una orquesta en riguroso directo con dieciocho instrumentistas, además de sus suplentes y técnicos. Antonio Banderas apostó hace años por hacer patria de esta manera y ya va por su cuarto montaje tras los anteriores A chorus line (2019), Company (2021) y Godspell (2023), todos ellos, al igual que este, estrenados en el Teatro del Soho de Málaga.
El punto de partida es la ambición de una madre que busca convertir a sus dos hijas en estrellas del espectáculo, del género del vodevil, cueste lo que cueste, sin importar lo que ellas deseen, a dónde haya que ir o a quién convencer o llevarse por delante en el EE.UU. de hace un siglo. Una historia que parte de las memorias de Gypsy Rose Lee y que Arthur Laurents convertiría en libreto, al que Jule Styne le daría música y a cuyas canciones Stephen Sondheim le pondría letra. Un trío, sin lugar a dudas, sublime, responsable de novelas como Tal como éramos, partituras como la de Funny Girl o temas inolvidables como los de West Side Story o Into the Woods.
Producción que ha deslumbrado en varias ocasiones en el West End y en Broadway, y que el pasado 17 de octubre tomó forma por primera vez en nuestro idioma con su libreto y canciones traducidas, respectivamente, por María Ruiz y Roser Batalla. Trabajo siempre retador y del que cabe señalar su más que correcto acople a las diferencias y particularidades de nuestro idioma. A partir de ahí, Arturo Díez se ha encargado de la dirección musical, Borja Rueda ha adaptado las coreografías de Jerome Robbins, otro nombre mítico de los musicales, y Antonio Banderas ha dado forma a todo ello confiando en encandilar a sus espectadores.
¿Lo consigue? Sí cuando la acción se centra en sus personajes, con Marta Ribera como madre y Lydia Fairén y Laia Prats como sus hijas. Interpretan, bailan y cantan y lo hacen de manera simultánea, transmiten cuando cantan y suman su capacidad vocal a sus dotes interpretativas. Tras ellas, secundarios como Carlos Seguí, Aaron Cobos o Carmen Conesa aportan a la función sus buenas dosis de acción dramática, capacidad físico-coreográfica y picardía impudorosa en su narración. Una progresión en la que los números musicales son siempre más que los meramente teatrales, y que resulta más contenida en su parte vodevil y más libre en la burlesque.
¿Cuándo no lo consigue? Cuando nos ha de trasladar de un lugar, atmósfera o localización a otra. La escenografía diseñada por Alejandro Andújar tiene dos partes, la que tiene su base sobre el escenario, y la que lo enmarca. Bien resuelta la primera, la segunda se fundamenta en proyecciones sobre una versatilidad de telones y cortinas que, aunque se ajustan a su cometido, restan impacto a la fantasía, ilusión y magia que se le presupone a todo musical. Supongo que ha sido una decisión determinada para adaptar la producción a cualquier caja escénica que la acoja, lo que le da sentido, pero el resultado te deja con la sensación de haber sido capaz de más.
Crítica realizada por Lucas Ferreira