El teatro de la Abadia de Madrid rinde homenaje a la escritora salmantina Carmen Martín Gaite en el centenario de su nacimiento con la adaptación teatral de Caperucita en Manhattan, con dirección y dramaturgia de Lucía Miranda.
Casi antes de su estreno la Abadía colgaba el cartel de entradas agotadas para todas las funciones. Un indicativo de la pasión doble que despierta una escritora inmortal como Martín Gaite, y una novela imaginativa y emocional que vive en la memoria de todos los que la leímos. Un texto vibrante que convierte a la Caperucita de Perrault en una niña osada, sin miedo, que busca incansable la libertad, sea lo que sea eso, en un cuento de hadas con bosques urbanos y metros ruidosos.
Al frente de tanta expectativa, se coloca la imaginación desbordada de Lucía Miranda. Una directora capaz de explorar libremente el texto y dar vida fantástica y surrealista a una novela llena de posibilidades que materializa en un montaje colorista, vivo, gamberro, musical y de ritmo inconstante, que se acelera y ralentiza al tiempo que la exploración personal de su protagonista.
Cada lector tiene su imagen de la aventurera Sara Allen. Una imagen de su abuela, del malvado Mr. Woolf o de la irreductible Miss Lunatic. También tenemos una imagen de ese Manhattan de cuento, que nos narra Martin Gaite, con sus parques acechantes, sus avenidas de altos edificios iluminados, y su omnipresente Estatua de la Libertad. Un mundo que dibujamos con la misma intensidad con que la historia nos alcanza.
Reconozco que yo no encontré mi cuento, pero si la firma de Miranda. Su propuesta obedece a una lectura más pop, de colores pastel, pelucones y recuerdos de un Nueva York perdido en el tiempo. Un montaje en el que la omnipresente “isla con forma de jamón” se desdibuja en favor de una escenografía, diseñada por Alessio Meloni e iluminada por Pedro Yagüe, que nos plantea la batalla entre lo doméstico y lo imaginativo a través de columnas de lavadoras de lavandería. Un espacio versátil que transforma las limitaciones de lo utilitario en puertas a la más desbordada posibilidad creativa.
No obstante, además del sello inconfundible de Miranda, hay un excelente trabajo interpretativo. Cuatro mujeres, Carolina Yuste, Miriam Montilla, Carmen Navarro y Mamen García, dan vida a los 25 personajes. Junto a ellas en escena, como una presencia sigilosa, Marcel Mihok al contrabajo, dibuja un fondo musical elegante con ecos de jazz, que nos traslada a esa noche neoyorkina.
Carmen Navarro, polifacética, asume todos personajes secundarios y los masculinos con gran visión cómica. Miriam Montilla, como la madre convencional, cariñosa y desbordada por las amenazas del mundo y también como la abuela despreocupada y estrafalaria, nos emociona. Finalmente, llegan los pesos pesados, Carolina Yuste, como esa Caperucita moderna, inquieta, con la gravedad que imprime en sus trabajos, esta actriz que hacen de Sara Allen una niña con más seriedad de la que dibujo en mi recuerdo. Y Mamen García es Miss Lunatic, trasunto de la propia Martín Gaite, la representación de la libertad, sabia, divertida, a veces irónica. Ella es el alma de este cuento. Un enigma. Todo lo anterior parece solo un largo preludio para su llegada. Un hada madrina que mostrará el rumbo a Caperucita, que la redimirá y Mamen García es ella en toda su plenitud. Fiel al libro y a la huella que nos dejó su autora cuando la escribió. El trabajo de Mamen es entrañable y capaz de transmitir las vueltas y pistas que velan todos los discursos de su personaje. En mi opinión, lo mejor de este montaje.
Caperucita en Manhattan es una obra que cierra un duelo, el que atravesó su autora tras la muerte de su hija. Es un cuento oscuro con un final luminoso en el que la desobediencia se premia con la libertad. Inevitablemente cada lector construimos un mundo en cada lectura. El mío no es tan colorido y vibrante como el que propone Lucía Miranda, pero reconozco su firma y aprecio su estilo y la lealtad de su propuesta al universo infinito de Carmen Martín Gaite.
Crítica realizada por Diana Rivera