Tan echadita pa’lante, tan sin miedo. Estas frases inician y descubren el fascinante viaje por la experiencia infantil que enmaraña Panza de burro, una obra que explora, juega y experimenta como los propios niños en vacaciones. Teatro del barrio de Madrid acogió el pasado fin de semana esta pieza teatral, llevada a escena por la compañía Delirium Teatro.
Panza de burro es una obra teatral que adapta con mucho mimo y ternura la exitosa novela homónima de Andrea Abreu (Editorial Barret, 2020). La narración se centra en la estrecha y curiosa relación de Shit e Isora, niñas de diez años, durante el transcurso del verano en un pequeño pueblo enclavado en la ladera del volcán del Teide (Tenerife, Islas Canarias). Y, con delicadeza poética, explora los aprendizajes de la infancia: los sueños, añoranzas y promesas que se gestan durante el transcurso de un verano aburrido, en el que bañarse en el mar y tomar el sol son solo deseos, no posibilidades.
La propuesta destaca por su amorosa y desenvuelta representación de la idiosincrasia y la cultura canaria, mientras enfrenta con valentía temas tan complejos como los trastornos alimenticios, el abuso sexual y la homofobia. Al mismo tiempo, destruye ante la audiencia el mito turístico sobre las islas, dibujadas a ojos extranjeros como el paraíso terrenal, bañado por la luz solar y el azul profundo del océano.
El título, Panza de burro, expresión que apela al color del cielo encapotado, descubre la situación de tristeza e incomprensión que atraviesan las protagonistas a lo largo del relato: rodeadas de nubes en pleno agosto, esperando con desesperanza que alguien las acerque hasta la playa y pasando las tardes hablando con extraños de internet a través del ordenador del cíber.
Bajo la dirección de Severiano García Noda, la puesta en escena alcanza una calidad espléndida. La sencillez de su escenografía contrasta positivamente con la complejidad de las interpretaciones y el movimiento escénico. Silvia Criado y Delia Santana, quienes encarnan a las pequeñas protagonistas, evocan con una sinceridad conmovedora el tierno y, a su vez, extraño recuerdo de ser niñas.
Cantan, bailan, gritan y se pelean con la intensidad y crudeza que caracteriza a la infancia, llenando así el relato tanto de momentos de genuina diversión, como de una tristeza desoladora. Les acompañan en el escenario Soraya González del Rosario (también productora de la pieza), Delia Hernández y Javier Socorro, que ayudan a elevar el montaje a una dimensión más rica y entrañable.
Se trata de una joya que, al pegajoso ritmo de Mentirosa de Ráfaga u Obsesión de Aventura, nos invita a reflexionar sobre la complejidad de la vida, la vulnerabilidad y el camino para superar los miedos. “Tan echadita pa’lante”, piensa Shit, apodada de esa manera por resaltar la belleza que emana de la mierda, sobre su mejor amiga. Con una admiración tan grande que parece que va a explotarle el corazón. Y esa es la misma sensación que le queda al público tras ver esta obra.
Crítica realizada por Judith Pulido