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24.01.2025 Críticas  
Travy – Crítica 2025

El Teatro de la Abadía de Madrid arranca el 2025 con un montaje surrealista, afilado y divertidísimo que llega a la capital después de un exitoso recorrido por el circuito catalán. Travy, producido por Bitò, es el homenaje que Oriol Pla hace al teatro, a su familia, los Pla-Solina, y a los conflictos que los cambios generacionales imprimen en ambas.

Oriol Pla, director, actor y coautor de la dramaturgia con Pau Matas Nogué nos presenta un espectáculo que es una destilación de amor por su oficio y por su propia familia. Una propuesta diferente que, con un lenguaje poético y surrealista, confronta dos formas de entender la vida y el arte, la de una generación que se apaga y la de otra que lucha por encontrar su sitio.

El montaje elude cualquier convención y eleva la idea de metateatro a una dimensión física, antes incluso de comenzar, ya que accedemos a la sala recorriendo las traseras del teatro, pasando entre bambalinas para finalmente, atravesando el telón, entrar por el propio escenario a las butacas. Este recorrido sinuoso, además de darnos la oportunidad de disfrutar de una perspectiva que nos es ajena como público, nos aproxima a los actores y elimina cualquier cuarta pared o “ventana”.

Lo que sigue tras este momento es pura fantasía. Arranca con una suerte de prólogo que interpreta Oriol Pla. Una pantomima de elocuencia exuberante que el actor ejecuta con enorme plasticidad y precisión de relojero. En él, Oriol nos muestra las rutinas e inseguridades de su vida, y cómo se le encarga un proyecto teatral que lo arrastra en un tormentoso camino creativo que lo descompone (y desfigura) hasta encontrar una idea: montar un espectáculo con su familia. El espectáculo definitivo, quizá el último. Sólo queda consensuar su contenido con ellos. Nos sumergimos así en la trama, integrándonos en el corazón de los Pla-Solina, en su comedor, en su taller y en su sala de ensayos. Dialogan, discuten y aunque las ideas fluyen, el acuerdo encalla. La visión de los padres, Quimet Pla y Núria Solina, colisionará con la de sus hijos, Oriol y Diana Pla. Los primeros representan una forma de hacer teatro que se marchita. Son la vanguardia de los setenta, surgida tras la represión: libertad creativa , música, pasacalle, circo, máscaras. Son juglares, más que payasos. Son filósofos, más que actores. Artistas integrales capaces de emocionarte y hacerte reír al mismo tiempo recitando el monólogo de Hamlet mientras cocinan una tortilla francesa (enorme Quimet).

Frente a ellos se sitúa una vanguardia diferente, representada magníficamente por Diana Pla. Ella será la voz de lo performático, lo post dramático, aquellos lenguajes que superponen la plasticidad al contenido, o que exploran el contenido a través de la forma. ¿Y en el medio? En el medio se encuentra Oriol, buscando el equilibrio dentro de un caos artístico y familiar que se desata una y otra vez.

Pero Travy encierra otra reflexión aún más aguda. La discusión sobre el espectáculo sirve de trasunto a otra de contenido personal que enfrenta dos momentos vitales muy diferentes. Las inseguridades e ilusiones de unos hijos que miran al futuro con expectación y zozobra. Y la de unos padres que observan su pasado con nostalgia, y viven el presente con aceptación serena. Todo ello con una puesta en escena enloquecida, vibrante, siempre en movimiento, que nos mantiene magnéticamente enfocados y erguidos en nuestras butacas, atentos a esta explosión creativa. Un espacio vivo cuyo diseño firma Sílvia Delagneau y que ilumina con punto a veces circense Lluís Martí.

El resultado de este magnífico trabajo es una obra hilarante, afilada y surrealista. Extrae lo mejor de cada uno de estos brillantes artistas en un espectáculo total que, se repite una y otra vez, encerrado en un bucle que nos devuelve a la mesa familiar con tropiezos idénticos de naturalidad pasmosa. Reímos, nos emocionamos y nos dejamos arrastrar por esta locura ordenada en la que pasa de todo y en el fondo nada.

Travy es maravilla, ingenio, saber hacer. Es amor a un oficio y respeto a una tradición. Es un homenaje hacia los Pla- Solina y un regalo que éstos nos hacen al invitarnos como espectadores a participar de su mesa y sus recuerdos. Entramos al teatro por el escenario pero salimos de la sala abrazando a esta familia que nos ha acogido por unas horas. Sólo nos queda aplaudir de pie y agradecer la maravillosa experiencia. Gracias Pla-Solina, gracias Oriol.

Crítica realizada por Diana Rivera

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