El Gran Teatre del Liceu de Barcelona presenta una de las óperas más representadas a nivel mundial: La Traviata de Giuseppe Verdi. La aclamada versión de David McVicar, bajo la dirección de Giacomo Sagripanti, y en las voces de Nadine Sierra, Javier Camarena y Artur Ruciński resitúa la historia en los bajos fondos de París, en un entorno oscuro y amoral.
La Traviata de Giuseppe Verdi narra la historia de Violetta Valéry (Nadine Sierra), una joven cortesana que, aunque vive una vida de lujos y placeres superficiales, experimenta por primera vez el amor verdadero cuando conoce a Alfredo Germont (Javier Camarena). La ópera se ambienta a finales del siglo XIX, en París, y refleja los conflictos morales de la alta burguesía. Las presiones sociales y familiares, representadas por el padre de Alfredo, Giorgio Germont (Artur Ruciński), la condenan a renunciar a la felicidad para preservar el honor de la familia. La enfermedad de Violetta, tuberculosis, un amor roto y la desolación de la pérdida la llevarán a un fin trágico, ofreciendo una visión conmovedora sobre la imposibilidad de encontrar y mantener el amor verdadero en un mundo marcado por los prejuicios y la hipocresía.
La Traviata fue, en su estreno de 1853, una ópera innovadora: por primera vez, una historia sobre la muerte, el rechazo social y el amor imposible, no tenía lugar en la antigüedad, sino en el presente. Verdi descubrió la obra de La dama de las camelias –inspirada en la novela de Alexandre Dumas (hijo), del mismo título– en París un año antes, e inmediatamente decidió escribir la música para una historia saboteada por una sociedad hipócrita inspirada en la relación real de Dumas con la cortesana Marie Duplessis.
Aunque la opera no fue entendida por la sociedad de la época que la entendió como una burla, la ópera ha llegado a convertirse en una de las operas más representadas en el mundo; por encima de Die Zauberflöte de Wolfgang Amadeus Mozart. Incluso, se afirma que hasta que las representaciones cesaron en el inicio de la pandemia del Covid en 2020, no había pasado un solo día en diversas décadas en el que La Traviata no se representara en alguna ciudad del mundo.
En la versión que nos presenta el Gran Teatre del Liceu de Barcelona, David McVicar plantea la producción como una revuelta contra la imagen glamurosa de muchas décadas de versiones lujosas y coloristas y resitúa la historia de La traviata en los bajos fondos de París. Concretamente en la casa de la cortesana Violetta Valéry (Nadine Sierra), donde nuestra protagonista vive llena de lujos y placeres, ganancias obtenidas en su savoir faire, en la que día sí y día también se realizan fiestas a las que se invita a la alta sociedad y a las compañeras de profesión de la anfitriona.
McVicar nos ofrece una visión oscura, frívola y amoral en una casa lujosa pero llena de sombras donde la felicidad que se respira es pura fachada. Una penetrante y destacable escenografía creada por Tanya McCallin que nos presenta la decadencia del alma de la cortesana. Los cambios de espacio en la casa se realizan con el simple movimiento de unas telas que tapan parte del escenario y lo muestran cuando es necesario; creando así la ilusión de una gran casa señorial. Así, la escenografía apoya la visión de McVicar, quien se aleja del melodrama convencional y colorista, para hacer hincapié en el dolor y la soledad de la protagonista, así como en la crítica a la hipocresía de la clase social dominante, tanto de la época de la ópera como de la sociedad contemporánea. La crueldad mostrada sin tapujos.
Junto a la escenografía, la tenue iluminación creada por Jennifer Tipton apoya esta decadencia poética que solo resplandecerá tras conocer que nuestros protagonistas han pasado su primera noche juntos. Tras ello, la iluminación volverá progresivamente a las sombras, recrudeciendo el avance de la enfermedad de Violetta y el vacío que esta siente al perder a Alfredo.
En la parte interpretativa, Nadine Sierra nos presenta a una perfecta Violetta Valéry; así lo demostraron los constantes vítores del público en la noche del estreno. Aria tras aria, el público estallaba en aplausos y gritos dejando claro que la soprano norteamericana era su favorita de la noche. Y no fue para menos, ya que el personaje que interpreta es harto complicado. Verdi decidió escribir una partitura compleja que no todas las sopranos pueden defender, puesto que en casa uno de los actos, se necesita un tipo de soprano (ligera, lírica y/o dramática) que pueda defender una partitura desafiante. Sierra demostró, sin titubear, que ella era la mejor opción para defender el rol con seguridad y aplomo. Una interpretación emocionante y vibrante que el público presente agradeció con creces.
Junto a ella, y sin quedarse atrás, Javier Camarena nos presentó un Alfredo Germont inigualable. Su seguridad en escena es sinceramente admirable y su interpretación vocal, brillante y luminosa, excelsa. Al igual que Sierra, Camarena se llevó grandes aplausos y vítores del público en varias de sus apariciones, ofreciéndonos un Alfredo que evolucionaba desde su jovialidad y enamoramiento, pasando por una ciega venganza, para acabar en comprensión y redención en el acto final. Camarena supo hacer crecer de forma exponencial a su personaje, mostrándonos un recorrido claro bajo una voz de oro.
Por su parte, el barítono Artur Ruciński nos ofreció un Giorgio Germont a la altura de las expectativas. Como padre de Alfredo, Ruciński presenta a un burgués estirado que solo piensa en su propia reputación; aunque ello atente contra la felicidad de su hijo. Así, el intérprete toma el papel de la sociedad hipócrita que Verdi tanto quería retratar y lo muestra desde las entrañas de un padre que parece preocuparse por su hijo pero que, realmente, solo se preocupa por su apellido familiar. Ruciński se coronó como uno de los más aplaudidos en la noche del estreno realizando una de sus mejores actuaciones en el templo de la ópera barcelonés.
Alabar también el trabajo de un elenco solvente y seguro en el que destacaron la mezzosprano Gemma Coma-Alabert como Flora Bervoix, y de Patricia Calvache como Annina; quienes nos presentaron unos personajes cercanos y reales que guardaremos para el recuerdo.
Por su parte, el coro del Gran Teatre del Liceu dirigido por Pablo Assante, estuvo sobresaliente en sus interpretaciones vocales e, incluso, nos ofrecieron grandes actuaciones performativas durante las fiestas de Violetta. Como siempre, una apuesta segura y insigne en las producciones del teatro.
Por último, destacar el trabajo del director musical italiano Giacomo Sagripanti quien, a la cabeza de la Orquesta del Gran Teatre del Liceo supo ofrecernos una detallada y cuidada lectura de la partitura de Verdi destacando perfectamente momentos solistas en las arias de los personajes principales que ayudaron a ahondar aun más en las interpretaciones.
Sin duda esta Traviata será recordada como una de las más especiales acaecidas en el Gran Teatre del Liceu de Barcelona.
Crítica realizada por Norman Marsà