Comienzo el año teatralmente asistiendo al estreno de La Otra Bestia en Nave 10 Matadero (Madrid). Una propuesta sobre los infiernos que nos devoran protagonizada por Ana Rujas y Joan Solé en una dramaturgia y dirección firmada por José Martret y Pedro Ayose.
Vivimos tiempos turbios. Elon Musk se ha propuesto que nos gobiernen los malos, Mark Zuckerberg se ha bajado los pantalones ante ellos y en nuestro país exigimos cuentas a los que se defienden y no a los que nos faltan al respeto y se ríen en nuestra cara. Panorama esquizoide que calienta el ambiente facilitando que los demonios que nos habitan den la cara, actuando como insolentes dueños y señores de nuestro cuerpo y nuestra alma.
Momento propicio para mirarnos al espejo y en los ojos del otro e intentar dar forma, verbo y expresión, palabras y retórica, diálogo y comunicación, a todo eso que, paradójicamente, nos define y nos impide, nos presenta y nos anula. Proceso, aventura y misión para la que no nos sentimos capaces y nos aterra lanzarnos a ello por no dilucidar hasta dónde nos puede llevar. ¿Nos liberará? ¿Nos alejará de nuestro punto de origen? ¿Nos vaciará y dejará sin sentido?
Aventura a la que Ana Rujas le dio forma literaria en 2023 y que ahora toma forma teatral gracias al saber hacer de José Martret y Pedro Ayose. La otra bestia se presenta como una producción muy bien estilizada en el plano visual, con un preciso diseño de espacio escénico, iluminación y sonido a cargo de Alessio Meloni, David Picazo y Sandra Vicente. Una aridez, parquedad y frialdad eléctrica que le va como anillo al dedo a la seriedad, neurosis y paranoia que se nos relata.
Más sensaciones que narración, más delirio que tramas, Martret y Ayose nos proponen un enfoque similar al que que tan buenos resultados les dio en La infamia. La retransmisión en vivo, pantallas mediante, subraya lo que está ocurriendo e intensifica la emocionalidad de su relato y conflicto. Un recurso que acrecienta la capacidad interpretativa, gestual y expresiva de Ana Rujas y Joan Solé. Una pareja que, haciéndose daño y violentándose como manera de quererse, lucha por separarse y unirse.
Sin embargo, la introspección de su retórica, el agujero negro psíquico al que se lanzan, dificulta saber qué les ocurre, qué rumian, de qué se quejan y vanaglorian y de qué acusan al otro, qué les ilusiona, buscan y de qué se arrepienten. Si su propósito es solucionar, romper o transformar, enfangarse en el pasado o mirar hacia adelante. Ruido anímico en el que se envuelta la intervención de Teo Planell (o Itzán Escamilla, según el día que trabaje uno u otro).
Abstracción en la que deduzco crisis de pareja, diferencias sociales y deseo de maternidad, pero me faltaron anclajes con los que concretarlos y comprender el papel que juegan en ese mapa relacional y sus exactas coordenadas. Nebulosa en la que me sentí miope pero en la que, entretanto, me dejé llevar por la entrega anímica y corporal de Rujas y Solé y con la sensibilidad e inteligencia con que Martet y Ayose llegan a lo nuclear de lo que tienen entre manos.
Crítica realizada por Lucas Ferreira