Inextremis Teatro presenta en el Teatro de La Abadía de Madrid la obra El mundo está roto pero se puede caminar, una preciosa historia que reflexiona sobre el efecto sanador de la literatura. La obra explora las relaciones personales entre un padre y una hija, demostrando cómo el amor nos salva cuando nuestro mundo se descompone.
Fernando Bernués dirige este texto de Harkaitz Cano que se presenta con formas aparentemente humildes pero un fondo inmenso, emocionante y honesto. El mundo está roto pero se puede caminar es una historia pequeña que nos demuestra como las grandes transformaciones personales se fraguan desde lo pequeño.
Oihana tiene diez años, es una niña feliz que pierde abruptamente a su madre, y una brecha se abre en la relación con su padre. Pero éste, creativo y tierno, se apoya en la literatura para crear un juego con su hija, que primero la arrancará del mutismo y posteriormente le dará las herramientas para enfrentarse a esa nueva realidad sin su madre, diferente e imperfecta. La biblioteca de su localidad y la bibliotecaria se convertirán en sanatorio y médica para la ilusión descompuesta de Ohiana, y en aliados indispensables de ese padre.
Los textos de Jutta Bauer, Sylvia Plath, Julio Cortázar y Chinua Acheber construirán los puentes invisibles que permitirán a esta familia caminar y reencontrarse. En el proceso abrirán los ojos de la niña hacia un universo, el de la literatura, que la modelará como adulta.
La dramaturgia de Harkaitz Cano es delicada en todos los aspectos. Emociona sin cursilería. La relación entre padre e hija está trazada con amor pero sin condescendencia. Es honesta. Identificamos el penoso sendero que atraviesa la niña y los denodados, a veces torpes, intentos del padre por no dejarla caer, y lo hacemos con sonrisa emotiva y a veces alguna lágrima furtiva. No hay recursos fáciles, ni atajos blandengues que busquen la emoción fácil.
Lo mismo sucede con las numerosas referencias literarias que salpican el texto. Citas de literatos, a priori poco adaptados al público infantil, entran en escena con naturalidad, enriqueciendo la narrativa sin asomo de pedantería, permitiendo que la cultura pueda ser percibida por los espectadores más pequeños como parte del juego.
Bernués plantea la dirección con el mismo criterio lúdico y emotivo. El escenario se puebla de estanterías, torres de libros como el bosque emocional y literario que Oihana atraviesa. Una biblioteca de las mil posibilidades que encierra a su vez otros mundos más domésticos. Un puesta en escena versátil que se complementa con la proyección de las preciosas ilustraciones que la cineasta Isabel Herguera dibujó para la versión impresa.
Los hermanos Iratxe García Uriz y Txori García Uriz, fundadores de Inextremis, interpretan a padre e hija. Su trabajo es como la dramaturgia de Cano, fino, delicado y emotivo. Txori Garía nos rompe un poco por dentro con gestos sutiles, haciéndonos sentir una empatía sin límites. Iratxe, por su parte, nos guía en el proceso transformador que vive la protagonista, equilibrando la perspectiva adulta con la mirada infantil en un balance magistral. Finalmente, Leire Ruíz completa el elenco representando a la hacedora bibliotecaria, imprescindible en el viaje de la protagonista, con la energía inspiradora que anima a su personaje.
El mundo está roto pero se puede caminar es una de esas historias pequeñas llenas de verdad que nos emocionan con su sinceridad. Un relato del amor de un padre hacia su hija que se apoya en dos elementos que nos deben construir como individuos: el deseo de jugar y el ilimitado mundo que la literatura pone a nuestros pies. Yo no me la perdería. Nos ofrece un impagable momento de inspiración para celebrar estas fiestas y arrancar un nuevo año.
Crítica realizada por Diana Rivera