Andrés Lima nos traslada al 18 de julio de 1936 y tras cuatro horas de función en el Teatro Valle Inclán de Madrid (Centro Dramático Nacional) consigue que tengamos una visión más amplia, profunda y presente de lo que supuso la Guerra Civil. Resultado de un trabajo sobresaliente de quienes firman su texto, lo interpretan sobre el escenario y le dan soporte técnico y artístico.
No era fácil, pero Andrés Lima ha estado a la altura de sus anteriores Shock 1 (El cóndor y la pluma) y Shock 2 (La tormenta y la guerra). Aunque esta producción no se presente con este antetítulo, se puede entender como tercera parte o culminación de esta trilogía que explica nuestro pasado y cómo este ha dado forma a nuestro presente. Tres años de guerra fratricida iniciada con alevosía y premeditación por quienes pretendían quedarse con todo y subyugar a sus contrarios. Un tiempo que, como bien decía Almudena Grandes, se prolongó varias décadas más, bajo la forma de una dictadura asesina, en una guerra interminable (recordemos la adaptación de su novela y episodio, La madre de Frankenstein, la temporada pasada).
Un largo período de nuestra historia sintetizado aunando teatro documento, recreación y ficción, discursos y diálogos, coreografías y movimiento escénico, dramatismo y comedia, absurdo y vodevil, silencios tronadores y musicalidad coral, con meta teatro y saltándose la cuarta pared. Viajando en el tiempo, desde el antes de aquella fatídica fecha hasta el hoy, sumando a la posibilidad transformadora de la dramaturgia la inspiración del potencial psicológico de lo corpóreo.
Representación en tres actos. En el primero el planteamiento de Albert Boronat y Andrés Lima recuerda a sus dos anteriores trabajos conjuntos, aunando ritmo, información y momentos y personajes históricos. En el segundo entran en lo explicativo y la ejemplificación, destacando los mensajes que estaban transformando las atmósferas personales y colectivas y las idiosincrasias políticas de un pueblo y un país. Y en el tercero es cuando 1936 se eleva emocional y espiritualmente, sumando a lo anterior la fuerza del reconocimiento del dolor y la convicción, así como la utopía de la conexión, la ilusión y la esperanza.
El texto escrito por Juan Cavestany y Juan Mayorga, además de Boronat y Lima, es de los que merece ser leído y estudiado. Por su capacidad para aunar el ayer y el hoy y transmitir lo general desde lo concreto, yendo desde los despachos, el frente de batalla y las reuniones de alto copete a las salas de fiestas, la oscuridad de los refugios y el frío de infinidad de hogares. Sirviéndose para ello de personajes anónimos, cotidianos y mundanos y de los que se han colado en los manuales de historia por cebar la indecencia o por luchar contra ella.
Multitud que encarnan en una interpretación poliédrica con sobresaliente solvencia el elenco compuesto por Antonio Durán “Morris”, Alba Flores, Natalia Hernández, María Morales, Paco Ochoa, Blanca Portillo, Guillermo Toledo y Juan Vinuesa. Equipo que se complementa como un guante con la frescura y la sorpresa de los integrantes del Coro de Jóvenes de Madrid, quienes tan pronto entonan a capella piezas clásicas como coetáneas al tiempo que relata 1936, como se transforman en los secundarios silentes que necesita su representación.
Expresividad a la que se ajusta como un guante la video creación de Miquel Àngel Raió y la composición musical de Jaume Manresa, suscitando la petición de que el Centro Dramático Nacional de a conocer su ingente trabajo de documentación en el que deduzco fuentes como la Filmoteca Nacional y pinacotecas varias. Súmese a ellos la polivalente iluminación de Pedro Yagüe, la escenografía y el vestuario de Beatriz San Juan en el que es, sin duda, uno de los montajes de la temporada.
Vayan y disfruten con este ejercicio de memoria histórica. Vayan e infórmense con esta propuesta de memoria democrática. Vayan y tomen conciencia.
Crítica realizada por Lucas Ferreira