El Eixample Teatre de Barcelona presenta El Gé. Una obra con dramaturgia y dirección de Emma De Martino y protagonizada por Avelino Piedad, que nos ofrece un espejo donde mirarnos como sociedad en un fenómeno tan particular como comunitario: El Chemsex. Una pieza conmovedora y real que nos transporta a la oscuridad de un mundo sexual subyacente.
Paco (interpretado por Avelino Piedad), nuestro personaje, está en su casa luego de 48hs de “Chill” y al quedarse solo se encuentra en el dilema de parar y enfrentarse a su realidad, o llamar a más personas para eludir su dolor. Y decide continuar: los invitados somos nosotros. Viviremos junto a él la experiencia de las 30 horas encerrados en ese bajo que podría ser cualquier gran ciudad y viajaremos a las profundidades del mundo del sexo entre hombres, las drogas y el amor. Un relato que no es más que la búsqueda de su verdad: encontrarse cara a cara con sus miedos, con sus anhelos y con quien realmente es. Y él es nosotros. Y nosotros somos él. Porque al final somos reflejo del deseo más profundo: Ser.
Emma De Martino nos presenta sobre las tablas del Eixample Teatre un texto directo, duro y oscuro donde destapamos una parte del tabú sexual que aun sigue siendo ocultado en nuestra sociedad «pluralmente aceptable»: El Chemsex.
Para quien no sepa de qué hablamos, vamos con una pequeña clase sobre el tema:
El chemsex (adaptado al español como sexdopaje) es el consumo de drogas para facilitar o intensificar la actividad sexual. Sociológicamente, se refiere a una subcultura de usuarios con el uso de drogas recreativas que participan en actividades sexuales de alto riesgo bajo la influencia de drogas dentro de los subgrupos. Esto puede incluir poco uso de condones durante sesiones con múltiples parejas sexuales que pueden continuar durante días. A está práctica también se le conoce como Party and Play (PnP) en Norteamérica y wired play en Australia. La droga más típicamente usada para esta práctica es la metanfetamina, conocida también como crystal meth, tina o T, pero también se consumen otras drogas, como mefedrona, GHB (El Gé, sustancia que da nombre a la obra), GBL4 y nitritos de alquilo (conocidos como poppers). Una variante del mismo es el slamsex, asociado con usuarios que se inyectan las drogas.
Por otro lado, hablando de la sustancia que da nombre a la obra, el GHB (o El Gé) es un potente depresor del sistema nervioso central que inicialmente puede producir sensación de bienestar y euforia. Es mal conocido también como “éxtasis líquido”, aunque sus efectos tienen poco que ver con el éxtasis, que es un estimulante y no una droga depresora como el GHB. En el mercado ilegal circula en forma de líquido transparente y se consume por vía oral generalmente mezclado con agua, por lo que es difícil controlar la dosis consumida y ligeras variaciones en cantidad o pureza producen efectos muy diferentes. Los efectos del GHB varían mucho de una persona a otra. Se perciben a los 10 o 20 minutos del consumo, duran de 60 a 90 minutos, y desaparecen por completo a las 3 ó 4 horas. Aunque los efectos buscados son el aumento de la sociabilidad y de la capacidad de comunicación, pueden aparecer sin embargo, somnolencia, obnubilación, dolor de cabeza, confusión, etc…, e incluso depresión respiratoria, ideas delirantes, alucinaciones y coma. Produce síndrome de abstinencia (insomnio, temblores, sudoración, ansiedad…) si se suspende el consumo habitual.
Emma de Martino nos presenta así una obra social y sin pelos en la lengua que cala en el público. Una pieza que, desde su inicio, le habla directamente y sin tapujos, tratándolo como uno más de los amigos o conocidos que Paco recibe al Chill (o fiesta sexual). Como «asistentes» a esta fiesta que parece no tener fin, conoceremos la historia de un ser humano que sufre y que trata de escapar de sus problemas mediante el sexo desenfrenado y el no sentir. Droga a droga, mezcla a mezcla (eso sí, con dosis controladas por Alexa y Siri, «no nos queremos morir» dice Paco en la obra), entenderemos la vida de un personaje que ha sufrido lo que muchos hemos tenido que soportar durante nuestra corta vida (bullying, maltrato, desprecio… por decir algunas) y que ha aprendido a sobrellevar con la práctica reiterativa y sin control del Chemsex.
El público presente, siempre parte implicada de la historia, recibirá una masterclass sin igual. Pero, a diferencia de lo que se pueda pensar, esta masterclass no está relacionada con las sustancias que el personaje consume (de las cuales, efectivamente, se habla); sino que conocerá y aprenderá de la historia que se oculta tras el personaje: como el ser humano es capaz de sufrir y enmascarar sus problemas mediante un velo semitransparente y que cada vez se oscurece con más facilidad, para llegar al autoengaño de sentirse bien cuando no lo está. Escapar de la vida sin abandonarla; esa dicotomía extraña que al ser humano parece funcionarle tan bien.
Por su parte, Avelino Piedad nos acerca a la historia con un Paco real y cercano. Un personaje que, desde los inicios de la obra, nos damos cuenta que nos es familiar. Reconocemos formas de ser, de actuar, de pensar… La gente del colectivo presente en la sala (la gran mayoría, aunque esta obra es perfecta para todo público adulto, independientemente de su orientación sexual, ya que explica temas que no solo afectan al colectivo LGTBIQ+) empatiza rápidamente con él y su historia. Y es que Avelino Piedad no solo nos habla con palabras. Su cuerpo, sus reacciones, su sensibilidad, sus ojos perdidos, su ansiedad descontrolada… Avelino nos ofrece un personaje lleno de capas que, poco a poco, irán cayendo sobre la escena hasta que Paco, exhausto, cae derrumbado en la cama mientras a nosotros se nos abren los grifos de forma instantánea.
Conseguir un silencio seco y tan característico como el que pudimos escuchar en la sala está solo al alcance de unos pocos y Avelino Piedad lo consigue con la progresión de un personaje que se hace respetar.
Por último, en la parte técnica, me gustaría destacar los excelentes visuales creados por Andrés Torres, ilustraciones que personifican a las sustancias de las que se habla y que van apareciendo en escena como demonios descontrolados mientras la historia avanza; y el bien pensado vestuario de Natalia Ciccarelli. Destacar también, por último, el sorpresivo y destensante número musical llamado «En la Sauna» con música de Gustavo Ramírez (sobre extractos del poema «El paraíso» de Adrián Peñalve) y coreografía de Borja Rueda.
Reiterar que El Gé, al ser una obra que habla del colectivo, no es exclusivamente para el colectivo. Todo lo que en ella se habla es aplicable y extrapolable a cualquier ser humano. Así que, sinceramente, no se la pierdan.
Crítica realizada por Norman Marsà