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25.11.2024 Críticas  
Anna Karènina – Crítica 2024

Carme Portaceli dirige en el Teatre Nacional de Catalunya de Barcelona la adaptación de la vasta y emocionante historia de Anna Karènina, una de las novelas cruciales del siglo XIX. El drama de Leon Tolstói se convierte en tres horas de teatro con grandes artistas, muchas virtudes… y algún que otro pero.

Jane Eyre, Mrs. Dalloway, Frankenstein, La madre de Frankenstein (sin relación)… Carme Portaceli ha dirigido esta última década interesantes adaptaciones de novelas, llevándolas a escena con diversa suerte pero, en general, muy buenas críticas. Textos bien elegidos, con personajes femeninos interesantes y reflejando momentos históricos distintos pero conectados con el nuestro. Ahora trae al TNC la primera gran novela de Tolstói, publicada por entregas entre 1875 y 1878: Anna Karènina, mucho más que la historia de un triángulo amoroso y de una mujer enfrentada a las convenciones de la época.

Ese triángulo entre Anna (Ariadna Gil), su marido Alexei (Jordi Collet) y su amante Vronsky (Borja Espinosa), el escándalo que surge de él y la falta de paridad en cómo trata la sociedad a hombres y mujeres, es solo parte de las historias que se entrecruzan en este drama ruso de época. También está la historia del hermano de Anna, Stiva (Eduard Farelo) que engaña a su mujer Dolly (Bea Segura) con cuanta mujer se cruza en su camino, o la de la hermana menor es esta, Kitty (Miriam Moukhles), dividida entre las atenciones iniciales de Vronsky y las del terrateniente Kostya (Bernat Quintana). Y mirándolo todo desde fuera, una voz ajena (tan ajena que nos habla en inglés, subtitulado en pantalla) que conecta en realidad con los interiores de los personajes y con los sentimientos expresados y ocultos, que encarna la belga-ruandesa Andie Dushime.

Precisamente el personaje de Dushime abre la obra afirmando que esta va a tratar de amor y de familias infelices (que lo son cada una a su manera). Porque aunque Tolstói trata multitud de temas en su novela original (incluso más que los que la obra se permite poner en escena) en realidad esta Anna Karènina trata, sobre todo, de la insatisfacción. Estos rusos de clase alta pueden ser juguetes de sus deseos en mayor o menor grado, pero en lo que son expertos es en no valorar lo que tienen y desear lo que no pueden alcanzar. El perro del hortelano entre Moscú y San Petersburgo.

La interpretación de los actores es maravillosa, permitiendo que empaticemos con personajes de moralidad dudosa y que nos choquen los más rectos, como ocurre en la misma novela. En particular Ariadna Gil y Miriam Moukhles se llevan el gato al agua con estudios muy interesantes del deseo, la libertad, la insatisfacción, el amor y la agonía. Sus personajes son poliédricos y crecen en cada escena, progresan, evolucionan durante el tiempo que va transcurriendo. El vestuario de Carlota Ferrer ayuda a la caracterización de todos ellos, tanto en lo elegante como en lo emocional. Igualmente las proyecciones de Joan Rodón suman siempre estados interiores y lugares físicos.

Harina de otro costal es la escenografía de Alessandro Arcangeli y Paco Azorín. El entramado circular de vías nos conecta con la importancia que tienen los trenes en la historia de Anna Karènina, pero el juego constante de sillas que acaba por ser el motivo escenográfico central no es particularmente rico. A veces funciona, otras veces solo pasa el rato. El movimiento coreográfico de Ferran Carvajal, en ocasiones vital para la obra, otras es un puro posado de Instagram más frío que la estepa siberiana.

Nada de eso sería demasiado problemático si no viniera fundamentado en la adaptación de Anna Maria Ricart a partir de la traducción de Andreu Nin, porque (y aquí el pecado lo cometen a la limón Ricart y Portaceli) sentarse a hablar y explicarnos los sentimientos directamente a los espectadores durante la mayor parte de tres horas es casi el antiteatro. Esta Anna Karènina funciona de perlas cuando los actores actuan lo que sienten y nos saca una y otra vez cada vez que nos explican lo que sienten, a veces dos veces, por parte de la narradora omnisciente y del propio personaje. Demasiado distanciamiento. A veces hasta nos recuerdan que estamos en un teatro. Cuando uno tiene la impresión de que le están contando una suma de monólogos, en lugar de ver una historia, esta Anna Karènina falla. Cuando el drama ocurre ante nosotros y la emoción se nos representa en vez de explicitársenos verbalmente, triunfa.

Un elemento más a tener en cuenta, y este solo es achacable a Tolstói, es que el segundo acto es mucho menos interesante que el primero: las tensiones complejas entre deber y deseo, inmadurez y sabiduría, se tornan en agriedad vaga y fatalidad en la segunda mitad, dejando los matices para la pareja de Kitty y Kostya (alter ego del autor). Un segundo acto que, después de los acontecimientos con los que acaba el primero, en realidad plantea qué hacemos con el tiempo de vida que tenemos y a qué dedicamos nuestros esfuerzos y nuestros afanes. En una obra que a veces parece hablar de la fatalidad, es un soplo de aire fresco que al menos alguno de los personajes sea capaz de romper el círculo y sus pulsiones y buscar una salida hacia la felicidad.

Crítica realizada por Marcos Muñoz

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