Tras su estreno en la Sala Beckett de Barcelona, la revulsiva, dinámica y explosiva propuesta de Cacophony llega al Teatro de la Abadía de Madrid. Un texto de Molly Taylor, pegado a la actualidad de lo viral y lo polarizante que Anna Serrano Gatell traslada al escenario con absoluta verosimilitud.
No hay día en que la actualidad no esté marcada por las redes sociales. Bien por la primicia que se ha adelantando en ese entorno abstracto, bien por el tono exacerbado en una u otra dirección que se da a lo que en otras coordenadas sería, probablemente, un hito al que dedicar apenas unos instantes en la escaleta o la maquetación del medio de comunicación que se fijara en ello. Sin embargo, desde que surgió el mal llamado falso periodismo 2.0, todo es susceptible de ensalzarse y destronarse con tanta pasión como animadversión.
Los siete jóvenes de Cacophony habitan la realidad a través de las redes sociales. Son el medio que les informa y forma, entretiene y distrae, generando una atmósfera en la que lo serio y riguroso, lo lúdico y evasivo, lo ideológico y aspiracional quedan combinados de manera que no siempre está claro el tono con el que se recibe, interpreta y transmite aquello que interesa, preocupa y perdura.
Un sedimento que Molly Taylor expone con claridad, dándose tiempo para que tomemos conciencia de cómo los móviles están presentes, obvios o implícitos, en todos los momentos de esos chavales y de nuestras vidas. En los individuales y compartidos, en los íntimos y sociales, en los reflexivos y los políticos. De ahí que lo emocional y lo racional, lo onírico y lo empírico no siempre estén separados y lleven a diatribas como la que Cacophony nos plantea. ¿Quién tiene derecho a erigirse en voz de un sentimiento y una demanda colectiva? ¿Hasta qué punto la verdad en pro de la justicia y la encarnación de sus portavoces ha de ser absoluta?
El punto de partida es el de la violencia sexual, después está la barbarie absolutista de quien pretende callar matando, para finalmente llegar al campo sin puertas en que se ha convertido la arena de las redes sociales. Lugar etéreo en el que la falta de reglas y editores formados da pie a que la insignificancia se convierta en un todo y este en una vorágine capaz de destruir y aniquilar a cualquiera, independientemente de si es inocente o culpable de a saberse qué error o imperfección.
Una velocidad que Anna Serrano Gatell tridimensionaliza en la sala principal del Teatro de la Abadía con una puesta en escena tan dramatúrgica y teatral como dinámica y coreografiada. El movimiento que Ester Guntín imprime a la acción, unida a la iluminación de Marc Salicrú y el espacio sonoro de Arnau Vallvé, consigue una representación que supera la excesiva dilación de los puntos de inflexión de su narración. Algo que también juega a favor de sus intérpretes (Martí Atance, Laia Manzanares, Mariona Pagès, Chelís Quinzá, Clara de Ramon, Mima Riera y Clara Sans), a quienes valorar no solo por su verbo, sino también por su versátil presencia en una escenografía sencilla, pero muy efectiva, firmada Judit Colomer Mascaró.
Crítica realizada por Lucas Ferreira