El Teatro María Guerrero de Madrid acoge el estreno de Nada, ambiciosa producción del Centro Dramático Nacional. Tres horas de una compleja función en la que Beatriz Jaén traslada al escenario la adaptación dramatúrgica que Joan Yago ha realizado de la famosa novela de Carmen Laforet.
De igual manera que el cine se sirve de las historias de la literatura para hacernos disfrutar frente a la pantalla, el teatro hace otro tanto para que los que nos sentamos en el patio de butacas nos traslademos a otros lugares y tiempos. Nada, de Carmen Laforet, es uno de los grandes títulos de la literatura española del siglo XX. Reconocida con el primer Premio Nadal, lectura obligatoria en el currículo de educación secundaria de muchos de nosotros, y referencia obligada para conocer el vacío intelectual, social y relacional al que se vieron avocados los ciudadanos de nuestro país con el advenimiento de la dictadura franquista tras tres años de guerra civil.
Una novela de extensión más breve que extensa, pero con una imbricación de atmósferas, personajes y tramas que, a priori, cuesta imaginar sea posible destilar en la concreción de diálogos que trasladen acción y emociones. Reto al que Joan Yago se ha lanzado sin dejarse limitar por las convenciones del teatro. Así, supera la cuarta pared convirtiendo a su protagonista en la narradora que protagoniza y relata, vive y transmite, lo que sucede en esa vivienda de la calle Aribau de Barcelona.
Más paredes que hogar al que llega Andrea. Una joven que ansía un mundo amable, empático y acogedor y se encuentra un entorno austero, crítico y violento. Una familia víctima de sus circunstancias, espejo del hambre, el clasismo y la desigualdad entre hombres y mujeres que lo teñía todo. Una verdad que conocemos por lo que sucede, pero también por el rol que Júlia Roch encarna con la misma destreza, el de puente entre nosotros y ese universo oscuro y prostituido y, aun así, empeñado en encontrar las fisuras por las que respirar y sonreír.
Un trabajo que aplaudir por la solvencia con que resuelve la exigencia que supone participar en todas y cada una de las escenas de la representación, con aproximaciones que van desde la discreción y la sobriedad al abatimiento, el enfrentamiento y la resolución. Una encomienda que se entrecruza en perfecta sincronía y coordinación (cometido diseñado por Natalia Fernandes) con los múltiples roles que también desempeñan el resto de compañeros intérpretes (Carmen Barrantes, Pau Escobar, Manuel Minaya, Amparo Pamplona, Julia Rubio, Andrea Soto y Peter Vives).
Un dinamismo constante en una escenografía firmada por Pablo Menor Palomo e iluminada por Enrique Chueca, en la que tan pronto es de día como de noche, interior o exterior, humilde o burguesa y en la que se está, transita y viaja. Un engranaje que sustenta y acrecienta el ir y venir narrativo que transcurre sobre él, funcionando como una extensión emocional de lo que sucede en esa diversidad de matrimonio, familia, grupo de amigos e íntimos que se solapan en él. Marco envuelto por la música, excelente partitura, y el espacio sonoro de Luis Miguel Cobo.
Nada es mucho. Quizás abusa de soluciones como el doble papel encargado a Andrea, protagonista y narradora, pero lo hace en beneficio de su narración y no para brillar técnicamente. Nada no es perfecta, pero es muy buena. Tiene puntos para ser uno de esos montajes que se recuerdan pasado el tiempo. Vayan y disfrútenla.
Crítica realizada por Lucas Ferreira