En tu interior hay dos Frida Kahlo… Llega al Teatre Coliseum de Barcelona un espectáculo de danza sobre la vida de una de las mayores creadoras del siglo XX: Frida. Pasión por la vida. Dirigida por el coreógrafo Enrique Gasa, esta propuesta se desliza sin tapujos por las luces y sombras de la artista a golpe de bolero, canción popular mexicana y alguna que otra sorpresa musical.
Enrique Gasa Valga, natural de Esparraguera (Barcelona), es desde hace años una de las mayores figuras de la danza europea: como director y coreógrafo de la compañía Limonada, ha creado desde Innsbruck (Austria) grandes éxitos como La tempestad (2019), Terra baixa (2021), Romy Schneider (2021) o Lágrimas negras (2024). Ahora ha creado un espectáculo musical alrededor de la explosiva vida de Frida Kahlo.
Inspirado por el cuadro «La dos Fridas», dos bailarinas se reparten el papel de la pintora: Lara Brandi es la madurez, el dolor y el realismo, Alice Amorotti se refugia más en la alegría de su arte, su mundo interior, aunque a veces una y otra deben ayudarse. Hay otras dos mujeres más en esta «danza»: Sayumi Nishii, vestida de rutilante negro, es la muerte y también la fatalidad, con la que baila Frida desde su adolescencia. Y Greta Marcolongo, la cantante de esta obra, aunque no oficialmente una Frida, pone voz y emoción a los momentos amables, festivos, dolorosos y sorprendentes de una vida que dio para mucho, aunque solo durase 47 años.
El espectáculo se divide en cuadros que van saltando por momentos de la vida de la artista, desde su infancia y adolescencia (con «La cucaracha» o «La llorona») a la pasión con y contra Diego Rivera (Gabriel Marseglia), celoso infiel, violento y apasionado. Juntos tienen el número más acrobático y sensual de toda la pieza. Hay espacio para los dolores personales, para su idilio con Josephine Baker (Cosme Tablada Moreno) y Leon Trotski (Mitsuru Ito). Se leen fragmentos de cartas de Frida, películas de la época que sirven para enmarcar la vida y la psique de estos dos seres, incluido su paso por Nueva York, con un número básico de claqué que se convierte en un gran número flapper al ritmo de «Puttin’ on the Ritz». Los estilos de danza de toda la obra son diversos, clásica, moderna, por momentos tribal, con ensembles de hasta diez bailarines bien conjuntados, y brillante en los solistas. Frida conecta con sus traumas, con su hermana (visualizada como en el «Retrato de Cristina»), con sus rivales por el amor de Diego, se emborracha, se descoyunta para volver a recomponerse. Su movimiento, como artista y como persona, nos habla de su vida interior.
Aunque no vemos como tales los cuadros de Frida Kahlo, están también muy presentes en toda la concepción del espectáculo. El vestuario de Bridgit Edelbauer-Heiss homenajea a pinturas como «Las dos Fridas», «Frida y Diego Rivera», «La columna rota» o el «Autorretrato con pelo corto». Igualmente la escenografía de Helfried Lauckner y la dirección de Gasa Valga evocan el «Recuerdo» de 1937 o la última pintura de Kahlo, esa «Naturaleza muerta: viva la vida» de sandías abiertas. Frida Kahlo, su vida y su arte está en todas partes, y aunque en esta obra es una y diversa, múltiplemente rasgada y celebrada, todo lo que se pone en escena nos acerca a Frida.
El elemento más supuestamente ajeno, la música popular, con algunas piezas específicamente compuestas para la obra por el director musical, Roberto Tubaro, y sus compañeros Carlo Villotti, Maurizio Pala y Christian Stanchina, además de la ya mencionada cantante Greta Marcolongo, ponen voz al movimiento, y la selección no solo nos traslada a la época sino a los sentimientos, desde la versión original alemana de «Mack the Knife» («Die Moritat von Mackie Messer», de Brecht y Weill) a un «Volver» desgarrado o ese maravilloso tango ruso para Trotski y Kahlo. Palabra, música y movimiento definen y redefinen tiempos y emociones, pasiones, desengaños y dolores profundos. Un sufrimiento que se convertía en arte y un arte que era resistencia, como lo había sido antes el de su padre.
En conjunto, Frida. Pasión por la vida es un magnífico espectáculo que usa la danza, entendida wagnerianamente como arte total, para trasladarnos no solo a los hechos clave de una vida sino a las emociones que transitaban por esa mujer una y múltiple, que se pintaba fea, que se reía de sus penas y pintaba su sufrimiento, que nunca quiso cortarle las alas al infiel de su Diego Rivera (el otro «gran accidente» de su vida, además del del tranvía). Viva la Frida, todas ellas.
Crítica realizada por Marcos Muñoz