Manuales de instrucciones, poemas sin rimas, cronopios y rayuelas se reúnen en el Teatro de la Abadía de Madrid. A partir de una antología de la obra de Julio Cortázar, José Sanchis Sinisterra y Clara Sanchis crean en Cortázar en juego una dramaturgia creativa y fantástica en la que el amor por las palabras y el amor por Cortázar invitan a jugar.
Atravesar las puertas de la sala Juan de la Cruz de la Abadía tiene algo de litúrgico. Es adentrarse en un ritual de expectación y sorpresa. Hacerlo para reencontrarme con la literatura de Cortázar con dramaturgia de Sanchis (padre e hija) y la dirección siempre afilada de Natalia Menéndez, desata una tormenta de posibilidades y deseos.
Antes de empezar me surgen dudas. Cortázar no es lineal, no es ortodoxo, y reclama un lector cómplice que colabore en la creación. Me pregunto cómo pueden dramatizarse los laberintos de su literatura, sin perdernos en ellos. Cómo se puede saltar del glíglico a lo fantástico para acariciar lo simbólico y jugar entre surrealismos sin perder fluidez en escena. José Sanchis Sinisterra y Clara Sanchis, nos enseñan el camino en el primer minuto al poner en nuestras manos el hilo que nos guiará. Nos recibe el teatro, esta vez radiofónico con una pieza poco conocida del propio Cortázar: Adiós, Robinsón. A su alrededor los fragmentos literarios de cuentos y novelas se trenzan. Como en una rayuela los espectadores saltamos de novela en teatro y de teatro en cuento, con una organicidad sorprendente.
El esquema es lúdico y la antología representa fiel el mundo mágico del escritor sin olvidar su compromiso político. Encontramos relatos icónicos como Casa tomada, La exterminación de los cocodrilos, el capítulo 7 de Rayuela (de los cíclopes), Manuales de instrucciones o la divertidísima escena de Nada a Pehuajó.
Natalia Menéndez, que participó en la selección de textos, desde la dirección nos sugiere, más que propone, permitiendo a los espectadores participar libremente en la ensoñación. Teje el movimiento a la palabra en un entorno fantástico que nos invita a recorrer desde nuestra propia curiosidad. La escenografía de Mónica Boromello contribuye a ello como un elemento silencioso pero esencial que ilumina magistralmente Pilar Valdevira. El espacio que ha ideado Boromello tiene la reminescencia infantil de un cuento pop-up que a cada vuelta de página nos sorprende con elementos que atraviesan las dos dimensiones o con ventanitas que reclaman ser exploradas.
Pablo Rivero y Clara Sanchis son los encargados de conducirnos por este archipiélago de textos. Ellos son la Maga y Robinsón. Son divertidos, poéticos, filosóficos y surrealistas. Su trabajo muestra sensibilidad y pasión. Se multiplican en personajes y narradores, siempre acertados, siempre lúdicos, siempre invitándonos a seguirles.
La música, especialmente el jazz, es una banda sonora imprescindible en la narrativa de Cortázar y no lo es menos en el montaje. Mariano Marín compone piezas específicas que superan los propios límites del jazz y se adentran también en otros géneros. Nuevamente, el juego se presenta como elemento conductor, igual de lúdico que el vestuario de Laura Ferrón.
José Sanchis Sinisterra, Clara Sanchis y Natalia Menéndez han navegado entre libros para ofrecernos un montaje que traspasa las fronteras de la antología y el homenaje. Cortázar en juego es la mejor representación de la obra de un escritor inmenso. Es una invitación a dejarnos llevar por su imaginación infinita, a disfrutar, a reencontrarnos con su literatura y a jugar hasta alcanzar un cielo que sólo necesita, como ingredientes, «una piedrita y la punta de un zapato.”
Crítica realizada por Diana Rivera