novedades
 SEARCH   
 
 

10.10.2024 Teatro  
La gavina – Crítica 2024

Julio Manrique se estrena como nuevo director artístico del Teatre Lliure de Barcelona dirigiendo, además, la primera obra de la temporada. Y lo hace con un Chéjov, La gavina. Primera vez con esta obra, pero volviendo a visitar al dramaturgo ruso del que ya ha dirigido o interpretado otros títulos anteriormente (Les tres germanes, Vània).

Como ocurre en las obras anteriores, Manrique ha decidido también contemporizar este clásico, traerlo a nuestra época, a nuestro lugar. Chéjov es un mago escribiendo sobre la naturaleza del ser humano, un artífice para retratar el alma de las personas. El texto de La gavina trata, principalmente, sobre la latencia de un cambio generacional (especialmente, a nivel artístico), la necesidad de amar y de sentirse realizado y en donde, de forma no muy subliminal, se desmonta el concepto de la idealización (del arte, del amor).

Toda esa esencia permanece vigente en el espíritu de esta versión adaptada por el director quien, con gran maestría, ha modernizado las líneas de la dramaturgia (trabajo del propio Manrique, junto a Cristina Genebat y Marc Artigau) pero ha mantenido a los personajes principales, sus pesares, su sentir. Chéjov incide, además, en sus obras (y en La gavina también pasa) en el disconformismo del ser humano ante lo que no nos gusta pero, a la vez, en la desesperanza por el cambio de eso que nos contraria. Y así es como esta dramaturgia de hace casi 130 años pero tan actual, tan universal, lo expone.

Puesto que las obras de Chéjov exploran tantísimo dentro del ser humano, además del gran texto que es La gavina, hace falta un elenco bien compuesto para dar vida a esos personajes y conseguir la calidad artística que requiere un montaje de este calibre. Julio Manrique, en esta ocasión, se ha rodeado de actrices y actores que ya son de casa, que conoce de años, con los que seguramente se intuyen casi sin hablar pero también hay una selección de actores nuevos para él. Pues bien, se puede decir que esas diferencias no se perciben dentro de la compañía, pues trabajan a una para conseguir el objetivo común.

Cristina Genebat y Nil Cardoner como madre e hijo, Irina y Konsta, son el eje central de la obra. Dos generaciones. Dos bestias contrapuestas. Konsta necesita por encima de todo la aprobación de su madre para seguir evolucionando e Irina (Genebat está enorme, empapada de Chéjov hasta lo más hondo) necesita apartar todo lo que le haga sombra para sobrevivir. Esa relación, que casi deja de ser entre madre-hijo para convertirse en una lucha de poderes (el viejo y el nuevo), nada más que reporta infelicidad, ansiedad e incluso muerte. Sobre el eje de estos dos protagonistas giran los demás personajes que influyen en la vida del uno y de la otra a veces para aumentar su dolor, en otras para desestabilizar, y solo en pocos momento para sosegar.

David Verdaguer interpreta de forma excelente (aunque le ponga esa presión, es lo que esperábamos) a un Boris Trigorin siempre vacilante de su obra, de su vida y de sus deseos e incapaz de tomar una decisión que no sea obedecer a Irina. Verdaguer, especialmente en su monólogo, mantiene el aliento del público mientras lo vemos sentirse atravesado por la duda y la inseguridad. Daniela Brown como Nina es la que le hace las réplicas y la que se acaba enamorando perdidamente de él. Es, además, la que se lleva uno de los grandes golpes de realidad con la vida y el arte. Brown se sube al carro del equipo de Manrique y hace un buen trabajo con su personaje y su inocencia interrumpida.

David Selvas y Andrew Tabert son, quizá, los personajes más agradecidos de La gavina. El primero como Sorin (hermano de Irina) y el segundo como el médico Dorn, consiguen meterse en el bolsillo al público. Uno con los momentos más cómicos y ambos generando cariño por su capacidad de empatizar (cualidad bastante escasa en esta historia de Chéjov). Clara de Ramón es Maixa, otro de los personajes atormentados y la que escenifica el «enfermar de amor». Xavier Ricart, Adeline Flaun y Marc Bosch completan el elenco, como padres y pareja de Maixa: Ília, Pauline y Simó. La frescura e inocencia de este último, contrapuesta con el cansancio de la vida de los primeros, cierran el círculo de una compañía teatral de excepción para este gran Chéjov.

Y el público ahí, recibiendo hasta la última vibración de lo que ocurre en escena, gracias a un patio de butacas que se ha diseñado en forma de U para acercarlo al actor, a la acción y desde donde los actores entran y salen a escena transitando y compartiendo espacio con el espectador. La escenografía, de Lluc Castells, y la iluminación de Jaume Ventura inciden inicialmente en la oscuridad sobre el lago (figura importante en esta obra, en donde arranca todo y por donde todos pasan) y donde se juega entre el exterior y el interior, separado mediante espejos, dejando reflejo de la profundidad de ese lago afuera con la de los personajes dentro. Todo esto se acompaña, además, de los trabajos visuales de Francesc Isern donde, de nuevo, el lago seguirá manteniendo su relevancia.

La música de Damien Bazin (que normalmente suele ser más bien sutil en las obras en las que participa) en este montaje adquiere una fuerza inusual y es protagonista, no solo en los maravillosos cambios de escena que ocurren entre los 4 actos, sino para subrayar momentos de gran emoción y tensión.

Anton Chéjov se convirtió en uno de mis dramaturgos preferidos desde que empecé a ver teatro con asiduidad. La carga emocional que emana de su obra, la profundidad dramática que consigue con sus historias y el perfil psicológico que fue capaz de describir observando a la humanidad me parecen sencillamente maravillosos. Y Julio Manrique sabe extrapolar todo eso a las tablas de un teatro de la actualidad. Cuando se le ha preguntado por qué seguir volviendo a Chéjov, él mismo admite que es que hay mucha gente que aún no lo ha descubierto. A todas esas personas, les queda aún un mes para descubrirlo (y que sepan que no les dejará indiferente) y para quién sí lo conociera, el mismo tiempo para revisitarlo una vez más en el Teatre Lliure de Montjuïc.

Crítica realizada por Diana Limones

Volver


CONCURSO

  • COMENTARIOS RECIENTES