El Teatro Fernán Gómez de Madrid arranca su temporada con Cigarreras, adaptación de La Tribuna de Emilia Pardo Bazán. Cándido Pazó, versiona la novela con una dramaturgia metaliteraria que centra la acción en las voces femeninas, ofreciendo un relato histórico de reivindicación social que es guiado por la propia autora gallega.
El 7 de diciembre de 1857, cerca de cuatro mil mujeres, todas ellas trabajadoras de la Real Fábrica de Tabacos de La Coruña, organizaron una huelga en defensa de sus derechos laborales. La protesta convirtió a esas mujeres en protagonistas de un hecho histórico. Fueron las pioneras de los movimientos obreros en Galicia y un ejemplo para el resto de las protestas femeninas en España.
Un cuarto de siglo después, en 1882, otra gallega de mente afilada y “radical feminista” (como ella misma se definía) publicaba La tribuna inspirada en este episodio. Una novela a través de la cual narró la vida, pesadumbres y aspiraciones de Amparo, una de esas cuatro mil cigarreras de la fábrica de tabacos. Una mujer inteligente, activa políticamente, y con una persuasiva retórica con la que inspiró a sus compañeras a levantarse en huelga cuando sus condiciones laborales se volvieron insostenibles. Pero La Tribuna es también un relato naturalista que describe sin lírica la realidad de sus protagonistas y la sordidez de sus circunstancias, para mostrar esa incipiente lucha del proletariado desde un punto de vista femenino y la fe inocente del pueblo ante el sueño de cambio que siembran las reformas políticas.
Cándido Pazó parte de la novela para ir más allá de la mera adaptación teatral y presenta una versión que centra el relato en torno a las mujeres que lo protagonizan y a su propia autora. En un guiño metaliterario, plantea una dramaturgia en dos niveles en la que la propia Pardo Bazán interviene como narradora activa. Ella no solo relata, sino que analiza su propia obra y los acontecimientos que expone en una suerte de diálogo con sus lectores, ahora espectadores. La presencia de doña Emilia, interpretada por una brillante Susana Dans, sirve además a un doble propósito. Por un lado da una profundidad histórica y crítica al conjunto al revisar su propia novela once años después de su publicación con el desengaño de la perspectiva histórica. Por otro lado sus intervenciones se convierte en un magnífico recurso narrativo que permite al director introducir las voces masculinas sin hacerlas presentes en escena.
El resultado confluye en un montaje de diálogos ágiles, con personajes vivos y bien retratados, que un elenco de excelentes actrices gallegas (Susana Dans, Tamara Canosa, María Roja, Isabel Naveira, Ledicia Sola, Mercedes Castro, Casilda G. Alfaro, Covadonga Berdiñas, Ana Santos y Mercedes Castro) interpretan en un magnífico ejercicio coral. Son ocho actrices en escena para representar una docena de mujeres víctimas de su género y de su condición social: mujeres engañadas por promesas vacías de señoritos bien, mujeres maltratadas por sus maridos, acosadas por las deudas y por los hombres o responsables de cargas familiares insoportables.
El equilibrio entre el retrato social y la trama argumental está bien conseguido, con momentos brillantes que nos permiten sumergirnos en el pequeño mundo de la fábrica a través de diálogos que retratan bien las idiosincrasias de estas mujeres, sus interacciones o sus comentarios políticos sobre los intensos cambios que les toca vivir (la huida de Isabel II, los movimientos de Prim y Espartero, la llegada de Amadeo de Saboya y, finalmente, la proclamación de la I República Española). No obstante, la aspiración naturalista se ve teñida a veces por cierta candidez que encaja mal con la dura realidad que está describiendo.
El montaje se apoya fundamentalmente en el trabajo interpretativo, y simplifica la escenografía a un único espacio, diseñado por Dani Trillo, que está presidido por grandes ventanales industriales y en los que la iluminación de Alfonso Castro interviene como elemento narrativo. Martina Cambeiro firma el vestuario de las actrices con una propuesta que respeta el momento histórico y geográfico con vestidos de faena sencillos, pero que nos sitúan en la Galicia de final de siglo XIX mediante, mandiles, pañoletas y estampados.
La presencia musical es potente. Manuel Riveiro compone piezas que resuenan a himno decimonónico y social, que son cantadas por estas trabajadoras en cortas intervenciones cargadas de simbolismo.
Cándido Pazó versiona con acierto La tribuna de Emilia Pardo Bazán en Cigarreras. Su planteamiento es audaz pero respetuoso y nos conduce hacia una lectura crítica y reflexiva de una sociedad en la que las mujeres trabajadoras eran doblemente penalizadas, por su condición de pobres y por su sexo. Es un montaje femenino y de forma indirecta feminista, que nos presenta a este grupo de mujeres bravas, heroínas sin nombre que nos demostraron que los cambios y las revoluciones fracasan cuando no van acompañados de una unión solidaria.
Crítica realizada por Diana Rivera