El Gran Teatre del Liceu de Barcelona inicia su Temporada 2024-25 con Lady Macbeth de Mtsensk de Dmitri Shostakóvich. Una nueva producción de su artista residente, Àlex Ollé, influida por el expresionismo musical y cinematográfico. La ópera de Shostakóvich es una obra marcada por la tensión que te mantiene pendiente de lo que ocurre en un escenario hipnótico.
A medio camino entre el retrato psicológico y la crítica social, la segunda y última ópera de Dmitri Shostakóvich, se convierte en una ópera inaugural exquisita que deja un gran sabor de boca a los presentes, quienes no pueden quitar la vista del escenario en ningún momento debido a la calidad cinematográfica de este thriller vertiginoso. Una apuesta fuerte por presentar una ópera menos popular pero con gran carga y denuncia social.
Àlex Ollé, artista residente del teatro, nos presenta así una exquisitez sobre las tablas del templo de la ópera Barcelonés que nos obnubila y nos deja con ganas de más. Los ocho minutos de aplausos finales así lo acreditaron elevando a genialidad esta ópera inaugural tan esperada.
En la novela original de Nikolái Leskov, Katerina Ismailova, resentida con su vida aburrida, comete adulterio y una serie de asesinatos. Al final, muere ahogada junto con Sonietka, quien le ha quitado el amante, Serguei, mientras son deportadas a un campo de trabajo. Leskov la presenta como merecedora de un castigo ejemplar, pero en la adaptación operística de Shostakóvich, Katerina se muestra como una víctima de una sociedad corrupta y patriarcal. El compositor trata a su personaje con más compasión y busca entender los motivos que llevan a una mujer de clase alta a cometer los crímenes más horribles, dibujando a su alrededor un espantoso marco de corrupción, degradación moral y opresión patriarcal, viendo estos crímenes como intentos desesperados de liberarse.
En esta nueva producción, Ollé juega con la idea de la cárcel: cada situación y cada localización de la ópera es una metáfora de la sociedad corrupta y del ambiente tóxico que rodean a Katerina y que le hacen tomar su desesperado camino de perdición. Efectivamente, disfrutar de la opera que se nos muestra en escena no es fácil debido a lo duro de su historia pero, aun así, esta es necesaria en un mundo que aun trata a las mujeres como personas de segunda y cuya edad, situación personal y sentimental es caduca y supeditada a un hombre.
Uno de los grandes éxitos de la producción inaugural de la temporada ha sido la escenografía creada por Alfons Flores. Diseñada mediante paneles móviles de textura oxidada, los espacios de la ópera quedan concebidos como prisiones físicas y sociales, espacios asfixiantes y corrompidos, que llevan a Katerina al límite.
Estos paneles de movimiento manual, realizado por actores que interpretan el rol de «carceleros» o «prisioneros» (no acaba de quedar claro), ayudan aun más a la forma orgánica de una ópera que controla mágicamente los timmings de movimiento y música. A su vez, el escenario está cubierto por una piscina con capacidad para 10.000 litros de agua, parte de un sistema sostenible creado por el Liceu que aprovecha las aguas freáticas del teatro. Estas aguas, que pasan por un proceso de tratamiento y desinfección, y se mantienen en un circuito interno para evitar el desperdicio de agua, ayudan a crear una sensación de ahogo y desprecio hacia la misma Katerina quien parece no poder limpiar sus «pecados». Un detalle que tiene una lectura metafórica, dado que es en el agua donde Katerina morirá «ahogada» para escapar finalmente de su vida degradada. A su vez, el desplazamiento constante del agua debido al movimiento de los artistas, y la bien iluminada escena de Urs Schönebaum, que en muchas ocasiones nos presenta un ambiente turbio pero mágico, crea unas ondas que se refleja en los paneles que delimitan las estancias y que vuelve más onírica la historia que estamos viendo.
Otro aspecto destacable de esta ópera es su trepidante ritmo. Shostakóvich dividió la acción en cuatro actos, pero realmente su estructura consiste, más bien, en la unión de varias escenas separadas por interludios instrumentales. Acostumbrado a crear bandas sonoras para el cine soviético, Shostakóvich estaba familiarizado con el concepto de montaje cinematográfico. Lady Macbeth de Mtsensk está claramente influida por el ritmo cinematográfico, y la partitura subraya continuamente los momentos de mayor impacto visual llegando a compararse con un trepidante thriller con grandes dosis de violencia, tensión y sexo.
En la parte musical, Josep Pons, director musical del teatro, hace brillar una partitura exquisita de inicio a fin que no nos deja respirar. Ni siquiera en los interludios musicales de cambios de cuadro, cuando el telón baja para realizar algún cambio rápido de escenografía, la partitura deja de convertirse en una perfecta banda sonora para lo que ocurre (y/o ocurrirá).
En la interpretación actoral, Shostakóvich escribió el papel de Katerina para la tesitura de soprano dramática, un tipo de voz vigorosa e imponente pero también caracterizada por la fragilidad emocional, ya que conocerá la soledad, la angustia, la humillación y el desengaño amoroso. La estadounidense Sara Jakubiak es la encargada de poner en pie a esta Katerina, demostrando resistencia y humildad, explosividad y capacidad para brillar cuando se acerca al silencio. Katerina es un personaje que necesita de una buena cantante con un timbre de gran belleza pero, a su vez, también necesita una interpretación actoral cercana y delicada. Con ello, Jakubiak cumple con creces.
Junto a ella, otro papel central de Lady Macbeth es el del amante Serguei. Un papel escrito para tenor spinto con un registro agudo alto y que en esta producción recae en el perfecto Pavel Černoch. Con una pose actoral que da miedo desde su primera aparición en escena, Černoch cumple con los cánones del rol que representa y, a su vez, su registro vocal hace que disfrutemos de un Serguei excelso.
Junto a la pareja protagonista, Shostakóvich presenta una riqueza de papeles a destacar como el tenor Ilya Selivanov en el rol de Zinovi Ismailov, el marido de Katerina, quien tiene una clara tendencia homosexual y se casa con Katerina por orden de su padre, Boris Ismailov, interpretado por el bajo Alexei Botnarciuc, en el rol de su suegro quien nos presenta un perfecto desquiciado carcelero. El bajo Scott Wilde, que canta el rol del jefe de policía en el tercer acto, nos presenta un policía recio con una claridad vocal impecable. Y, finalmente, el personaje que precipitará la muerte de Katerina, Sonietka, la amante de Serguei, un rol breve pero de gran complejidad, que corona a Mireia Pintó.
En definitiva, la elección de la opera que el Gran Teatre del Liceu ha utilizado para inaugurar esta nueva temporada no podía haber sido más perfecta. Huyendo de títulos típicos y tópicos, Lady Macbeth de Mtsensk se convierte en una apuesta fuerte por acercar las óperas menos conocidas a la ciudad condal y, a su vez, denunciar socialmente la corrupción, la degradación moral y la opresión patriarcal que aun sigue vigente en nuestro país. No hay una forma mejor de denuncia que la misma sociedad pueda verse reflejada sobre el escenario.
Crítica realizada por Norman Marsà