Tras la guerra civil española, Leoncio Badía, aspirante a maestro, ex soldado republicano, es obligado a trabajar como enterrador de los fusilados por el franquismo. Aún acorralado en esa dura posguerra, decidió devolver algo de dignidad a los represaliados. L’enterrador, que vuelve ahora a La Villarroel de Barcelona, es su historia… pero también mucho más.
Gerard Vázquez escribe este monólogo basado en hechos reales (de Leoncio Badía y de otros supervivientes de la guerra), al que da vida Pepe Zapata. Con un decorado esquemático de planta arquitéctónica con algunos objetos dispersos, a la Dogville, el foco se pone en Zapata y su enfrentamiento al horror, al trauma del superviviente y a la memoria histórica. Porque Zapata no solo interpreta a Badía, sino también a una versión de sí mismo.
Si la puesta en escena de la vida y del personaje de Badía nos traslada a la resiliencia de la posguerra, de la dignidad de los vencidos, los segmentos de Zapata completan la imagen, primero desde la distancia, pero luego permitiéndonos profundizar en la complejidad del traumático evento, en lo mal que lo hicieron todos, en el revanchismo cainita que se enquista en España y que permitió que aquella guerra fuera tan incivil. Todos tenemos muertos en aquella época… y todos tenemos asesinos en nuestro tronco y alrededores.
L’enterrador es una necesaria puesta en escena de la vida de un héroe silencioso que protegió el honor de más de 2000 fusilados pero también una reflexión sobre la memoria histórica, sobre la simplificación que supone su ignorancia, quedándonos con un relato general de buenos y malos, y sobre el dolor que aún hoy implica reabrir las heridas. Necesariamente. Porque este país necesita todavía luz y taquígrafos. Una de las dos Españas, como escribió Machado, ha de helarte el corazón. O las dos.
Pepe Zapata nos presenta a un personaje entrañable, dolido y bajo un yugo que no acaba de aceptar, vulnerable pero resiliente. Construye un personaje sólido y memorable. Y al mismo tiempo, a medida que entramos en el juego y nos presenta a la versión de sí mismo, nos permite jugar con los límites, y mostrarse en su exploración de los hechos desde el teatro y su acercamiento al dolor, desde la distancia pero también desde la intimidad.
Lo arropa en última instancia la nana compuesta por Vázquez e interpretada por la voz de Alba Carmona y la guitarra de Jesús Guerrero, una evocación del dolor a través del arte que pervivió desde entonces. Sutilmente, un recordatorio de cómo la cultura popular va haciendo de transmisora de lo que nos ocurrió en el pasado, como nos explicaba también hace poco Estimadíssim malvats. De nuevo, necesaria memoria histórica.
L’enterrador es un magnífico artefacto teatral, un monólogo potente que pone en escena emociones, historia y un profundo sentido ético, que defiende la necesidad de conocer nuestro pasado sin limitarnos al relato oficial, y que recuerda el valor que incluso en la derrota tiene la preservación de la dignidad humana.
Crónica realizada por Marcos Muñoz