El Teatro Español de Madrid vuelve a abrir sus puertas a Carmen, nada de nadie para comenzar la temporada 2024-25. Un interesante biopic escrito por Francisco M. Tallón y Miguel Pérez García, planteado sobre el escenario por Fernando Soto de manera pedagógica y donde lo mejor es una todorreno Beatriz Arguello.
Carmen Díez de Rivera es conocida por haber sido la primera jefa de gabinete de Adolfo Suárez, el hombre al que Juan Carlos I encargó ser el presidente del gobierno que nos alejara de la dictadura. Ella fue la mujer en la sombra que coordinaba su agenda y movía hilos para que quien tenía el mandato de conducir al país a la democracia se enterara de lo que ocurría más allá de sus despacho.
Carmen, nada de nadie nos la presenta como una ciudadana con valores, comprometida con principios fundamentales, y posteriormente constitucionales, como los de libertad e igualdad. Alguien que entendía la convivencia como una combinación de diálogo, escucha, cesión, aceptación, solidaridad y empatía. Un personaje que Francisco M. Tallón y Miguel Pérez García han dibujado bajo los auspicios de la memoria democrática siguiendo un marco narrativo de personajes reales y ficción recreada con un punto folletinesco.
Beatriz Argüello, Ana Fernández, Víctor Massán y Oriol Tarrasón son los encargados de personificar a Díez de Rivera, a su aristocrática madre, al monarca y a Suárez. Coordenadas que marcan las aristas de poder y política en que se desenvuelve esta dramaturgia, combinadas con las apariencias y las miserias, las contrariedades y las hipocresías de los más ilustres.
Asuntos de calado que Fernando Soto plantea sobre las tablas de la sala Margarita Xirgu del Español resaltando la trascendencia de cuanto se dice, discute y relata. Para no influir en este objetivo, su dirección de actores se centra en una Carmen con matices personales y profesionales, aunque sin aristas que planteen conflictos reales en su despliegue y desarrollo por parte de Beatriz Argüello.
El propósito de Soto no es solo acercarnos la vida y la personalidad de Diez de Rivera, sino también los años de la historia de España en la que ella influyó. Esos de la segunda mitad de los 70 que tan trascendentes fueron para la historia de nuestro país. Importancia a la que quedan supeditadas los personajes de Massán y Tarrasón, casi caricaturas instrumentales necesarias para contextualizar las acciones, decisiones y propuestas de una Carmen más mítica que realista. Al igual que el de Fernández, concebido para explicar sus orígenes y su carácter adelantado a su tiempo.
Carmen, nada de nadie nos revela a una persona que podría parecer contemporánea. Apela a los espectadores de hoy y nos lleva hasta su entonces para situarnos frente al espejo de la historia. Una traslación conseguida gracias al sobrio y elegante diseño de espacio escénico y de vestuario de Beatriz Sanjuan y Paola de Diego, pero sobre todo por la videoescena de Elvira Ruiz. Clips austeros que introducen la fulgurante emocionalidad de esa sociedad que vivía lejos de los despachos, pero pendiente de cuanto se decidiera en ellos.
Ese es el mayor logro de Carmen, nada de nadie. Hacernos empatizar con una época en que los deseos confrontaban con las posibilidades y gracias al atrevimiento, la valentía y la decisión de arquetipos como la Díaz de Rivera que aquí se nos presenta, se logró conseguir que nos convirtiéramos en un estado, aunque imperfecto y mejorable, capaz de superarse a sí mismo. Tuvo un punto conmovedor asistir a esta representación rodeado de personas que debieron vivir aquellos años ya como adultos y notar cómo vibraban haciendo suyo aquello de lo que estaban siendo espectadores.
Crítica realizada por Lucas Ferreira