Pepe Viyuela recupera en el Teatro del Barrio de Madrid uno de sus espectáculos más conocidos, Encerrona. Montaje con el que evidencia porqué es uno de los mejores actores de nuestro país. Maestro del clown, prestidigitador de la cuarta pared y seductor nato de una audiencia heterogénea entregada a su saber hacer.
Ni treinta segundos tardó Viyuela en conseguir una carcajada unánime de la sala en su representación del día de ayer en la calle Zurita. Bastó con su sola presencia con aspecto desastrado y aire despistado para fusionar el espacio en un único lugar. La distancia entre escenario y patio de butacas saltó por los aires para conformar un continuo en el que la única diferencia era que uno, él, hacía y se entregaba, y otros, nosotros, observábamos y reconocíamos.
Gradualmente se fue fortaleciendo una cercanía, un vínculo, que Pepe supo iniciar y fomentar a través de sus miradas y su progresiva integración de las interjecciones de quienes se reían y comentaban. Viyuela resultaba ser no solo un gran clown, un payaso de primera, sino también un intérprete con fina intuición y extraordinaria capacidad para la improvisación, para integrar y utilizar en beneficio propio y compartido lo que sus actos provocaban en su público.
Una audiencia variopinta, niños acompañados y mayores en pareja, jóvenes modernos y maduros acomodados, espectadores diversos ante un escenario sin escenografía alguna. Con un uso muy limitado de las luces y un atrezo reducido (guitarra, silla y escalera) el hombre al que fuimos a ver transformó la claustrofobia que sugiere el título de Encerrona en un universo de absurdo y fiesta, delirio y sorpresa para goce y deleite de todos los presentes.
Podría decirse que hasta para él mismo, un profesional entregado, dotado con una técnica exquisita, pero también con el alma de quienes le ponen pasión a lo que proponen y se proponen. Serán los más de treinta años que lleva representando Encerrona, será lo que tenga que ser, pero el resultado son dos horas en las que con su altos y sus bajos la atención es continua por la capacidad de Viyuela para sorprender y conseguir matices infinitos a golpe de ingenio.
Tras ello se deduce el intenso y minucioso trabajo de la dirección de Elena González que obliga a su intérprete a un derroche infinito de fisicidad, así como a jugar con la voz para generar esas coordenadas de encuentro en las que él decía sin decir y nosotros nos emocionábamos antes, incluso, de haber sentido. Elocuencia apenas balbuceada combinada con la elasticidad de un funambulista con resultado de un Viyuela apreciado. No, no solo apreciado. Más aún. Admirado.
Cómo se agradecen espectáculos como este. Teatro puro. Presencia y texto, sin artificios ni extras con los que maquillar a golpe de presupuesto o recursos técnicos lo que le falta a quien nos convoca. Y qué bien que haya salas como Teatro del Barrio que programan títulos que buscan implicar a sus espectadores y hacerles sentir no sujetos pasivos a aleccionar, sino personas competentes que pueden participar y pensar por sí mismos.
Crítica realizada por Lucas Ferreira