La pretemporada teatral comienza su actividad con Avenue Q en el Gran Teatro CaixaBank Príncipe Pío de Madrid. Un espectáculo musical nacido en Broadway que nos llega bajo la dirección de Gabriel Olivares y José Félix Romero, con una propuesta original, hacernos gozar como niños con sus descarados personajes peludos guiados por la manos de sus cantantes.
Avenue Q no está en Nueva York, sino en Lavapiés. Así comienza esta función orquestada por Tuti Fernández y con voces en directo, que en su versión en español busca hacernos sentir como en casa. La vecindad puede ser un buen recurso para enganchar con un público que no haya transitado múltiples veces el camino del arco iris de los musicales.
La identificación sigue con los muchos palos argumentales que proponen las letras originales de Robert Lopez y Jeff Marx y que se escucharon por primera vez el 10 de julio de 2003 en el Golden Theatre de la gran manzana. Las verdades son incómodas, pero las sonrisas que provocan rompen la barrera con que reconocer que todos albergamos dentro un punto de racismo y otro de homofobia, cierta dosis de machismo y otro tanto de clasismo, además de ser consumidores de porno vía internet. Asuntos que se cruzan con una historia de chico conoce chica y otras cuestiones de nuestro tiempo como la precariedad laboral o la especulación inmobiliaria.
Podrían haber sido carcajada si no fuera porque la instalación sonora de este teatro provoque que en momentos aleatorios la música se superponga a los diálogos y las voces de sus intérpretes. Algo supongo solucionable y que haría brillar, aun mas, la excepcional labor de Lucía Ambrosini, Diego Monzón, Alberto Scarlatta, Jaime Figueroa, Mary Capel, Daniel Orgaz, Paula Soto y Ezequiel Rojo.
Un elenco ágil, vibrante y muy bien compenetrado, y del que valorar no solo su buen hacer vocal, sino también su virtuosismo manual manejando las marionetas. Seres que resultan estar dotados de gran expresividad tanto por su manejo como por su diseño, trabajo que firman Asier Sancho y Anna Tussel. Tussel es también la responsable de la escenografía, creatividad que permite el dinamismo de sus continuas entradas y salidas, así como los juegos de exterior e interior que le dan ritmo a Avenue Q.
Cambiando de tercio, el quid de todo musical es su partitura y los pasajes musicalizados de su libreto, y Avenue Q no iba a ser menos. Como señalaba antes, no solo se ha traducido, sino que también ha sido adaptado por el cómico Dani Alés. Y no únicamente con una finalidad melódica, ajustar notas y palabras. También con ánimo de que los personajes, instituciones o situaciones mencionadas -pertenecientes a la realidad española- nos causen hilaridad por el despropósito, la hipérbole o la sátira con que se recurre a ellos.
No voy a hacer ningún spoiler, pero algunos de ellos destilan más la intención de ser virales en redes sociales que el acierto brillante resultante del ingenio de la creatividad. ¿Vale así? Vale, pero trabajar cuanto sea necesario estas filigranas es lo que provoca que un título perdure en nuestra cabeza y haga que deseemos volver a verlo, que tengamos la impresión de haber visto algo que nos refleja y describe y, por tanto, que nos descubre y sorprende, y no algo destinado únicamente a entretenernos durante un par de horas. Que, en cualquier caso, no es poco.
Crítica realizada por Lucas Ferreira