Hamlet es ahora mujer y, cámara en mano, decide grabar cuanto acontece en Elsinore tratando de alterar su sino. Sea o no sea. O fuese. Hamlet. En els plecs del temps es una fiel y a la vez original revisión del clásico de William Shakespeare que ha llegado estos días al Teatre Lliure de Barcelona. Aunque lo más adecuado sería llamarla Hamlet. Dans les plis du temps.
Y remarcamos el asunto del idioma, porque entre el público que asistía al Teatre Lliure había sorpresa de encontrarse con una obra un 95% en francés (con un 5% en portugués en algunas intervenciones de Ofelia y Polonio), subtitulada en inglés y catalán. Y la sorpresa venía porque la primera página del Lliure que lista las obras del <Grec Festival 2024 que se programan este año la anunciaba como «en portugués, inglés, castellano y holandés subtitulado en catalán», lo que no solo es incorrecto, sino que unido al título únicamente presentado en catalán en la publicidad sugería que la obra era en castellano o catalán con algunos fragmentos en otras lenguas. Al entrar en la ficha de la obra, sin embargo, se decía que la función era «multilingüe con subtítulos en catalán e inglés», algo más acorde con la realidad, aunque sería aún más sincero decir, como lo anuncia el 104 Theatre de París para sus próximas representaciones en octubre, que es «en francés, con pasajes en portugués» subtitulado.
Remarco el tema del idioma porque fue en grave detrimento del seguimiento de la obra. En un extremo, porque parte del público sorprendido esperaba un cambio a su lengua en algún momento. Pero principalmente porque tras el arranque en que los subtítulos se proyectaban en la tela sobre el escenario, que permitía no desviar la atención de lo que ocurría, el resto se proyectaba sobre el decorado y a los lados: es decir, para poder leer los subtítulos había que apartar la mirada, lo que durante los largos soliloquios podía equivaler a perderse toda la actuación. El resultado: aunque la obra se salta bastantes partes (unifica por ejemplo a los comediantes con Rosencrantz y Guildestern) para reducir la función a unos ajustados 120 minutos, se sentían como si fueran cuatro horas y no dos, por el esfuerzo extra de atención constante. Algo que se hubiera evitado de haberse anunciado como una obra eminentemente en francés, a la que hubiera acudido un público en su mayoría francófono. Doy fe que no era el caso en la función a la que asistimos.
Habiendo hablado ya del elefante en medio de la habitación, hablemos de este Hamlet. Perdón, de esta Hamlet. Su adaptadora y directora, Christiane Jatahy, aplica una serie de interesantes ideas al clásico para darle un giro cambiando poco del texto: esta Hamlet (Clotilde Hesme) parece consciente de su «ser o no ser» desde el principio, y tras un arranque casi de libro, con fantasmagoría entre pre-Lumiere y holográfica incluída, empieza a jugar con el concepto de la propia tragedia de Hamlet, con prolepsis y analepsis, adelante y atrás, y el feminismo vehiculado tanto a través de la reina Gertrude (Servane Ducorps) como de Ofelia (Isabel Abreu). El tiempo se retuerce, y vemos el emblemático monólogo y las consecuencias del asesinato de Polonio (Tónan Quito) ya en el equivalente al primer acto, lo que altera en parte el significado del texto y refuerza la idea de que todo esto ha pasado ya y Hamlet intenta romper un ciclo. Hesme crea un Hamlet personal, no como una actriz interpretando un papel femenino, sino como una Hamlet mujer, lo que de entrada tiene algunas consecuencias… pero a medida que avanza la obra, deja de importar demasiado. Su trabajo es consecuente y el puntal de la obra, pero en algún punto del equivalente al cuarto acto, nos pierde.
En todo esto tiene un papel focal el video: Hamlet graba, graba y graba. Proyecta. Revisiona. Todo el escenario, magnífico piso de los reyes también diseñado por Jatahy, más dos habitaciones que solo podemos ver cuando el video nos lo permite, está al alcance de esa cámara que es arma y escudo. Se interpone, se esgrime, se oculta y se revela y rebela. Sabemos que el fantasma no es una imaginación, por ejemplo, porque esta vez está grabado. Y sin embargo… el elemento de las cámaras de seguridad, los espejos y la observación constante ya estaba presente en el famoso montaje de la Royal Shakespeare Company de 2008 (el de David Tennant y Patrick Stewart), y la muerte de Polonio, como aquí, también tenía que ver con un gran espejo.
Hay una simplificación de circunloquios que da más realidad a la pieza y la hace a ratos más ágil. Sin embargo, también tiene consecuencias. Laertes es a duras penas una sombra en el primer acto, lo que impide un clímax satisfactorio al final de la pieza, sustituído por un monólogo de Hamlet frente al público, al que finalmente convierte en protagonista de su tragedia. Es una opción, desde luego, pero salvando las distancias, ya que aquí se hace desde el drama y no la comedia, tal anticlímax parece más propio de los Monty Python de Los caballeros de la mesa cuadrada. Mucho más sentido tiene el cambio de la marcha de Ofelia, su reclamación reivindicativa y su salida desde la platea y no desde el escenario. Abreu está en esa escena soberbia, pero en ese sentido parece que Jatahy está más interesada por lo que ella quiere contar que por lo que quiere Shakespeare, y olvidar al autor nunca suele salir bien.
La pieza es una lluvia de buenas ideas abandonadas: canciones modernas bien integradas que luego se olvidan. Una Hamlet mujer que, aparte de un par de rectificaciones textuales, poco aporta como tal. Un juego con el ciclo, y con el pasado y presente, que empieza muy potente y después se olvida, más que en lo verbal. Un arranque brutal de juego de planos y proyecciones que no tarde en dejarse de lado. Y un uso de la cámara que promete mucho, que de hecho da mucho juego durante los dos primeros tercios para acercarnos a vulnerabilidades e intimidades… pero que acaba por desvanecerse. Se repite, como si fuera una clave del espectáculo, aquel «hay más cosas en el cielo y en la Tierra de lo que puede soñar tu filosofía, Horacio» cuando lamentablemente esto se parece más a la cita de Macbeth sobre la vida como una sombra que camina, un pobre actor que en escena se arrebata y pavonea y nunca más se le oye, y mucho ruido y mucha furia que acaban por no significar demasiado; no diremos que nada, pero sí menos de lo que promete.
Crónica realizada por Marcos Muñoz