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24.07.2024 Críticas  
Grec Festival: Villa – Crítica 2024

Tras fallar a la cita del Grec Festival en 2020 por culpa de la pandemia, el chileno Guillermo Calderón ha traido finalmente al festival de verano de Barcelona una de sus obras, Villa, que ha podido verse durante tres días en la Sala Beckett. En escena, las secuelas y las heridas aún abiertas por la barbarie de Pinochet.

El planteamiento de Villa es tan sencillo como teatral: tres mujeres han sido nombradas como comisión para decidir el futuro del lugar donde se encontraba la Villa Grimaldi, alias Cuartel Terranova, lugar clandestino de ocio, violaciones y torturas de la policía secreta de Pinochet. La finca fue quemada por los militares tras la derrota de la dictadura, y ahora cabe decidir si se reconstruye como fue, para recordar a las nuevas generaciones los horrores que allí tuvieron lugar, o si en su lugar se erige un museo moderno que homenajee a las víctimas y haga reflexionar sobre el pasado del lugar desde el arte y la sugestión, más que la teatralidad. Eso, sin olvidar que las supervivientes del lugar han levantado en el erial su propio tosco jardín y muro de las lamentaciones. El problema es que pronto queda claro que una (¿cuál?) de las tres mujeres está dinamitando la comisión…

Villa habla del regimen de Pinochet y de sus horrores de muchas maneras: a través de las experiencias oblicuas a las que hacen referencia las tres mujeres (Francisca Lewin, Macarena Zamudio y Carla Romero), tratando de no personalizarlas sino de responder con empatía a la voz popular, pero sobre todo a través de la paranoia que se instaura entre ellas, verdadera hija de la represión y la persecución, de la denuncia y de la falta de libertas que sigue planeando incluso después de que los «milicos» hayan sido vencidos.

Dirigidas por el propio autor, Guillermo Calderón, Villa interpela al público actual, y a la vez que lo informa de las atrocidades de aquella casa de los horrores nos cuenta mucho más por lo que las tres mujeres representan en sus diferentes y cambiantes intervenciones. El miedo a ser silenciada, el miedo a ser demasiado bien interpretada, el miedo a que la tibieza gane, a que la brutalidad embote, a que las voces no se oigan, a que el clamor ensordezca. El miedo como motor, como parapeto y como enemigo principal. El miedo como herencia de Chile.

Sin embargo, y aunque la pieza es clara, sensible y está muy bien interpretada, queda la sensación de que ya ha habido acercamientos a la cuestión más potentes, como La muerte y la doncella de Ariel Dorfman, o más atrevidos, como La imaginación del futuro, que pudimos ver en el Festival Grec 2015. Por supuesto, Villa no quiere exactamente hablar de la experiencia de la víctima (algo hay), ni de la percepción actual de aquel momento (un poco también), sino de las consecuencias sociales tras la dictadura, cómo la mortaja de aquel entonces cansa a algunos, limita a otros y enfurece aún a quienes no obtuvieron justicia alguna.

La palabra como herramienta de construcción. La palabra como herramienta de manipulación. Esa es una de las claves de esta pieza, que pese a un final claro y contundente se pone palos en las ruedas haciéndonos dudar de esa palabra que tan esencial le va a ser para conducirnos a alguna parte. Hipótesis, propuestas, acuerdos y desacuerdos, bandos y acantonamientos se desarrollan en escena como si de un Gran Hermano político se tratara. Quizás de eso se trata, de reproducir las consecuencias orwellianas de una hecatombe como la chilena…

Crónica realizada por Marcos Muñoz

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