El Teatro Español de Madrid baja el telón esta temporada con la producción argentina Othelo (termina mal). Gabriel Chamé Buendia versiona, traduce y dirige una adaptación del clásico de Shakespeare que alterna el clown con el teatro físico, para hacer que la tragedia de celos y muerte, irónicamente resplandezca en toda su comedia.
¿Cuánta comedia alberga una tragedia de Shakespeare? Si hacemos esta pregunta a Gabriel Chamé parece que la respuesta es: tanta como seamos capaces de imaginar. Y la imaginación de Chamé es ilimitada a la vista de este Othelo (termina mal). Más allá de la versión, de la adaptación o del lenguaje escénico, el director tiene una habilidad afilada para tratar los temas más siniestros con humor, y es capaz de entregárselos a la platea de una forma absurdamente optimista. Explora la obra hasta sus límites más extremos, y regresa con un montaje depurado que respeta (y honra de forma muy literal) la belleza del texto original, pero se aparta de todo convencionalismo. Su teatro discurre con un ritmo frenético y absurdo, que hace del exceso y de lo lúdico un elemento conductor. Es imposible aburrirse o desconectar.
Lo paradójico en este proceso es que el elemento trágico de la obra se mantiene inmune ante las formas. La pasión, las intrigas y traiciones, el racismo, la violencia de género y los omnipresentes celos de Othelo siguen vivos y palpitantes en el drama, a veces con terrible intensidad como sucede durante la muerte de Desdémona. Chamé hace del más improbable Shakespeare, quizá el más auténtico. Entre el estupor y la carcajada el brillante texto del inglés surge como destellos para volvernos a la senda de la ortodoxia sólo brevemente. Y todo funciona. El diálogo entre géneros fluye con sorprendente armonía, y lo más trágico y lo más cómico se hermanan en esta propuesta sugestiva.
Matías Bassi, Elvira Gómez, Nicolás Gentile y Agustín Soler integran todo el elenco y realizan un trabajo coral, muy exigente en lo físico, y frenético, con constantes cambios de personaje y mínimas caracterizaciones. El largo recorrido de este montaje tiene un reflejo directo en su interpretación, que se desarrolla exacta, con un acertadísimo uso de los tiempos y la tensión del ritmo.
La puesta en escena es una fantasía minimalista que derrocha ingenio. Jorge Pastorino, responsable de la iluminación y del diseño del espacio, extiende el concepto lúdico que rige el montaje a una escenografía en la que pocos recursos, pero sorprendentemente versátiles, demuestran una creatividad que secuestra nuestra atención por la belleza de su simplicidad. El espacio está en un continuo desarrollo, marcado por el movimiento de los actores, que se desplazan con precisión relojera y aparente abandonada naturalidad. Sebastián Furman firma el diseño sonoro y el concepto escénico se cierra con un uso divertido y a veces violento de la videoescena, mediante proyecciones en tiempo real.
Es sorprendente descubrir la incomprensible comunión entre el clown y lo clásico. Lo bien que se entienden dos lenguajes que, en lo formal son tan dispares, pero que comparten en el fondo ese análisis de las miserias humanas. La temporada anterior pudimos disfrutarlo con Rhum & Cia en el Teatro de la Comedia, con El diablo cojuelo. Ahora podemos hacerlo por fin con este Othelo (termina mal) que tanto ha demorado su llegada a los teatros madrileños. Cómo podíamos sospechar que una tragedia de Shakespeare, que termina tan mal, podía hacernos tan felices.
Crítica realizada por Diana Rivera