Cuando Belén Barenys y Berta Prieto dicen que van a presentar un musical de Rómulo y Remo en el Grec Festival, puedes esperar casi cualquier cosa. La sorpresa es que es exactamente lo que han hecho… eh, más o menos. Lo hemos podido ver y flipar en el Auditori de Barcelona.
El dúo Barenys/Prieto (Derecho a pataleta, la serie Autodefensa) se especializa en sorprender, remezclar y politizar, desde la anarquía, la ironía y el conocimiento de los códigos audiovisuales, salteados con autoficción.
Rómul i Rem, el musical comienza con un video de un niño declamando un poema y, a la manera de Autodefensa, con versiones de Belén Barenys y Berta Prieto discutiendo pasivo-agresivamente por quién ha aportado más a la obra. Este anti-prólogo aparentemente desconectado del resto se convierte poco a poco en un verdadero vergel con las claves de la obra.
Cuando realmente empieza (?) Rómul i Rem (tras un fragmento de El lago de los cisnes tan correcto como lo ejecutaría una alumna disciplinada que nunca ha bailado), arranca con un decorado de función de colegio, de Paloma Lambert. Funcional, efectivo, pero todo un poco ligeramente de cartulina y purpurina. No es accidental ni un error. Lo refuerza la música enlatada que pretende no serlo. Y sin embargo el musical, que efectivamente nos habla de la tragedia de Rómulo y Remo a partir de su madre, el magnífico personaje de la loba capitolina (Luperca, alias Lupe), interpretada por Alvie Gual-Cibeira, una diva deprimida y al borde del suicidio, y una hiperpositiva palmera inmigrante (Barenys), funciona. Funciona muy bien. Con canciones magníficas y muy bien interpretadas… pero también que intentan insertar mensajes con calzador.
La función va derivando cada vez más a otros asuntos que nada tienen que ver con Rómulo y Remo… ¿o quizás todo? Porque el musical realmente es una irónica crítica a Occidente y su decadencia, al querer aparentar, al personalismo mal entendido, a la ensalzación del original y no del trabajador, al meme de Coelho, al cultureta de pacotilla. A la falta de empatía y a la necesidad de conexión, a veces nihilista. Y, por qué no, también una gran tomadura de pelo. Un troleo que se agradece mucho.
Los tres protagonistas se rodean de un coro (con Pol Clusella, Juan Feduchi y Eduard Sales, que también complementan la música con sus instrumentos, y la coreógrafa María Jurado) y juegan con fenomenales momentos de iluminación de Carlos Bauzá, y el apoyo de videos de Victor Diago, que fluyen entre el surrealismo, el descaro y la huida hacia adelante. No del espectáculo, que es divertido, sólido y con grandes interpretaciones (particularmente de Barenys y Gual-Cibeira), sino en el fondo de todos nosotros. De nuestras pretensiones, nuestras falsedades y nuestros orgullos de pacotilla.
Crónica realizada por Marcos Muñoz