Tras los exitosos montajes anteriores, Juan Diego Botto y Sergio Peris-Mencheta vuelven a trabajar juntos, en esta ocasión con la colaboración de Ahmed Younoussi, en la obra 14.4 sobre las tablas de la Sala Max Aub en las Naves del Teatro Español de Madrid.
14.4 no es un cuento, es la realidad de Ahmed Younoussi a través del texto de Juan Diego Botto y de Sergio Peris-Mencheta que también dirige este montaje. Una historia sobre la pobreza de un niño marroquí que desde Tánger ve la costa española como única salvación. Un éxodo achacable a la falta de oportunidades en su país de origen y que nos invita a reflexionar sobre lo determinante que resulta el lugar de nacimiento.
Los espectadores y espectadoras vamos a encontrarnos con un caso que hemos visto multitud de veces en documentales y ficciones pero que, en esta ocasión, nos lo cuentan de una manera totalmente diferente. Desde la entrada sientes que todo está planeado de una manera distinta, con un personal de sala extremadamente simpático que poco a poco conquista al público mientras destaca la importancia de dejar los teléfonos móviles completamente apagados, lo que se traduce en una predisposición plena para lo que va a suceder a continuación. La obra, 14.4, es la cifra que designa los kilómetros que separan África de Europa a través del estrecho de Gibraltar, comienza con un tono humorístico y amable pero pronto da un giro para que todos los asistentes empiecen a conocer la dura historia del actor Ahmed Younoussi que acarrea todo un pasado sobre sus hombros. La vida de un niño que escapa del maltrato familiar para habitar las calles de Tánger y que tiempo después llega a España escondido en la estructura de un camión.
Pero la columna vertebral de la obra es Ahmed, que realiza una actuación rebosante de autenticidad y magnetismo. Desde un primer momento el actor destila humanidad interpretándose a sí mismo. A través de sus ojos, podemos ver el inmenso dolor y el tormento de todos esos niños protagonistas de realidades extremadamente complejas. Ahmed se deja la piel a lo largo de las casi dos horas que tiene de duración dando un verdadero recital interpretativo, lleno cambios de ritmo y de registros y dando vida a varios personajes a una velocidad vertiginosa. Con la palabra y con un gran arsenal de gestos y matices nos sumerge en la historia porque su manera de interpretar es precisa y, al mismo tiempo, desprende una fuerza que inunda todo el patio de butacas. Bravo.
La puesta en escena es realmente eficaz; sencilla a primera vista pero toda una declaración de amor al teatro. El pequeño espacio utilizado, creado por Alessio Meloni, da veracidad y realza lo que sucede sobre las tablas de la sala Max Aub. Todo muy bien apoyado por las videoproyecciones de Ezequiel Romero y la composición musical de Joan Miquel Pérez en la que me gustaría destacar la versión que hace Rozalén de la canción Clandestino. Otro de los puntos fuertes del montaje es el cuidadísimo e intencionado diseño de luces, del que se encarga Javier Ruiz de Alegría, que potencia en todo momento la teatralidad. Es crucial el trabajo que hay detrás para que todo fluya en armonía a la hora de crear una experiencia única y transformadora para un público completamente entregado.
Dejarse llevar con lo que sucede sobre el escenario es la clave, no tener ideas preconcebidas sobre el texto sino vivir el plan del protagonista para conectar con sus emociones y transitar en ellas, sin ningún tipo de represión. Y es que todo fluye de manera dinámica para que el público esté inmerso en este montaje que sirve como bastión para la memoria y la reflexión porque está claro que no podemos mirar hacia otro lado.
En definitiva, todo está al servicio del texto y, principalmente, el actor que es el vehículo principal para contarnos su propia historia. ¡Qué necesario es el teatro cuando invita a la reflexión y emociona a partes iguales! 14.4, sin ninguna duda, deja huella.
Por último, recalcar el esfuerzo y el empuje que ha puesto Peris-Mencheta en este montaje a pesar de su situación personal actual. Qué especial la conexión en directo con él que tuvo lugar en el pase al qué asistí; emociones a flor de piel de todos y cada uno de los presentes.
Crítica realizada por Patricia Moreno