Hace más de 530 años, Joanot Martorell publicó en Valencia y en valenciano una de las mejores novelas de caballería de la historia: Tirant lo Blanc. Aprovechando el Grec Festival, Marius Serra la adapta ahora en el Teatre Romea, de Barcelona y Joan Arqué la dirige, para demostrar que sigue más vigente que nunca.
Hasta Cervantes (en el capítulo del Quijote de la quema de libros) lo tenía en muy alta estima, y no solo por las hazañas caballerescas, sino por el realismo de sus protagonistas, que combinaban lo divino y lo humano, lo erótico y lo piadoso, lo exacerbado y lo poético. Héroes que comían y bebían y morían en sus camas, y que a veces se equivocaban. Y mucha ironía.
El ínclito Màrius Serra ha condensado las 900 páginas del Tirant saltando desde su primer duelo en Inglaterra a su historia de amor con la princesa Carmesina, hija del emperador de Constantinopla. Hay un importante infodump que se repite en otros dos momentos de la obra, necesario para saltar episodios obviados pero que se vuelve un poco complejo de seguir: no vamos al teatro para que nos lean sino para ver «actuar» (de acción) a los actores. Y sin embargo, también aquí Serra aporta un elemento importantísimo: en estos resúmenes, los personajes aprovechan para mostrarnos sus opiniones personales sobre quién y qué es Tirant, desde una perspectiva multicultural que encaja tanto con los personajes como con los actores que los interpretan, alejándose tanto de la apropiación cultural como del eurocentrismo.
Con el texto despejado, el director y la compañía levantan una función intensa, juvenil pero matizada. Una escenografía mínima y versátil de Judit Colomer, un ciclorama de colores cambiantes por fondo (iluminación de Toni Ubach) y una música casi constante, evocadora y con sensibilidad, que interpretan en directo los actores y la magnífica Judit Nedderman, autora de toda la partitura original. La acompañan en la creación del espacio sonoro Roger Giménez y la actriz Neus Ballbé.
Todo eso ayuda al elenco a componer unos personajes magníficos: empezando por el protagonista, Quim Àvila, un Tirant complejo, que empieza abierto e inocente y se va endureciendo, siempre defendido por su primo el señor de Agramunt (Ireneu Tranis), como persona y como personaje. A su lado, Clara Mingueza interpreta a su enamorada, la alocada princesa Carmesina, y Laura Aubert a la avispada doncella Plaerdemavida: es ella quien de hecho lleva el peso de la obra durante un buen tramo. Pero esta obra se centra sobre todo en los episodios bereberes de la novela, por lo que cobran principal relevancia el caudillo a las órdenes del rey de Túnez (Moha Amazian), el apasionado rey Escariano de Etiopía (Neus Ballbé) y su pretendida Maragdina, princesa y luego reina de Tlemcen. En ese sentido hace un fantástico doble papel Agnès Jabbour, que en la primera mitad encarna a la malvada (por amores) Viuda Reposada, y como Maragdina a uno de los personajes más nobles y dignos de toda la obra.
El conjunto de actores funciona perfectamente, con garra, con rabia a veces, representando el ardor guerrero y el sexual, el deseo, la duda, la necesidad que mueve a todos esos personajes más allá del deber. Todos giran alrededor de Tirant, por odio o por amor, por amistad o por camaradería, y la de guerrero-amante se va convirtiendo en una dualidad clave en la que se acabará entrometiendo la faceta religiosa.
Más allá de los tal vez necesarios momentos de condensación argumental, la obra funciona perfectamente con un juego escénico sencillo y quizás por eso más tradicional, sin grandes artificios de escenografía, pero con soluciones de vestuario simples y efectivas (siempre acertada Nídia Tusal), modernizando algunas partes para que sigan siendo tan potentes como en su momento, fieles al espíritu original pero vistas con ojos de hoy. Denunciando por ejemplo las conversiones forzosas y el odio, pese a ello, de la comunidad eclesiástica por los conversos (algo que, casualidades, también toca muy directamente la obra Macho grita, en cartel al mismo tiempo en Barcelona). Fidelidad y actualización parecen contrarias, y sin embargo, como este Tirant o el musical Hamilton demuestran, son posibles. Una función muy jugosa y tan sensual y poliédrica como el texto del caballero Martorell.
Crónica realizada por Marcos Muñoz