El Teatro Romea de Barcelona programa, hasta el 16 de junio, la obra Manual para armar un sueño de la compañía teatral La Zaranda. Una propuesta teatral intimista y poética con la que la compañía celebra sus 45 años (ahora ya 47) sobre los escenarios del mundo.
¿Y si volviera a la vida?, se pregunta este personaje olvidado en el fondo del espejo. Frente a él, un actor ha ido envejeciendo camerino a camerino, maquillando su íntima derrota, sus gastadas ilusiones, ese desengaño que ensombrece sus días. Tantas cosas han muerto en él que la vida no será lo suficientemente larga para olvidarlas. Pero hoy escucha esas voces dentro del azogue y es como si el alma se le devolviera al cuerpo. En este presente estéril en que el hombre no parece estar a la altura de sus sueños, con sus postreras fuerzas, saldrá a irradiar esperanza al escenario. Aliado con su personaje, removerá con su zaranda en las entrañas del teatro, topándose con sus vicios y virtudes, con su humanidad siempre. Bajarán hasta los infiernos, cruzarán dédalos donde los burócratas almacenan su tedio, sortearán los socavones que cubren las alfombras rojas de la fama, alumbrarán las oscuras galerías donde la vulgaridad empantana todo, intentando liberar a Segismundo de una realidad alienante y prosaica, escaparán del mundo y sus chanzas, haciendo de Clavileño un Pegaso. De nuevo, desafiando a la muerte y al olvido, buscarán la alegría del reencuentro con el teatro.
Manual para armar un sueño es, sin duda alguna, una absoluta genialidad hipnótica creada por La Zaranda para homenajear el mundo del teatro pero, sobretodo, a los actores que, como diría Roc Bernardi en los Premios de Teatro Musical esta misma semana, ponen voz y cuerpo a un trabajo sufrido y lleno de riesgos que, si no amaran, no seguirían ejerciendo.
Con Manual para armar un sueño, La Zaranda presenta una oda a la esperanza. A poder mostrar y entender lo que cuesta construir desde una compañía teatral, un producto cuidado y artesanal que pueda ser programado por toda la piel de toro y más allá. Ellos, poniendo luz en las tinieblas de un mundo que es claramente hostil a todo lo que escape a su comercio, presentan un producto mágico, lleno de frases de póster, que despierta la curiosidad de un público, la mayoría, incrédulo y poco informado de lo que se habla en escena.
Hay que dedicarse al teatro para entender lo que es ser compañía, lo que es ser actor. Los sacrificios que se han de hacer y la burocracia que se necesita para tener una ínfima ayuda que luego hay que devolver casi por triplicado. Aquellos insensibles que hablan de las compañías teatrales y de las subvenciones que algunos reciben, deberían informarse antes de abrir la boca. Y, aquí, La Zaranda, con su comedia propia y sus reconocidos chascarrillos, ponen los naipes sobre la mesa para explicar lo que realmente hay tras la creación.
El texto de Eusebio Calonge es prosa cálida y repetitiva que cala en la mente del espectador. Poco a poco avanzamos en una historia que, aunque en un inicio nos confunde, llega a atraparnos hasta el punto de comprender, a pies juntillas, las reflexiones que sufren los personajes.
Junto al texto, la exquisita dirección de Paco de La Zaranda, quien también es el autor de la inspiradora escenografía, nos lega una visión orgánica que, apoyada de andamios y puentes metafóricos, contribuye a comprender un relato lleno de puntos de inflexión que ayudan a que la historia se desarrolle bajo un aura de naturalidad.
Así, inicialmente, los actores aparecen en escena como jornaleros que pican piedra, ponen andamios, y hablan de la dificultad de crear algo mientras reflexionan si deberían dedicarse a ello. Poco a poco, estos dos personajes (interpretados por Francisco Sánchez y Gaspar Campuzano) irán mutando para formarse en la figura de dos actores, quienes seguirán teniendo alma de jornaleros pero que cambiarán el picar piedra por el picar puertas. Un tercer actor, Enrique Bustos, quien aparecerá algo más tarde en la obra, será el encargado de interpretar a los múltiples personajes que interactuarán con los protagonistas y que, siempre, tratarán de poner trabas a la creación. El mismo actor, saltándose la cuarta pared, llegará a compararse con el diablo al explicar su función al público presente. Ambos tres, sostienen una interpretación soberbia que el público agradece en vítores y aplausos al finalizar la función.
En la parte técnica, destacar de nuevo el espacio escénico creado por Paco de La Zaranda, el impecable vestuario ideado por Encarnación Sancho y, finalmente, la remarcable y cuidada iluminación de Peggy Bruzual que pone el broche de oro a un producto sublime.
Manual para armar un sueño se presenta como un viaje infinito en la historia a las catacumbas de un teatro olvidado que, sin embargo, transcurre en el corto espacio que va de un camerino al escenario. Un sueño de dos actores que sangran por levantar un producto tan delgado como el hilo de una cometa que resiste a toda suerte de tempestades. Tempestades que tratarán de destrozar un sueño que, siempre, volverán a armar. Porque no hay nada tan ilusionante como el teatro.
Crítica realizada por Norman Marsà