La compañía Belga, Peeping Tom, vuelve al Teatre Nacional de Catalunya en Barcelona, en su ya clásica visita anual, para presentar su nueva creación: S 62°58’, W 60°39’. Un espectáculo donde vuelven a sumergirnos en sus mundos oscuros y oníricos. Esta vez, con una creación que catapulta al público a un viaje distópico.
S 62°58’, W 60°39’, las coordenadas del título del espectáculo, corresponden a la Isla Decepción, el lugar exacto donde un barco ha quedado encallado entre el hielo ártico. La tripulación, sin comida y atrapada en este paisaje desolado y peligroso, sobrevive guiada únicamente por la naturaleza. Su única esperanza es el deshielo que les permitiría continuar el viaje.
Esta es la premisa que la «compañía de danza» nos ofrece al iniciar el espectáculo. Un show con una psicología muy similar a la que nos tienen acostumbrados, donde sus mundos de oscuridad extrema se clavan en la retina del espectador y les hacen reflexionar sobre lo que acaban de ver. Espectáculos duros y directos creados por la mente retorcida de su director, Franck Chartier, quien disfruta jugando con los límites de la realidad.
Pero, esta vez, asistimos a un espectáculo diferente. Un volantazo inesperado que sitúa a la compañía en un prisma distinto al que nos tienen acostumbrados.
La compañía ha mutado y, aunque sigue ofreciendo pequeñas dosis de danza sobre las tablas, esta vez sobre los hielos, lo que nos encontramos en escena es una absoluta novedad. La cuarta pared se rompe cuando sus personajes, cansados emocionalmente del viaje al que están siendo sometidos con esta creación, nos dejan entrever que lo que estamos viendo no es la obra en sí, sino un ensayo de compañía en el cual, todos -menos el niño-, están simpatizando en un burnout colectivo que hará que la creación naufrague. Pero, ¿estamos seguros que es un ensayo o son los mismos personajes de la obra? ¿Podemos distinguir qué es real y qué es ficción?
Poco a poco, cada intérprete, mostrará sus reticencias a la creación. Sus miedos, dudas, egos, aspiraciones… el cansancio de la vida nómada que implica estar en una compañía de éxito mundial, lejos de la familia y amigos. Todo ello, reventará en escena y se encallará, como el barco, en su propia isla de la decepción.
La idea de descolocar al público con esta tragicomedia inesperada, hace que el respetable se encuentre en todo momento atento a un producto inesperado y cambiante, en el que accedemos a las presiones y pensamientos auto-destructivos de la misma compañía. El director quiere levantar su obra y, para ello, busca algo específico, duro y basado en la realidad personal; pero, como dictador en la sombra, conseguirá que su elenco acabe revelándose incómodo y mentalmente exhausto.
Peeping Tom aparca así un tipo de espectáculo al que nos tenía acostumbrados para explorar una nueva linea de actuación, basada, eso sí, en sus mundos oscuros y oníricos. Ellos, anteriormente nombrados compañía de danza, evolucionan para entregar otro tipo de espectáculos que, de la misma forma, nos dejen inconscientes en la butaca, admirando lo que se cuece en escena, para finalizar con el público entregado aplaudiendo en pie.
Crítica realizada por Norman Marsà