El Espai Texas de Barcelona presenta El Tigre, la nueva obra escrita y dirigida por Ramon Madaula. Tras varias conversaciones entre el pasado y el presente (Buffalo Bill a Barcelona, Conqueridors, Els Buonaparte), Madaula se centra ahora en las neuras de nuestros días, y en la pugna social entre (in)felicidad y mediocridad.
Una charla TED abre y cierra El Tigre, enmarcándonos en cierto modo en ese submundo de los motivadores, los neurocientíficos y los gurús del crecimiento personal. No necesariamente de los charlatanes: aunque El Tigre hace cierto escarnio de los Mr Wonderful de la vida, lo que intenta no es reirse de los vendehumos del autocrecimiento, sino poner en duda la viabilidad de la cultura de la felicidad y el «ser la mejor versión de nosotros».
Frente a ello, guerra abierta entre el positivismo de Plotino o Giordano Bruno y el pesimismo de Ortega y Gasset («Yo soy yo y mis circunstancias») y Schopenhauer, ante el que se establece una tercera vía, un tanto epicúrea. Unos planteamientos filosóficos que no entorpecen la obra, sino que la empapan, que se ejemplifican con hechos, con reacciones y problemáticas reales, con un diálogo entre un famoso divulgador de la felicidad (David Olivares) y la fotógrafa que tiene que retratarle para la portada de un dominical (Mercè Martínez), alguien que cayó y se rehizo a sí mismo, y alguien que se encuentra en el peor día de su vida. El vértigo del que está arriba y el odio de quien lo ve todo desde abajo.
El tigre habla de nuestros miedos, de nuestras mentiras, de nuestra verdad escondida y de nuestra capacidad para autoengañarnos, así como de la incapacidad de todo el mundo para aspirar al mismo modelo de felicidad. Olivares y Martínez establecen un diálogo y un enfrentamiento lleno de altibajos reales como la vida misma, en el que intentan entenderse, superarse, imponerse, colaborar, demostrarse mutuamente que lo que el otro plantea ni es cierto ni sostenible ni sano. Lo hacen con una combinación teatral perfecta de costumbrismo, drama y comedia, poniendo el dedo en la llaga de nuestros momentos más bajos y nuestros autoengaños más frecuentes, sin dejar de dar información interesante, tanto filosófica como neurocientífica, sobre la combinación entre nuestro cerebro y nuestro cuerpo… y cómo a la realidad realmente se la sopla todo eso.
Madaula consigue dirigir muy bien su propio texto, aprovechando las virtudes de sus dos intérpretes, y empezamos ya a ver, tras sus últimas obras, que en su teatro se unen buenas investigaciones previas, buenas teatralizaciones de la información, pero también, pese a lo elevado que pueda ser el tema que trate (sea la construcción de Europa, el ensalzamiento de los héroes o la búsqueda de la felicidad), su capacidad y de hecho disposición siempre a flor de piel a reirse con un punto burlón de los fastos y la grandiosidad.
¿Podemos ser la mejor versión de nosotros mismos? ¿Eso es lo mismo que ser felices? ¿O el nirvana está el la reducción a la mínima expresión posible del deseo y del dolor? ¿Ser mediocres es una aspiración de vida? Esa y muchas otras preguntas circulan, con dosis variables de simpatía y mala leche, por El tigre, una hora y media de teatro potente y cercano que puede verse desde la platea transversal a dos aguas del Espai Texas de Barcelona.
Crítica realizada por Marcos Muñoz