Al que deja de ser uno mismo durante un rato lo llamamos actor, al que es capaz de convertirse físicamente en otro, mago, y en la frontera de ambos alternadores se encuentran los transformistas. El más rápido de todos a nivel mundial, Arturo Brachetti, se encuentra estos días en el Teatre Victoria de Barcelona multiplicándose en un espectáculo titulado… Solo.
Tras más décadas en activo de lo que cualquiera podría creer al verlo en escena, el turinés Arturo Brachetti ha acabado perfeccionando el secreto de cómo hacer del cambio rápido de vestuario un espectáculo de hora y media: esquiva el peligro de saturar al público y hacerle perder el sentido de la maravilla ante lo que no deja de ser un truco de magia repetido de mil maneras, echando mano de su biografía.
De entrada, en lo narrativo, ya que Solo nos propone un paseo por la vieja casa familiar que le sirve de excusa para ir articulando las diferentes escenas transformativas del espectáculo. Pero también en lo profesional: Brachetti empezó en los años 80 como mago y actor, y no fue hasta los 90 cuando recuperó la técnica de la transformación rápida que tan famosa hiciera otro italiano, Leopoldo Fregoli, a finales del siglo XIX y principios del XX; tanto que al transformismo vertiginoso se le llama «fregolismo». Para no abusar de sus cambios de vestuario, Arturo Brachetti nos ofrece una especie de espectáculo de variedades unipersonal en el que hay, claro, transformismo, pero también ilusionismo, tanto clásico como grandes ilusiones tecnológicas, humor, teatro, vodevil, poesía, danza, animación 3D e incluso dibujo con arena.
En Brachetti hay comedia un tanto gruesa y detalles de sensibilidad lírica. Hay espacio para Hulk y para Edith Piaf. Caben máscaras casi irrisorias y caracterizaciones espléndidas. A algunos de los espacios entre segmentos les falta ritmo, el precio de estar (casi) solo en el escenario, pero la recompensa estriba en que, en cada nueva aparición, Brachetti nos ofrece algo más, algo distinto. Con abundancia de personajes que no son famosos, sino tipos distintivos fácilmente reconocibles. Y nunca tarda demasiado en volver a dejarnos con la boca abierta marcándose una nueva transformación imposible.
Otro as italiano del fregolismo, el veneciano Ennio Marchetto, opta por la cartoonización de sus personajes y la acumulación de más de 300 por espectáculo. Brachetti elige otra ruta, evita la bidimensionalidad en sus vestuarios y hace de las texturas, el volumen y el movimiento de sus otros yoes parte de su gracia. Y además, en todos sus «otros números», los que no son de transformismo, la metamorfosis sigue estando muy presente.
Solo es un espectáculo único que merece ser presenciado con ojos de niño y corazón de soñador. Y luego, cuando lo hayan visto, entren en la maldita Wikipedia y vean la edad del fregolista…
Crítica realizada por Marcos Muñoz