El Teatro Pavón de Madrid presenta una versión, dirigida por David Selvas, en clave musical del clásico La importancia de llamarse Ernesto. Un espectáculo teatral con mucho ritmo y que está protagonizado por un elenco de lujo que hace las delicias del público.
La importancia de llamarse Ernesto sitúa el foco de su crítica en la doble moral y la hipocresía de la época victoriana. Mediante multitud de desdoblamientos y constantes repeticiones de frases y situaciones, el autor pone en escena comportamientos propios de una sociedad basada en las apariencias que simula ser algo cuando, realmente, es todo lo contrario. Esta obra cumbre de Oscar Wilde contiene un mensaje que se mantiene atemporal porque aunque ya no vivamos en una sociedad victoriana, seguimos inmersos en un mundo en el que el dinero y las apariencias mandan sobre todo lo demás. La obra, a través de diálogos ingeniosos, critica las convenciones sociales y enfatiza la importancia de la honestidad en las relaciones humanas.
A lo largo de los años, las obras de Oscar Wilde han sido representadas en infinidad de ocasiones. Ahora, el teatro Pavón recoge el testigo y nos ofrece una dinámica versión que resulta comercial en varios aspectos pero que no pierde el profundo e inteligente contenido, respetando al dramaturgo a la vez que lo hace completamente actual. David Selvas dirige, con acierto, esta propuesta del clásico brindándonos una propuesta musical muy enérgica que pone el énfasis en la parte cómica del entramado pero que, a su vez, respeta escrupulosamente el argumento original que pone en escena la doble vida que arrastran dos jóvenes amigos, Jack y Algernon, quienes utilizan el nombre de Ernesto para escapar de sus obligaciones y conquistar a las mujeres que aman.
Creo que, ante todo, lo mejor es el trabajo actoral porque el ritmo y el dinamismo recae en los intérpretes. Primero Ferrán Vilajosana con una actuación directa, potente y ágil que transita por los distintos matices de las emociones que siente su personaje. Su sirviente, un Albert Triola irónico que aporta toda la credibilidad posible a su personaje. Otro pilar del espectáculo es Silvia Marsó que está espléndida con el papel de Lady Bracknell, desde su primera aparición se mete al público en el bolsillo con su interpretación y, por supuesto, con el carácter de su personaje; una mujer capaz de adaptar sus principios a cualquier imprevisto que tenga lugar. Pero el máximo protagonista es Pablo Rivero, un actor que va cogiendo fuerza según avanzan las escenas y que lograr sorprendernos con un registro bastante extenso, complejo y lleno de aristas. Paula Jornet puede lucirse un poco más en las últimas escenas y es un auténtico placer verla sobre las tablas del Pavón; además, es ella quien compone la música y dota con sus letras de una gracia añadida al montaje. Me gustaría destacar alguna de las escenas finales que comparte con Júlia Molins derrochando aplomo y vis cómica y deleitándonos con algunos de los diálogos más ingeniosos de toda la función; están estupendas las dos. Completa el reparto Gemma Brió, una actriz que se entrega y se complementa a la perfección con el resto de compañeros y compañeras. No es fácil actuar y cantar al mismo tiempo y aquí lo hace todo el elenco.
José Novoa diseña un espacio escénico fijo que recrea una mansión victoriana de la época, sabiéndola convertir en la casa de campo con el ingenioso recurso de llenar la casa de plantas. Mingo Albir ilumina todo lo que sucede sobre las tablas con precisión mientras que Lucas Ariel Vallejos regula de maravilla el sonido de voces y música.
La importancia de llamarse Ernesto resulta ser un montaje fresco y divertido que el público acoge con facilidad y que premia con un fuerte aplauso al terminar.
Crítica realizada por Patricia Moreno