El Teatre Nacional de Catalunya en Barcelona presenta Amnèsia, una obra escrita y dirigida por Nelson Valente que plantea con ironía las dificultades de entenderse entre los distintos miembros de una familia a la hora de enfrentarse a que la madre, puntal de la familia, necesitará ayuda a partir de ahora porque ya no podrá vivir sola. Con un humor irónico, el autor y director argentino nos plantea un tema delicado pero inevitable: ¿Y ahora, quién cuida a la madre?
Mercè Aránega interpreta a la Madre y pilar de esta familia de tres hermanos que, con la edad, empieza a perder la cabeza por causa del Alzheimer (aunque en ningún momento se nombra la enfermedad de la que se habla). Su hija mayor, interpretada por Miria Iscla, es la que ha asumido, durante muchos años, el papel de cuidadora; llegando a dejar de lado cualquier expectativa de vida para dedicarse exclusivamente a ella. Vive con ella, la cuida y todo, todo lo hace con ella. Por otro lado, sus dos hermanos, solo hacen acto de presencia en la casa para mantener el contacto, más o menos, cada 3 o 6 meses. La hermana mediana, personaje interpretado por Victòria Pagès, se dedica a la política, primera línea, es diputada; y según indica, su vida es un infierno continuo y no puede preocuparse de otra cosa. Y, por su parte, el hermano pequeño, interpretado por Joan Negrié, quien está a la espera de que le salga un negocio relacionado con la construcción en el extranjero y eso le impide ocuparse de su madre. Todo explotará cuando, en una de esas reuniones familiares que hacen cada X meses, la hermana mayor les diga que necesita volar del nido para (re)encontrarse con ella misma y nadie quiera tomar su relevo.
Nestor Valente nos presenta una dramaturgia cruda y realista en los círculos familiares. El cuidado de nuestros mayores, quienes nos cuidaron a nosotros desde el nacimiento, es un tema que más de una familia evita hablar. Parece que nadie quiere cuidar a sus mayores porque estos le dan demasiado trabajo o les impide llevar la vida que desean llevar. Parece que estas cosas puedan trastocar la vida de más de uno/a pero, ¿qué hacer cuando ni la persona en sí, ni los propios hijos, quieren una residencia o disponer de ayuda externa para sus cuidados? ¿Cómo solucionar este entuerto? ¿Qué hacemos con el muerto?
No es la primera ni la última vez que, sentado en la butaca del teatro, entiendo tanto una obra y la puedo comparar con algo vivido. Esa es la magia del teatro. Reconocer en personajes algunos de los miembros de la familia u conocidos de la misma. Y, efectivamente, la situación descrita por Valente me eriza el vello de los brazos cuando frases tan claras saltan como resortes en mi mente. Ya no solo por parte de la familia directa, sino por parejas de las mismas que están presentes en la situación y que, quieran o no, van a sufrir las consecuencias.
Muchos de los presentes en las butacas del teatro pueden pensar que la familia que se nos muestra es una familia disfuncional pero, nada más lejos de la realidad. Lo que Valente nos muestra es la situación de una familia actual; lo que pasa es que puede que aun no te haya tocado vivirlo.
Miembros de la misma que solo se preocupan de ellos mismos, de sus vidas y de sus logros. Nada externo puede trastocarles la vida que han construido y que tenían planeada pero, la vida nos da sorpresas y, lo que parece que a ti no te va a pasar nunca, «plas», aparece en tu vida creando la eterna duda existencial (depende del rol que juegues): ¿soy mala persona por no querer cambiar la vida que he construido?, ¿soy el tonto de la familia que siempre debe cargar con todo?
Sobre el escenario de la sala pequeña del TNC se cumplen todos estos roles de una forma extremamente detallada. Aunque en ocasiones quieres levantarte y gritarle a más de uno, todas las partes tienen un discurso comprensible y lógico que hace que empatices con cada una de ellas durante la hora y treinta y cinco minutos que dura la obra. Empezando por una deslenguada y divertida Mercè Arànega que presenta un personaje con el que dejarse llevar y disfrutar.
Aunque se habla mucho de su personaje, en la mayoría de la obra se muestra ausente, ya que ella no es la protagonista de la obra. En la dramaturgia de Valente, los protagonistas son los secundarios de la historia (la prole y sus respectivos). La historia en sí, está basada en la reunión de unos familiares que, realmente, aunque se hagan las víctimas, son de lo más interesados. Y, claramente, sus escrúpulos no aparecen en ningún momento. Así, el tándem Míriam Iscla, Joan Negrié y Victòria Pagès nos ofrecen unas interpretaciones verosímiles y directas. Como entre ellos se esconden información, como confabulan, como se hacen las víctimas tras una máscara de hipocresía que les llega al suelo… Una interpretación fantástica solo superada por el momento estelar de Iscla.
Junto a ellos, encontramos a dos personajes que, esta vez sí, son algo más secundarios pero que tienen un rol muy bien agregado a la historia: Màrcia Cisteró nos presenta a la mujer de Joan Negrié, una señora en apariencia alegre y comprensible pero que no duda en clavar el puñal en la espalda de cualquiera con tal de conseguir su propósito de vida. Y Biel Rossell, el joven «nuevo» novio de Victòria Pagès; un personaje que pone los puntos sobre las «ies» a la diputada pero que, a su vez, aun mostrarse alejado de la historia, es muy tajante con ella. Un personaje misterioso a la vez que atrayente y, del cual, no llegamos a saber mucho.
En la parte técnica, destacar la iluminación creada por Ganecha Gil, quien poco a poco nos va metiendo en la oscuridad de las almas de esta familia que sobrepasa el día hablando de la solución planteada; el diseño de sonido de David Solans, quien consigue poner el foco en los momentos tensos de la situación; el vestuario y la escenografía creada por Albert Pasqual, quien nos introduce en la espaciosa cocina de una casa de bien vivir y; la caracterización de personajes de Àngels Salinas que, sobretodo, nos ofrece a una irreconocible Mercè Arànega.
Amnèsia es, realmente, lo que la familia cercana suele tener cuando sus allegados les piden ayuda. Y, realmente, el texto de Nestor Valente lo expresa de la forma más real y sincera posible.
Crítica realizada por Norman Marsà