El Teatro Real de Madrid acoge una de las óperas menos representadas de Richard Wagner. Los maestros cantores de Núremberg es una delicia apabullante en lo musical y escénico. Una brillante puesta en escena que pasa por encima de la calidad actoral del reparto.
La premisa de pasarse casi seis horas en el Real puede asustar o seducir. En mi caso ocurre lo segundo. Dejarse llevar por una extensa composición promete pasar por un sinfín de sensaciones. Sumemos a ello la grandilocuente partitura de Wagner y una historia que se sigue con facilidad, ya que en esta ópera Wagner huye de los referentes mitológicos y nos presenta a unos personajes de carne y hueso, habitantes de un Núremberg de ensueño, entusiasmados con el certamen anual de Maestros cantores, algo así como su Eurovisión local, con su jurado profesional y el fervor del fenómeno fan.
El Teatro Real tira la casa por la ventana y estrena una nueva producción que convoca a una extensa orquesta y un no menos inmenso coro. Laurent Pelly como Director de escena nos lleva a un Núremberg orgánico de madera y cartón recreado con maestría por la escenógrafa Caroline Ginet. Preciosas e imborrables imágenes son las que nos deja este montaje. Cada uno de los tres actos bien diferenciados pero unidos por elementos escenográficos de apabullante belleza, la iluminación de Urs Schönebaum consigue climas y emociones de calidad excepcional.
Al frente de la enorme orquesta se sitúa Pablo Heras-Casado quien ya es ducho en regalarnos óperas wagnerianas en el Real. Aquí vuelve a hacer gala de su destreza en esos lares. Lo mismo ocurre con el siempre certero Coro del Teatro Real que en esta ocasión dobla la cantidad de participantes y nos muestra todo el potencial al que puede llegar. Su plena intervención se hace de rogar hasta el tercer acto donde nos sobrecoge con la calidad a la que siempre nos tiene acostumbrados.
En la parte de los cantantes es donde quizá nos quedamos un poco por debajo de lo esperado. Esta ópera es de amplio reparto y no encontramos ninguna intervención destacada. Todos están bien, correctos y afinados, pero nos falta un golpe que nos remueva un poco en la butaca. La escenografía y la música lo consiguen pero la parte vocal se queda un paso por detrás de todo el andamiaje. Gerald Finley como Hans Sachs va de menos a mas y finalmente nos consigue convencer como ese zapatero que se debate entre la lealtad a los cánones de Los maestros cantores y lo que su corazón le dice. Leigh Melrose consigue un atribulado Beckmesser que roza la parodia pero que acaba conquistando al público. Tomislav Muzek como ese aspirante a cantor se nos queda un poco vacío de emoción. Nicole Chevalier, aquejada de un proceso gripal se esforzó por dar fuerza a esa Eva que se rebela contra el hecho se ser el premio para el ganador del certamen.
A pesar de la duración no hubo muchas deserciones entre el público, a pesar de que la duración del tercer y ultimo acto asustara a mas de uno. La sensación reinante era la de haber sido testigos de un montaje notable que, sin llegar a emocionar si conmueve en lo estético mas que en lo cantado.
Crítica realizada por Moisés C. Alabau.