No juegues con Carrie es un monólogo escrito y protagonizado por Enrique Cervantes que puede verse en el Teatro Quique San Francisco de Madrid. La obra está dirigida por Carolina Yuste y Sara Sierra, con producción de ANRA Produce, Carolina Yuste, Apoyo positivo, producciones OFF, Vania producciones, Tablas y más tablas y Fele Martínez.
No juegues con Carrie es una obra que nos presenta a Enrique. Desde el aula de su colegio religioso, Enrique revive los numerosos abusos que recibió en su adolescencia a causa de su homosexualidad. Abusos que le llevaron a planear una venganza mortal.
Nada más entrar a la sala del Teatro Quique San Francisco nos topamos con la mencionada aula, coronada con su enorme pizarra y una cuadrícula de pupitres. También nos topamos con Enrique (interpretado por Enrique Cervantes) de uniforme escolar. Ya en escena incluso antes de sentarnos. Cervantes aprovecha estos momentos de espera a que se llene la sala para trabajar un poco con el público. Charla distendidamente, reparte lecturas que entrarán en juego más tarde y hace algún que otro gag sobre el escenario. En primera instancia se nos presenta como un maestro de ceremonias cercano y simpático. Es en el momento en que suena la música que nos indica que va a comenzar la obra cuando empieza el asalto.
No juegues con Carrie no es, ni de lejos, simpática. Sí. Puede ser graciosa a ratos gracias al innegable carisma de Cervantes; pero es una experiencia desgarradora. El narrador salta frenéticamente sin orden lógico. Un mero pasajero de sus propios recuerdos. Una sola palabra es suficiente para empujarle hacia futuro o pasado. Se interrumpe a sí mismo, balbucea, y pierde la compostura en su frustración porque el habla no es suficiente para expresar la magnitud de sus emociones.
El texto detalla a la perfección un triángulo depresivo de soledad, desesperanza y tristeza tan real que dan ganas de abrazar a ese pobre Enrique adolescente. Sin embargo, la emoción que lo impulsa es la furia. Una ira tan voraz que inevitablemente nos lleva a esa fantasía de poder tras tanta violencia escolar. El narrador de Cervantes acribilla al público a preguntas y reprimendas con la seguridad de quién se siente vindicado a hacer sufrir por haber sufrido. Y es que en No juegues con Carrie no hay necesidad ni deseo de ser el bueno de la película. Ahí radica su verdad. En el simple ansia de ser escuchado.
Enrique Cervantes es verdaderamente una fuerza de la naturaleza en completo control de sí mismo, el texto, el escenario y el público durante más de una hora. Hace y deshace colocando a su antojo los pupitres de esa tétrica aula. Un diseño utilitario, versátil y elocuente en su simpleza del escenógrafo Alessio Meloni. El resto de elementos de la puesta en escena dirigida por Yuste y Sierra tienen el dudoso honor de tener que seguir el ritmo de su actor protagonista. Pero resulta evidente que Cervantes y el equipo están a la altura. Varios números de baile, incursiones en el público, una partida al ahorcado e innumerables cambios de iluminación se suceden con una fluidez y precisión imprescindibles en una obra con tanto ímpetu.
Directoras y escritor entienden que todas estas piruetas son necesarias para que la experiencia sea incómoda (debe serlo) pero no insoportable. A diferencia del joven Enrique, No juegues con Carrie no se pierde a sí misma en su propia agonía. Y es que la obra también es una especie de fantasía de poder. Mientras que el Enrique Cervantes escénico se desvictimiza en sus ideaciones asesinas, el Enrique Cervantes dramaturgo lo hace desquitándose de todas esas emociones fruto del abuso y colocándolas donde corresponde.
“La energía ni se crea ni se destruye. Solo se transforma” responde cuando se le pregunta que de dónde viene tanta violencia. Aquí Cervantes y compañía han tomado la decisión correcta trasformando una violencia desmedida y traumática en arte y compasión.
Crítica realizada por Erik Ortega Rodríguez