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26.04.2024 Críticas  
La voluntad de creer – Crítica 2024

Regresa a las Naves del Español en Matadero de Madrid, La voluntad de creer, obra escrita y dirigida por Pablo Messiez que recibió el Premio Max 2023 a mejor espectáculo de teatro, además de una nominación a mejor autoría de teatro a los Premios Talía del mismo año.

Los actores Sergio Adillo, Mamen Camacho, Marina Fantini, Rebeca Hernando, María Jáimez y José Juan Rodríguez reciben a los espectadores mientras éstos, intimidados por su presencia o distraídos, acceden al teatro y buscan sus butacas. Con cadencia hipnótica los seis intérpretes interpelan al público o interactúan entre ellos. Se presentan a sí mismos y presentan sus personajes, incluso nos avanzan detalles de la trama que se desarrollará a continuación. Nos anuncian sus futuros cambios de ropa, y se mueven erráticos por un escenario inmenso, vacío y bañado por la luz del sol que entra por las ventanas y puertas todavía abiertas. No somos conscientes aún, pero La voluntad de creer ha empezado en ese momento, y se irá formando como realidad teatral ante nuestros ojos, gradualmente, capa sobre capa.

Pablo Messiez se inspiró libremente en la película de 1955 Ordet de Carl Theodor Dreyer, que a su vez es una adaptación de la pieza teatral La palabra, del dramaturgo danés Kaj Munk. Tanto la pieza original, como la película y el montaje actual, reflexionan sobre algo tan abstracto como la fe y la posibilidad de manifestar una voluntad de creer. Formalmente la trama nos presenta el reencuentro de cuatro hermanos, que se produce cuando la más joven de las hermanas regresa a la casa familiar con su mujer, embarazada a término. La presencia de la pareja despierta conversaciones aletargadas y dispara la mente de Juan, el menor de los hermanos, que se identificará como Jesús de Nazareth, expresándolo así delante de todos.

A partir de esta presentación aparentemente inocente, lo verosímil y lo imposible comenzarán a tejer un lienzo en el que las fronteras de lo fidedigno parecerán determinadas exclusivamente por nuestra voluntad de creer en ellas. La realidad que nos recibe cuando accedemos a la sala se transforma en una ficción cada vez más teatral, cuya credibilidad radica exclusivamente en nuestra decisión de aceptarla. De esta forma, Messiez nos va encerrando en lo ficticio de forma gradual. Los actores pierden sus nombres e identidades para adoptar las de sus personajes, la luz natural abandona el teatro y es suplida por la artificial con un excelente diseño de Carlos Marquerie. El escenario, ideado por Max Glaenzel, se construye antes nuestros ojos, y los colores vibrantes que salpicaban el vestuario de los actores se transforman paulatinamente en un cromatismo binario. Todo se vuelve blanco y negro, como la película que proyecta en una esquina un pequeño televisor. En ese punto la transformación está culminada y como Juan, interpretado con bellísima plasticidad por José Juan Rodríquez, sólo cabe aceptar la fe en Messiez y disfrutar de este lenguaje, a ratos filosófico, a ratos trascendente, que nos enfrenta a la realidad de la muerte y nos regala al mismo tiempo una irracional esperanza.

La Voluntad de creer es una experiencia teatral ligada a un viaje personal propio para cada espectador. Un viaje que cuenta con seis excepcionales actores para guiarnos través de lo inverosímil, y cuyos límites estarán determinados exclusivamente por nuestro deseo y convicción para aceptarlos.

Crítica realizada por Diana Rivera Miguel

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