Pedro Casablanc interpreta a Ramón Gómez de la Serna para hablarnos de las muchas caras de Valle-Inclán, en un monólogo para varias voces y piano que escribe y dirige Xavier Albertí. Estrenado la pasada primavera en el Teatro Español de Madrid, Don Ramón María del Valle-Inclán llega ahora al Teatre Poliorama de Barcelona.
Don Ramón María del Valle-Inclán es una conferencia y un cabaret, es un monólogo y una polifonía, es una biografía y es un recuerdo simpático de un genio con mucho genio y mala suerte. Pero por encima de todo, es un recordatorio del poder de la palabra bien declamada, del teatro en su expresión mínima y más poderosa.
Mario Molina acompaña, y muy bien, al piano. Ilustra, arropa y en más de una ocasión, matiza y reconduce. Pero sin duda la estrella, el que pone toda la carne en el asador, es Pedro Casablanc, que compone a un Gómez de la Serna que, sin hablarnos casi de sí mismo, nos cuenta mucho de quién es y de cómo es con el objetivo de mostrarnos todas las caras de Valle-Inclán. El biografiador ante el espejo. Su fuerza expresiva y su dominio de la palabra le permiten componer un personaje -y desdoblarse en otros tantos-, equiparable al legendario Lazarillo de El Brujo. Armado, además, de la voz y el movimiento escénico con canciones de principios de siglo que nos meten en la época, como una «Tarántula» (de La Tempranica) de escándalo y un «Pintor cubista» graciosísimo.
La iluminación que ha elaborado Juan Gómez-Cornejo viste y desviste tanto como un guante, y como tal permite tanto el disfraz, como el artificio e incluso el striptease emocional. El Gómez de la Serna de Casablanc y los Valle-Inclán que este construye (uno más jovial y personaje, el otro más sincero y contenido) se convierten en la piedra de toque de una pieza hipnótica, fascinante, que en sus 75 minutos nos recuerda no solo que Don Ramón fue mucho más que el esperpento, sino que la persona siempre fue mucho más increíble que cualquiera de sus obras.
Realidad y ficción, y autoficción, se unen para mostrarnos mejor las aristas y las caras de un personaje único, desde el punto de vista de un biógrafo entregado (pero no vendido), de un director/dramaturgo rendido (pero nunca derrotado) y de un actor como la copa de un pino, señoras y señores. ¡De quitarse el cráneo!
Crítica realizada por Marcos Muñoz