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04.04.2024 Críticas  
La lucha por la vida – Crítica 2024

José Ramón Fernández adapta la trilogía de Pío Baroja, La lucha por la vida, en un libreto fiel a las novelas del autor donostiarra que Ramón Barea dirige con pulso vibrante. El montaje, producido por el Teatro Arriaga, permanecerá en el Teatro Español de Madrid hasta el 14 de abril.

La propuesta de trasladar las tres novelas que componen La lucha por la vida a un lenguaje teatral es titánica. Son más de mil páginas que José Ramón Fernández logra destilar en una narrativa ágil, manteniendo intacto el espíritu barojiano. Su adaptación refleja a la perfección el retrato social y la decadencia de ese Madrid en tránsito al siglo XX, que trata de recuperarse tras las pérdidas de Cuba y Filipinas, y nos aproxima con rigor al estilo y la mirada pesimista de Baroja. La narración es abierta y fragmentaria, con escenas rápidas y un lenguaje que busca la naturalidad.

No obstante, aunque la adaptación sea brillante, el montaje sigue presentándose como un reto. La obra reúne casi un centenar de personajes, todos ellos con caracteres fuertes y contrastados, y la trama es vertiginosa. Sin pausa se suceden casi sesenta escenas, algunas brevísimas, que exigen cambios rápidos y eficaces. Ramón Barea, bilbaíno, saca arresto de la tierra para afrontar el reto de la dirección con un resultado sobresaliente, que refleja y honra al escritor donostiarra. Sus decisiones suman aciertos. Para empezar resuelve el elenco con solo cinco actrices (Olatz Gamboa, Ione Irazabal, Itziar Lazkano, Sandra Ortueta y Leire Ormazabal) y cinco actores (Aitor Fernandino, Alfonso Torregrosa, Diego Pérez, Arnatz Puertas y el mismo Ramón Barea). A excepción de Barea que se reserva el papel de Pío Baroja, interviniendo al efecto como un narrador que aporta el tono reflexivo/filosófico, y de Arnatz Puertas que interpreta a Manuel Alcázar, protagonista de las tres novelas, el resto de actrices y actores despliegan versatilidad para dar vida a una multitud de personajes, en su mayoría vividores y pícaros, ricos venidos a menos o pobres diablos. Todos ellos son, en el fondo, perdedores que sobreviven como pueden en una ciudad hostil. La obra es por tanto eminentemente coral, con dos partes muy marcadas.

En la primera, que se corresponde con la novela La busca y parcialmente Mala hierba, hay un tono forzadamente caricaturesco y esperpéntico que nos recuerda a la zarzuela o al vodevil. Acentos acusados, gestualidad muy marcada, y un velado estereotipo nos ubican en los arrabales y los barrios marginales del Madrid de principios de siglo XX. El exceso funciona bien e ilustra la narración.

En la segunda parte, que se refiere fundamentalmente a la tercera novela, Aurora roja, el tono se relaja ligeramente, también lo hace parcialmente el ritmo, que hasta ese momento ha sido frenético, y la obra adquiere un peso más reflexivo y emocional.

Para la escenografía José Ibarrola ha apostado también por el minimalismo, con una solución sencilla que permite ejecutar con rapidez la sucesión de escenarios. Una construcción esboza, más que dibuja, los paisajes de la obra, y el fotograma se complementa con los audiovisuales de Ibon Aguirre y el diseño de luces que firma David Alcorta. La música tiene un peso específico. Adrián García de los Ojos compone para el montaje una pieza con ecos románticos que interviene como hilo conductor, pero que se complementa con otros estilos propios de la época que la obra retrata (pasodobles, chotis o habaneras).
El vestuario es también curioso y efectivo, pese a la aparente sencillez. Betitxe Saitua propone un código colores, tierra para el protagonista, y una larga gama de grises para el centenar de secundarios, com un diseño contemporáneo de camiseta, pero que dialoga con la época y el contexto social a través de complementos, patrones y texturas.

Ramón Barea salva todos los obstáculos que esta adaptación de La Lucha por la vida plantea. Sus decisiones se afilan buscando lo esencial para ofrecernos un Baroja reconocible en su complejidad, tras una factura aparentemente sencilla. El director articula su obra como el escritor hacía con sus novelas: una narrativa rápida y sin florituras que contiene un fondo lleno de matices.

Crítica realizada por Diana Rivera Miguel

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