El Gran Teatre del Liceu de Barcelona presenta la impresionante versión de El Mesías de Händel creada por el director de escena estadounidense Bob Wilson. La orquesta del Liceu, dirigida por Josep Pons, es la encargada de interpretar la versión reorquestada en 1789 por Mozart. Una ópera llena de escenas abstractas, marcadas por la luz y una seductora intención poética.
El Mesías de Händel es el perfecto ejemplo avant la lettre de historias de fe, sanación y resurrección. Un oratorio sobre la Resurrección que Händel compuso por encargo y que debía ser entregado en tan solo 24 días. Meses después, concretamente el 13 de abril de 1742, El Mesías se estrenó en Dublín para más tarde, en 1772, ser difundida por toda Europa y convertida en la obra más popular del compositor y en el oratorio más representado de todos los tiempos. Posteriormente, en 1789, Mozart abordó la partitura de Händel por encargo de uno de sus mecenas, el barón Gottfried van Swieten, y reorquestó la pieza para adaptarla a la acústica de finales del siglo XVIII complementándola con un poderoso efecto dramático que hace que tenga la misma fuerza pero con un lenguaje musical más ambicioso.
El Mesías no tiene personajes, sino que tiene cuatro voces que son portadoras del mensaje de los profetas y de los evangelistas, a partir del cual se ordenan las tres partes del oratorio. En la primera se habla de la llegada del Mesías, un enviado celestial que traerá la prosperidad espiritual al mundo; la segunda se centra en el nacimiento y la muerte de Jesús, y la tercera es una reflexión sobre el impacto y el significado de la llegada de El Salvador, el acontecimiento más importante en la historia de la humanidad. Estas voces se dividen en cuatro tesituras contrastadas, dos femeninas y dos masculinas: soprano, alto, tenor y bajo, las alturas habituales en la música polifónica religiosa desde el Renacimiento en lo sucesivo.
La hipnótica versión que Bob Wilson nos presenta estos días en el Liceu, fue estrenada en 2020 en el Festival MozartWoche de Salzburgo. Wilson, principal pionero de la escuela post-moderna de la dirección escénica, se basó en la abstracción y el estatismo para presentar un montaje que va más allá de la tradición cristiana; convirtiéndolo en un vehículo para expresar cualquier espiritualidad universal. Una forma bella y abstracta de mostrar una oratoria de resurrección y acercarla a un público menos cristiano.
Las figuras que podemos disfrutar en escena son poesía pura en imágenes. Cada uno de los recitativos, se convierte en una escena abstracta remarcada por la luz en un fondo diáfano que consigue alejarse de su predecesora manteniendo un conjunto coral que nos deja ensimismados. Esta seductora seña de identidad de Wilson hace que no podamos apartar la mirada de una hipnótica escena en un formato de continua repetición que nos mantiene absortos. Un delirio visual que inunda nuestra mente para disfrutar, aun más si cabe, este Mesías tan mágico.
En la parte del elenco, destacar el gran trabajo realizado por la soprano rusa Julia Lezhneva; una cantante dotada con un timbre claro y luminoso que se ha convertido en una de las grandes voces de la música barroca en los últimos diez años. Ella fue quien se llevó la ovación más grande en la noche del estreno. Su perfección vocal fusionada con su aspecto visual en la opera es sencillamente delicioso. Cual muñeca de porcelana, Lezhneva nos presentó un personaje de ensoñación que caló hondo en el respetable.
En el caso de la voz de alto, esta fue interpretada por la mezzosoprano Kate Lindsey. Con una técnica de registro grave extraordinariamente firme, la experimentada cantante realizó una interpretación a la altura de las circunstancias. Lástima que en ocasiones nos fuera dificultoso escucharla con claridad (parecería que esta vez el escenario no estuviera microfonado). Su vestuario, de estética mas colorista que el resto de personajes, le ofreció la posibilidad de presentar un personaje, en ocasiones, menos serio y jugar con algo menos estático.
Por su parte, el tenor Richard Croft presentó el personaje más cómico de todos; el cual nos recordó vagamente al clown clásico de circo. Un papel más juguetón que disfrutaba haciendo burlas al público presente ofreciendo una apertura divertida que marcó el tono de la ópera desde su inicio en un recitativo que se preveía serio y solemne.
Por último, el papel de bajo fue interpretado por el croata Krešimir Stražanac quién esa noche hizo su debut en el Gran Teatre del Liceu. Su personaje, estático casi en tu totalidad, nos ofreció seguridad y aplomo acercando la solemnidad de la ópera en todas sus apariciones. Probablemente, el personaje más estático de todos pero con unas notas muy bien colocadas.
Junto a ellos, la última voz prevista por la partitura fue la masa colectiva del coro, que en un oratorio de estas características tiene una importancia central, hasta el punto de convertirse en una relevancia más destacada incluso que la de cualquiera de los solistas. Ese esperado Hallelujah hizo las delicias de un público que escuchó atento cada una de las voces que componen el Coro del Gran Teatre del Liceu dirigido por Pablo Assante para ovacionarlas en los saludos finales. Su trabajo en la totalidad de la ópera, ya fuera en canciones corales o en acompañamientos a las voces principales, confirmaron que el Coro del Liceu sabe adaptarse a todo tipo de partituras y música para lucirse y brillar.
Por último, destacar alguna que otra aparición en escena de dos personajes sin parte cantada y que cumplen funciones alegóricas y de referencia visual: Max Harris, un actor con una larga trayectoria como figurante en muchas escenificaciones de ópera en Italia, tendrá el papel de hombre viejo, mientras que el bailarín griego Alexis Fousekis, habitual en muchas producciones de Robert Wilson, interpretará las partes coreografiadas en momentos clave como la apertura o el coro del Hallelujah.
Por último, destacar la labor del maestro Josep Pons, quien se convirtió en la pieza central del engranaje de este oratorio realizando una interpretación precisa, limpia y colosal del arreglo mozartiano. Un sonido limpio, brillante y celestial pensado para un grupo instrumental de gran magnitud. ¡Bravo!
En la parte técnica, destacar el estupendo trabajo de vestuario realizado por Carlos J. Soto, maquillaje y peluquería de Manu Halligan y la iluminación del mismo Robert Wilson que pintaron de color la escena para acercar el mensaje del mesías de una forma peculiar.
La versión de Bob Wilson de El Mesías de Händel es una versión que todos los amantes de la ópera deberían disfrutar. No con intención de comparar la misma con versiones más solemnes, sino para entender que, en la ópera, todo puede evolucionar y ser contado de una forma distinta y, aun así, ejercer su función y mensaje. Que un oratorio, aun ser música solemne, puede abordarse de una manera más luminosa y festiva de lo que estamos acostumbrados.
Crítica realizada por Norman Marsà