Teatre Lliure y William Shakespeare en la misma frase es siempre (o lo ha sido hasta ahora, que yo recuerde) garantía de acierto y disfrute. Por lo que no hay que dudar en visitar el teatro de Montjuic estos días, para deleitarse en el Macbeth con aroma a Lliure que está en su programación, en la adaptación que dirige Pau Carrió y que cuenta con 14 actores de lujo del panorama catalán.
¿Cuantas veces se habrá representado La tragedia de Macbeth en pantalla grande, pequeña y teatro desde que se representara por primera vez a principios del siglo XVII? Cientos, miles de veces seguro. Y, sin embargo, lo que está pasando ahora en el Lliure de Barcelona demuestra que se pueden seguir haciendo versiones y adaptaciones de esta obra, que con este enorme texto y esta grandiosa historia, con buen gusto y amor y respeto por el arte, se puede salir triunfante de la repetición.
Y así es, para mí, este Macbeth de Carrió. Un ejercicio preciosista de negro sobre negro para hablar de la ambición, el miedo y el poder. En esta ocasión, el director ha decidido emplazarnos al principio del siglo XX, a finales de la I Guerra Mundial, para recrear esta historia que gira en torno del general Macbeth y su ambiciosa esposa, tan ávida de poder o más que él. Manteniendo el texto original pero creando un universo más cercano en tiempo al nuestro, Pau Carrió nos ofrece la crónica de una tragedia que daría igual donde la colocaras, que cronológicamente hablando encajaría perfectamente en todas las épocas.
Más que en el texto, harto conocido y sin nada que señalar como es evidente, me apetece centrarme en el montaje que ha dirigido Carrió, que me parece de un delicioso gusto a nivel interpretativo y visual. En este texto de Shakespeare los soliloquios son de máxima importancia. Y para acentuar esa sensación todos ellos se interpretan sin cuarta pared, envolviendo así, de forma más férrea, al espectador. De hecho, diría (sensación personal) que esta obra crece exponencialmente en esos momentos y es en los diálogos que baja la intensidad.
Mucha ‘culpa’ de ello la tiene el elenco elegido, quienes trabajan la tragedia y el drama extraordinariamente y son figuras recurrentes del que, insisto, es para mí el mejor teatro de nuestra ciudad. Ernest Villegas y Laia Marull como Lord y Lady Macbeth llenan el gran escenario del Lliure solo con su presencia. Pero cuando comienzan a recitar, el tiempo se para y solo querrías escucharles durante horas y horas. Tenía muchas ganas de ver a Villegas en un papel protagonista, pero si encima es un personaje en el que puede explayarse con monólogos de cara al público, mejor que mejor. Y si el personaje es dramático, ya no se puede pedir más. He visto a Villegas en comedia y lo borda. Pero se le disfruta tanto cuando desata la furia, la rabia, cuando llora… Así que este Macbeth, seguro que ha sido un regalo para él, pero también, no lo olvidemos, para el espectador. Lo mismo se puede decir de Marull, quien con el recorrido que la respalda, encuentra el equilibrio necesario para remover sin impostar e imponerse como una perfecta Lady Macbeth.
El resto del elenco no hace más que sumar al éxito del montaje, con interpretaciones que están a la altura, para el deleite del público del Lliure. Las tres brujas interpretadas por Alba Pujol, Júlia Truyol y Mar Ulldemolins y sus esperpénticas escenas tan bien coreografiadas, la gran interpretación de Xavier Ricart como Banquo sea vivo o muerto, Pep Cruz que es es hablar de palabras mayores como el rey Duncan, Pol López haciendo de Macduff… o de lo que sea, lo queremos siempre en escena, la inolvidable parte de Pepo Blasco como el borracho Porter, Moha Amazian tan bien como Caithness o como el Sargento, ese cuasi final catártico con Joan Amargós haciendo de Malcom al piano y cerrando la lista, que por ser al final no son interpretaciones menores, las de Carles Martínez como Angus, Marc Rodríguez como Ross y Marc Soler como Fleance. Una larga lista, necesaria, para conseguir los merecidos y calurosos aplausos y unas cuantas ovaciones en pie (siempre estamos igual en Barcelona, lo que nos cuesta levantarnos para aplaudir una gran función…) a este grupo en el que se percibe el esfuerzo intenso, el duro trabajo y el amor por el teatro.
Y, en este caso, si bien es cierto que el texto ya viene dado (use aquí discernimiento el lector) la escenografía, la iluminación y el vestuario son tres partes de la ficha artística que en esta factura sobresalen de forma espectacular y confieren al conjunto de matices necesarios para convertirlo en el montaje que es. Carrió ha querido plasmar de negro las tres características principales de este relato, que decíamos que eran el miedo, la ambición y el poder. Y para ello, Sebastià Brosa en el espacio escénico, Raimon Rius en la iluminación y Sílvia Delagneau y Goretti Puente en el vestuario han trabajado a una para conseguirlo. Así que podemos ver una función en blanco y negro o, a momentos, incluso en negro y negro, donde no existe ni el rojo para la sangre y donde solo se concede esa licencia en los labios de Lady Macbeth en alguna ocasión puntual. También se usa luz cálida en la escena final, para referir a los caídos. Y el blanco para las camas de las víctimas de la guerra. Y nada más. Así que sobre una escenografía casi desnuda, escena, bastidores y ciclorama también negros y desnudos, solo se usa como elementos escénicos el árbol donde se aparecen las brujas, las camas del hospital de campaña y la mesa de las cenas en el castillo. El resto del tiempo son actores e interpretación, acompañados por el fantástico vestuario que navega entre el minimalismo, en algunos casos, y la fastuosidad, en otros, y que inundan de detalle la escena desnuda.
Este Macbeth, que como decía al principio respira mucho Lliure, es un triunfo más de Pau Carrió quien además de imbuir a la audiencia de pensamiento crítico y de reflexión, de dar disfrute y conceder evasión, yo creo que debe prepararse para recibir algún que otro merecido premio y esperar pasar a los anales como un gran montaje del teatro catalán.
Crítica realizada por Diana Limones