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28.02.2024 Críticas  
Winterreise – Crítica 2024

En los dos últimos años de su vida, Franz Schubert compuso Die Winterreise (El viaje de invierno) un ciclo de lieder a partir de poemas de Wilhelm Müller. El barítono Michael Volle y el pianista Helmut Deutsch los han interpretado ahora en el Gran Teatre del Liceu de Barcelona, con un envoltorio visual y conceptual a cargo del fotógrafo Joan Fontcuberta.

En su concepción original, Winterreise parte de un único hecho argumental (al joven protagonista lo abandona su novia y este empieza a dar tristes paseos por la campiña invernal) para desgranar 24 canciones que son como una versión musical de las gélidas y desesperadas pitnuras de Caspar David Friedrich. El ciclo se presta a interpretaciones como la que visualizaron el año pasado el pintor Antonio López y la directora Bárbara Lluch en la antigua cárcel Modelo de Barcelona, o el ballet que en 2022 trajo al Liceu el coreógrafo Angelin Preljocaj.

Aquí, Joan Fontcuberta parte de la degradada colección de fotos de un príncipe italiano y de la colaboración de dos actrices que no dicen palabra (Berta Errando y Miriam Moukhles, dirigidas por Anna Ponces) y la voz en off de una poetisa (Susanna Rafart) para crear un contexto nuevo, tanto argumental como psicológico. El barítono Michael Volle no es un joven traicionado sino un anciano aquejado de alzheimer al que su mujer (Errando) ha internado en un sanatorio, bajo los cuidados de una atenta enfermera (Moukhles). Pero desde la primera escena, la desconexión entre ella y él nos demuestra lo alejado que está ya el enfermo de la realidad y convierte su viaje invernal en un descenso hacia su olvido y, finalmente, su muerte. Su degradación, asímismo, se va viendo progresivamente reflejada en las fotografías proyectadas, cada vez más carcomidas por los estragos del tiempo y de los hongos, hasta que los hermosos paisajes alpinos se convierten en irreconocibles patrones geométricos.

El nuevo contexto permite, para empezar, que un hombre con la experiencia de Volle asuma un repertorio generalmente reservado a cantantes más jóvenes (no en vano la pieza está compuesta originalmente para tenor, aunque ha sido transpuesta para barítonos o bajos, e incluso sopranos y mezzos). Eso nos brinda su dicción perfecta, su dominio de los matices en un repertorio comandado por la tristeza pero con multitud de matices, y que bajo la luz de los estragos mentales del protagonista adquieren nuevos sentidos: «La cabeza cana», por ejemplo, toma una dirección opuesta, y ya no es una ilusión provocada por la nieve, sino una realidad que la enfermedad le disfraza. Su trabajo en repetidas ocasiones y particularmente en el tramo final de la obra, el sobrecogedor «Organillero», adquiere gran expresividad y emotividad.

A su lado, un pianista que conoce muy bien la pieza: Helmut Deutsch ya la grabó en 2014 junto al tenor Jonas Kauffman. Aparentemente en un segundo plano, Deutsch marca sin embargo los tiempos y los espíritus variados que se esconden en esta obra, profundamente melancólica, sí, pero con ráfagas de alegría, de ensoñación, de enfado, de éxtasis.

La propuesta, profundamente original, funda uno de sus mayores aciertos en el eficaz diálogo mudo entre actrices, barítono y fotografías, realzándose mútuamente y elevándose con nuevos significados, desde lo literal a lo surrealista. Las breves poesías de Rafart que unen algunos de los segmentos, en este triángulo, sobran bastante aunque no hagan daño, y aportan poco cuando se encuentran ya inmersas en un terreno con tanta poesía propia, musical y visual.

Crónica realizada por Marcos Muñoz

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