Los Teatros del Canal de Madrid acogen la última propuesta del director, bailarín y coreógrafo (Premio Nacional de Danza) Chevi Mudaray. Con textos de Laila Ripoll y un elenco multidisciplinar, encabezado por Cayetana Guillén Cuervo, la compañía Losdedae traza en Pandataria una semblanza a la diversidad, la libertad y el amor.
Pandataria (en la actualidad Ventotene) es una diminuta isla de origen volcánico nacida en el mar Tirreno que, desde los tiempos de la Antigua Roma, fue utilizada como isla prisión. Un destierro impuesto primero a las mujeres de la dinastía Julio-Claudio acusadas de adulterio o conspiración, y en nuestro pasado próximo destino para los disidentes políticos del régimen fascista italiano. Su historia representa inevitablemente a los marginados, a todos aquellos que se apartan de lo normativo y es necesario confinar.
Chevi Muraday se inspira en el simbolismo que encierra este pequeño trozo de tierra para construir un viaje alegórico sobre el exilio y el ostracismo a los que la sociedad (la del pasado y la del presente) condena a los diferentes. Para ello se apoya en un elenco eclético compuesto por la actriz Cayetana Guillén Cuervo, el rapero Elio Toffana y los bailarines Chus Western, Basem Nahnouh y La Merce. Cinco intérpretes que integran un conjunto heterogéneo en sus disciplinas, y también plural en sus propias identidades personales, que se proyectan en escena como un espejo de diversidad.
La coreografía manda y vertebra el espectáculo, pero los textos de Laia Ripoll, especialmente en la primera parte, ofrecen un eco poético con parlamentos a los que Cayetana Guillén Cuervo arranca toda su belleza. Vestida de un blanco pulcro, níveo, recita: “Pongo los pies sobre las huellas que dejó mi madre en esta isla mientras el mar golpea, la tierra ruje, la ceniza hierve y el viento enloquece los sentidos.” Y en su voz invoca a todas las mujeres que han sido “Las mejores de entre las mejores. Mujeres que fuimos todo, que tuvimos todo salvo la propiedad de nuestro cuerpo, salvo la voluntad de ser libres, salvo lo que ellos tenían por derecho.”
Mariano Marín firma la composición musical con piezas que siguen también el viaje temporal de la isla, y en las que encontramos resonancias antiguas que evolucionan hasta el rap de Elio Toffana. Un tinerario que marca unas coreografías muy corporales y plásticas, de una emoción contenida que se quiebra en pocos momentos. Uno de ellos, singularmente alegórico e intenso, es interpretado por La Merce, encerrada en una caja de cristal, proyectando la angustia de quien se siente atrapado y silenciado en un cuerpo, en un armario, o en una vida en la que no es libre.
El espacio es minimalista, sin perjuicio de la intervención colorista de Okuda San Miguel, pero tanto la escena que plantea Chevi Muraday, como la iluminación de Nicolás Fischtel, parten de una premisa de versatilidad y simplicidad de potencia pictórica. Muy especialmente emotivo es el retrato final, que trae a nuestra mente imágenes de naufragios y pateras, de vidas perdidas en el mar. Otro canto silencioso a los marginados de nuestro presente.
Pandataria nos conduce a través de un eterno retorno. Una historia cíclica que se repite a lo largo del tiempo, cambiado de cara y objetivo, pero en la que encontramos siempre vidas marginadas, empujadas a los límites. Un montaje de contornos duros que nos invita a abrazar la diferencia, desde la plasticidad de sus coreografías hasta la poesía de su texto.
Crítica realizada por Diana Rivera Miguel