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19.02.2024 Críticas  
Purificats – Crítica 2024

A 25 años de la muerte de la dramaturga Sarah Kane, su obra Cleansed se puede ver por primera vez en catalán a Barcelona. Purificats, traducida por Jordi Prat Coll e interpretada por La Cremosa está programada en la sala Baixos 22 del Tantarantana hasta el 25 de febrero.

Los jóvenes de la compañía La Cremosa y Teorema Teatre, se lanzan a la ardua tarea de representar un texto complejo a la par que sádico, lleno de metáforas, simbologías y gestualidad. La sala Baixos22 del Tantarantana es el teatro que acoge Purificats, una obra que rompe totalmente los esquemas del teatro convencional y que convierte el escenario en un ring de lucha infinita donde lo brutal y la violencia explícita se dan la mano en un juego lleno de horror.

La autora británica Sarah Kane presentó, en 1998 su obra Purificados (Cleansed), la cual dedicó a las y los internos del centro psiquiátrico ES3. La experiencia de Sarah en aquel centro, donde estuvo un tiempo debido a un trastorno maníaco depresivo, le hizo escribir una obra sobre la represión, el amor y la crueldad. Un año después de presentar la obra en el Royal Court Theatre de Londres, Sarah Kane se quitó la vida a sus jóvenes 28 años.

La meta que la joven compañía se propuso para presentar Purificats no era sencilla y hay que reconocerles su atrevimiento de llevar a escena un texto que, precisamente, fue cuestionado en su época no solamente por su brutalidad sino por la dificultad de ser representado encima de un escenario.

Bernat Albadera, Martí Aparici, Júlia Genís, Alba Latorre, Pau Oliver y Mia Parcerisa (quien a su vez asume la dirección de la obra) hacen un gran esfuerzo por representar unos jóvenes internados en un centro psiquiátrico. Su trabajo actoral se nota especialmente a nivel físico, cuando este demanda la coordinación coreográfica entre el reparto o cuando sus personajes sufren castigos físicos, momento en el que representan el dolor físico con gran intensidad, poniendo al público en un estado total de incomodidad que llega a lo insoportable para algunos. Guillem Font interpreta el autoproclamado doctor, que convierte los pacientes en víctimas a las que decide castigar, mutilar, humillar y vejar.

Zúbel Arana –que se mantiene durante toda la obra en un rincón del escenario- es la encargada de crear el ambiente sonoro en directo, jugando con los sonidos, la música y su propia voz distorsionada. Su intervención dota de un ambiente muy claro a la obra, potenciando el sadismo que sobrepasa el límite en todo momento. La música de la obra está muy bien elegida, pues las claras referencias americanas implican una confrontación entre lo que se oye y lo que se ve. El dolor en escena se solapa con la música alegre, los himnos románticos y las tópicas frases motivacionales insertadas con calzador. Los personajes son víctimas de aquella idea de que debemos ser siempre felices e ignoran el dolor profundo que sienten. No hablan de él y no nos hablan de él.

Y es que si algo falta en la obra es remover más allá de lo que nos suscita observar la violencia explícita (-especialmente en estos tiempos-). Hay tres factores que impiden que Purificats me haya llegado totalmente. Por un lado, el sadismo y la brutalidad explícita se mantienen al mismo nivel durante toda la obra, hecho que la hace demasiado lineal e incluso repetitiva. Por otro lado, con la intención de representar unos jóvenes medicados y hundidos en el castigo, se escapa la posibilidad de ver las emociones que les atraviesan. Me hace falta viajar por el sentimiento. Si no vemos a los personajes emocionarse, es difícil que nosotros nos emocionemos. Claro está que existen escenas donde el dolor físico se expresa en los cuerpos y caras retorciéndose. Sin embargo, ¿qué hay más allá de lo que se siente físicamente? ¿Por qué no dar espacio a la emoción que siente Grace por la pérdida de su hermano y por su reencuentro? ¿Por qué no salir de la artificialidad para mostrar el dolor que la pareja homosexual siente al ver cómo es castigado su amante? ¿Por qué no expresar el dolor usando otros recursos más allá del grito? ¿Dónde queda el poder de la mirada? ¿Dónde quedan todas las emociones que aparecen antes, durante y después de que exista el golpe, la vejación y la violación?

Finalmente, un último punto me impidió entrar en la historia y es la simbología que impregna cada instante. Si bien podría tratarse de una obra experimental, donde las palabras no siempre son representadas con los gestos y donde los gestos dicen mucho más que las palabras, hay tantos elementos que quedan en el aire, tanto minimalismo, tantos movimientos sin desarrollar, que el mensaje parece quedar a medio camino.

En este caso, considero que el riesgo que la compañía tomó al interpretar este texto de Sarah Kane requería de mucho menos y mucho más. Mucha menos violencia explícita –no tanto por la cantidad sino por la necesidad de un contraste que equilibre el ritmo de la obra y de más valor a las acciones- y mucha más calma. Una calma que permita parar y expresar más capas sobre el sentir de los personajes y que, por consecuente, logre que el público empatice y se emocione.

Crítica realizada por Maria Sanmartí

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