El Gran Teatre del Liceu de Barcelona presenta Un ballo in maschera; una de las obras principales de la madurez de Verdi inspirada en un acontecimiento real —el asesinato del rey Gustavo III de Suecia—. Freddie De Tommaso, Artur Ruciński, Anna Pirozzi y Sara Blanch encabezan el reparto protagonista.
Un ballo in maschera de Giuseppe Verdi gira en torno a una conjura —un grupo de hombres busca la manera más efectiva de matar a otro—, y el plan se consumará en una mascarada, en la que el anonimato facilita llevar a cabo con éxito un acto tan horrible. La ópera, inspirada en un acontecimiento real —el asesinato del rey Gustavo III de Suecia—, hace aflorar las pasiones románticas —el amor imposible, el odio, el arrepentimiento—, con el trasfondo impactante de un baile de máscaras con el que Graham Vick (diseñador del proyecto) planteó una producción vistosa y subversiva.
Es interesante destacar que una máscara, algo sencillo pero a la vez poderoso en todas las culturas, se idee como eje principal para cometer un asesinato, un crimen espantoso e injusto, permitiendo así escapar al malhechor sin ser reconocido (aunque aquí no sea el caso). Aunque una máscara no puede ocultar la total personalidad de un conocido, esta siempre nos ofrece la «capacidad temporal» para que una persona o colectivo, se trasforme, se esconda o confunda a otro para subvertir el orden social y/o negarse a cumplir la norma. Aun así, las máscaras no siempre están ligadas a actos impuros o vandálicos; ya que también son sinónimo de alegría, disfrute, fiesta y conexión.
En la fantástica creación ideada por Graham Vick y que finalizó su amigo y discípulo Jacopo Spirei, la máscara siempre forma parte de la escena. Algo muy interesante que nos deja entrever que la mentira, la falsedad y la «supuesta pena», flotan sobre la atmósfera de la ópera. Desde el inicio de la ópera en la que nos encontramos como asistentes al funeral de Riccardo, el protagonista, hasta la misma muerte de la que seremos testigos dos horas más tarde, esta producción de estructura circular nos deja pensativos al ver que quienes habían deseado su muerte ahora lloran y se lamentan. ¿Es una pena real o una mentira? Todos tiene algo que esconder o de qué arrepentirse. Parece ser que nadie es sincero y, aquí, la máscara y las dobles caras aparecen sin restricciones. Por último, no hay lugar más ideal que un baile de máscaras —una celebración colectiva donde no destacar- para poderpasar desapercibido y dar ese paso a una subversión completa. Un lugar mágico lleno de figuras andróginas, travestis y/o acróbatas que desafían la gravedad, que aporten un dinamismo constante a la acción para que la acción quede oculta. Pero no será tan sencillo.
Destacar aquí el inacabable movimiento coreografiado por Virginia Spallarossa quien, en todo momento, hace que la acción fluya con un ritmo plácido pero cambiante, como los tempos de la ópera, para que pasemos de una constante alegría a un sangriento crimen.
La escenografía y el vestuario creado por Richard Hudson es minimalista y moderna. En escena, pocos objetos -lo justo para interactuar-, y una lápida con un ángel de alas desplegadas que nos recuerda, de forma constante, el desenlace de la ópera. En la parte del vestuario, podemos ver un vestuario de época, algo más clásico, en todos los personajes principales; un traje con chistera para la totalidad del coro del Liceu (hombres y mujeres por igual) y, algo más moderno de estilo más actual para el cuerpo de baile quienes dan rienda suelta a unos personajes no binarios cuyo vestuario recuerda al carnaval más canalla. Junto a él, me gustaría destacar la interesante iluminación creada por Giuseppe di Iorio, quien ayuda a destacar aun más los pocos objetos en escena y que nos acerca más a los personajes en momentos más introspectivos.
En la parte actoral, destacar que es la primera vez que disfruto de una opera en la que todos, incluso el personaje más pequeño, tiene una verosimilitud necesaria. Aun así, alabar el trabajo de Freddie De Tommaso, quien pude disfrutar con anterioridad y de forma sorpresiva en Carmen, que nos presenta un Riccardo puro y enérgico al que no le asusta nada ni nadie. Su proyección vocal, coloratura y su dicción es increíble. Disfrutamos de su perfección vocal e, incluso, de una interpretación actoral excelente que pronto lo convertirá en la estrella que está predestinado a ser.
Junto a él, Artur Ruciński como Renato es el contrapunto de Riccardo. Él, más serio y posesivo, será el encargado del desenlace de la historia ofreciéndonos una actuación celosamente perfecta. Su control vocal como barítono es excelso.
Por su parte, la mujer de este, Amelia, interpretada por la Soprano Anna Pirozzi fue quien se llevo los grandes aplausos de la noche. Su perfección en escena es un sueño que querríamos repetir noche a noche y eso se tradujo en grandes aplausos y ovaciones en pie al final de función. Destacar el dueto que Amelia canta con Riccardo (final del Acto II. «Ma dall’arido stelo divulsa») en el que la totalidad del público estalló en vítores por ambos intérpretes. Perfección.
Por su parte, la soprano Daniela Barcellona interpreta a Ulrica, la vidente que leerá la mano de Riccardo y desatará las dudas en escena. La actriz, presenta una seguridad en escena y un rango vocal impecable que hace que, en su única escena, se mueva desde una parte tétrica para acabar alcanzando agudos de gran dramatismo. ¡Brava!
Finalmente, Sara Blanch puso la guinda del pastel con un Oscar en ocasiones contenido y en ocasiones más suelto y seguro. Un trabajo actoral agradecido al que le faltó proyección vocal.
En la batuta, dirigiendo a la Orquesta del Gran Teatro del Liceu, pudimos disfrutar de Riccardo Frizza; quien supo lidiar con gracia y superación los constantes cambios de ritmo de la partitura.
Un ballo in maschera de Giuseppe Verdi es uno de los clásicos que podremos ver esta temporada en el Gran Teatre del Liceu de Barcelona. Un drama verdiano lleno de misterio explicado desde una perspectiva vistosa y subversiva.
Crítica realizada por Norman Marsà