El teatro de la Biblioteca de Catalunya en Barcelona programa hasta el 3 de marzo de 2024 la aclamada Travy. Una obra que enamora rápidamente al respetable donde lo que tiene sentido se vuelve absurdo y viceversa. Una obra donde la ficción y la realidad se mezclan. Donde la realidad primero parece mentira, hasta que poco a poco todo ha dado la vuelta.
Dos payasos viejos con poca gracia. Dos hijos perdidos en sí mismos, la transgresión del arte y el éxito. Travy nos presenta a una familia de juglares que se entienden más poniéndose máscaras que mirándose en los ojos. Están encabezados en crear un espectáculo. El último espectáculo. El espectáculo definitivo. En un punto en el que veteranos de la compañía ya no tienen ideas para hacer espectáculos y en el que la hija se rebela contra todas las formas artísticas heredadas, el hijo pequeño de la familia vuelve a casa para devolverles a los orígenes, encontrar su discurso artístico y, sobretodo, encontrarse a sí mismos.
Travy es un homenaje a la propia familia Pla-Solina (de nombre artístico “la Familia Travy”) y un (des)encuentro entre dos corrientes teatrales. Por un lado lo clown, el teatro folclórico y popular. Por otro, las formas posdramáticas y metateatrales. Dos generaciones y dos momentos vitales; los que ya ven el final del camino sin miedo y los que ven el principio del mismo con pánico.
Travy es, sencillamente, una obra exquisita. Una obra llena de información y acciones que continuamente ofrece al público su dosis de risas. Parece que no pase nada pero, en realidad, no hacen más que pasar cosas. Parece que nos encontramos en una reunión familiar en la que el hijo pródigo que se ha ido a ver mundo vuelve a una familia algo desganada y a la que quiere animar creando un último espectáculo. Sobre la mesa, el ánimo no es desbordante (¿o sí?).
El espectáculo bebe continuamente de los manantiales del circo clásico y el clown, pero también está lleno de tragedia, de pura Commedia dell’Arte y/o de ansia por la innovación. Todo se propone desde la sala de estar de la familia Pla-Solina (aka Travy), quienes tratan de hacer una llevar a cabo una lluvia de ideas que no hace más que chocar continuamente entre generaciones. Mientras los padres (Quimet Pla y Núria Solina) tratan de buscar un enfoque más clown clásico, su hija (Diana Pla) busca encontrar un enfoque más contemporáneo, basando su visión en la danza; algo que sus padres no entienden en absoluto y con la que no tienen relación. Aquí entra Oriol quien, como director, deberá hacer de mediador entre las partes para conseguir, no sin un esfuerzo titánico, llevar a todos a un entendimiento. El último show de la familia Travy debe ser bien Travy y, está claro que llegar a un entendimiento será difícil (pero divertido).
Disfrutar de Travy es disfrutar de esas obras con las que te tiras a la piscina sin flotador. Es dejarte llevar por un sinfín de ocurrencias, cada cual más loca para, seguidamente, descender en picado y diseccionar la parte más teatral y dramática. Como lo que estamos haciendo funciona o no mientras entendemos aun más el porqué de las acciones de los personajes. Una lluvia de ideas continua que nos hacer enloquecer junto a la familia para conseguir entenderles un poco más.
En la parte técnica, destacar el delicioso vestuario y escenografía creado por Sílvia Delagneau. Una escenografía que disfrutamos al completo al entrar en el Teatro La Biblioteca; dado que el público entra por el «escenario». Si sois tan curiosos como yo, disfrutaréis a paso lento del camino. Por otro lado, la iluminación creada por Lluís Martí es excelsa; ya que nos ofrece esos tonos ocres y apagados que hace que nos adentremos un poco más en la mente del clown triste.
En definitiva, con Travy, Oriol Pla Solina, como dramaturgo (acompañado de Pau Matas Nogué) y director, se ha marcado un MUST tan grande que es difícil que no queramos más. Salgo del teatro con una sonrisa, lleno de emoción pero, a su vez, lleno de dudas y con ganas de abrazar a sus protagonistas (algo que no hice por decoro mientras desde la barra del bar se me esbozaba una sonrisa cada vez que miraban). Un espectáculo que nunca debería abandonar la cartelera.
Crítica realizada por Norman Marsà